Pues bien, la interpretación que el citado Barenboim y la pequeña plantilla de su orquesta multicultural (Emmanuel Danan,, Jussef Eisa, Mor Biron, Michael Barenboim, Yulia Deyneka, Adi Tal, Sharon Polyak, Dominic Oelze, Noya Schleien, Aline Khouri, Michael Wendeberg) ofrecieron ayer viernes 16 de enero de 2014 en el Gran Teatro de Córdoba, ante un público desconcertado ante lo que escuchaba –se aplaudió muy poco y las caras largas abundaron en el intermedio–, me pareció aún superior a las tres referidas, y una demostración palmaria de por qué el señor Barenboim es, aparte de un inmenso pianista, el mejor director del mundo.
La música de Pierre Boulez resulta ciertamente hermética, y Barenboim no comete el error de “romantizarla” –el compositor francés es buen amigo suyo, ha trabajado con él muchas veces codo con codo y conoce de primera mano sus intenciones–, pero nuestro artista sí que es capaz de “explicar” los porqués expresivos de su obra, de hacer dialogar de verdad a los instrumentistas –impresionantes todos ellos– logrando que las texturas contrapuntísticas suenen casi como una conversación humana, y de poner acentos que desvelan el sentido orgánico de la partitura.
Al mismo tiempo, mientras Boulez sienta las bases de sus interpretaciones en un férreo sentido del ritmo, cargándolas de electricidad sin que se le mueva un pelo, nuestro artista se interesa mucho más en el timbre, yo diría que también en la atmósfera y en el peso de los silencios (ojo al dato: al autor le dura 44 minutos, a Barenboim en los Proms 49 minutos, pero la de ayer creo que se acercó a los 55, no estoy muy seguro). Adoptando semejante óptica, el maestro descubrió muchas cosas nuevas y, de paso, dejó más claras las conexiones con Debussy y Ravel, no en balde autores protagonistas de la segunda parte del programa. Incluso en más de una frase asomó por ahí el espíritu de Messiaen. Lo dicho: una interpretación descomunal. Yo disfruté de lo lindo a pesar de los ruidillos de un público comprensiblemente nervioso.
Lo curioso fue que en la segunda parte los cordobeses armaron más ruido aún. Yo diría que bastante más, hasta el punto de destrozar por completo el final de una lenta, concentrada y sensualísima, por momentos mágica recreación del Preludio a la siesta de un fauno. Barenboim, que domina el lenguaje de este repertorio ahora muchísimo mejor que antes (esta lectura ha sido muy superior a la que tiene grabada con la Orquesta de París), tuvo que llamar la atención al público durante los aplausos haciendo el ademán de ponerse un pañuelo en la boca antes de toser.
El resto del programa, todo Maurice Ravel, fue similar al que le escuché el pasado agosto en los Proms. Ya dejé mi opinión entonces, pero ha habido diferencias.
La Rapsodia española, siendo muy notable, me ha gustado menos: insisto en que el maestro ahora acierta por completo en el idioma raveliano, pero creo que la interpretación no estaba tan trabajada, incluso desde el punto de vista técnico. Eché de menos un juego más acentuado de los reguladores en el preludio y, en los otros tres movimientos, depuración sonora. La orquesta no estuvo particularmente fina, con la excepción de una cuerda sedosa y empastada a más no poder. Por lo demás, hubo misterio, rico colorido y un sentido español nada tópico. Impagable el señor mayor que estaba detrás de mí cuando aparecieron trompetas y castañuelas en Rondeña, diciendo aquello de “¡hombre, por fin!”.
Pequeño desastre en la Alborada del gracioso: justo en la introducción, una de las maderas –creo que era el corno inglés, pero perdonen si me equivoco porque ahora mismo no logro reconstruir la secuencia completa– no dio su frase, justo en el momento en el que creí ver a un músico entrando a toda prisa para colocarse en su asiento. ¿No estaba allí el solista? ¿Habían empezado la obra sin él? No tengo idea de lo que pasó, pero el desconcierto en las maderas fue obvio. Pensé que Barenboim iba a detener la interpretación, pero no. En la sección central, paladeada por el maestro como nunca antes –ni siquiera en Londres– lo había hecho, hubo cosas absolutamente magistrales que solo le he escuchado a un Celibidache, pero para mi gusto el conjunto no terminó de funcionar: hubo deslavazamiento y desajustes varios.
