Carlo Maria Giulini llevó al disco tres veces la Sinfonía del nuevo mundo. La primera fue en 1961 para EMI al frente de ese instrumento perfecto que era Philharmonia de tiempos de Klemperer, grabación que acaba de ser reeditada por el sello Warner. La segunda fue en 1978 para Deusche Grammophon, con la increíble Sinfónica de Chicago a su servicio. La tercera la hizo para Sony Classical en 1992 con una Orquesta del Concertgebouw no menos increíble que las otras dos formaciones. Tenía el maestro 47, 64 y 78 años respectivamente: primera madurez, madurez plena y ancianidad respectivamente. La oportunidad que he tenido de escucharlas dejando pasar pocas horas entre cada una me