Fluida, serena, en absoluto decadente y muy bella la Pavana para una infanta difunta, dicha con una naturalidad extraordinaria; creo que salió mejor aún que la de los Proms, aunque de todas formas cosas aún más mágicas (a la recapitulación final Barenboim no le termina de sacar todo el jugo posible) se han escuchado.
En el Bolero, el maestro decidió dar la entrada y sentarse a un lado, dejando a los músicos solitos. A mi entender, un error: es verdad que las gradaciones dinámicas estuvieron más logradas que en los Proms, que el de la caja se mostró absolutamente sen-sa-cio-nal y que hubo mucha vida –y yo diría que mucha emoción– en el resultado, pero ahí faltaba claramente un director que le dijera a alguna chica y a algún chico que no tocara tan alto. Y también faltaban ensayos en casa.
Como hasta ahora he sido firme defensor de la WEDO y he manifestado mi admiración por su trabajo técnico –además de expresivo, claro– en compositores tan “facilitos” como Beethoven o Wagner, no tengo problema en reconocer que los integrantes de la West-Eastern Divan no estuvieron a la altura de las circunstancias en Ravel en general, y en el Bolero en particular. Hubo solistas desafortunados y secciones enteras que sonaron como los de una formación de segunda fila. Que sí, que ya sé que el Bolero casi siempre sale mal y que solo una vez en la vida –yo lo conseguí en 2007, con Muti en el podio– puede alguien escuchársela en directo a la Sinfónica de Chicago, pero lo del Gran Teatro de Córdoba, sin haber sido una interpretación mediocre, no corresponde a la enorme categoría que suelen ofrecer Barenboim y su orquesta. Quizá esta tarde en Madrid las cosas salgan mejor.
Finalizando la velada cordobesa, El firulete –arreglo de José Carli– en recreación dicha con un salero y una picardía asombrosa por los vientos de la WEDO: ¡qué talento expresivo el de estos señores! Muchos aplausos y entusiasmo tras una velada de dos horas y media de la que me parece todos salimos exhaustos.
Ah, una cosilla: el Facebook de la WEDO pedía al público que les mandaran fotos de los conciertos, pero Barenboim monta el número cada vez que ve cámaras (ya sabrán ustedes lo de la bronca a una señora en La Scala). A ver si se ponen de acuerdo.
PS. Un amigo de Córdoba me puntualiza que la interpretación del Boulez duró exactamente 52'48''.
3 comentarios:
Pues yo estuve anoche en el Maestranza;magníficos, tanto la orquesta como Barenboim, que además de director ejerció de pianista, demostrando que es un genio de la música.
Ahora bien: AMARGÓ EL CONCIERTO LAS TOSES DEL PERSONAL, ESPECIALMENTE DOS O TRES QUE NO PARARON NI UN MOMENTO DE TOSER, NI UN SOLO MOMENTO.
Señores, todos hemos tenido alguna que otra tosecilla, pero si se tiene una bronquitis de perro,
¡QUÉDATE EN TU CASA Y NO VAYAS UN CONCIERTO DE ESTE TIPO!
En todo caso, llevad pastillas, caramelos o jarabes...
Lo de ayer fue INSOPORTABLE, pero se ve que ocurre a menudo en el Maestranza. Como siempre se demuestra la falta de consideración y el egoismo reinante.
Pues sí. En Córdoba se tosió bastante, pero lo de ayer en Sevilla fue muchísimo peor. Un horror. Ya hablaré de ello.
Lo que me encanta de la música de Boulez es lo pegadiza que es. Supongo que el público cordobés saldría del teatro tarareándola. No entiendo las caras largas ¿es que no sabían a lo que iban?
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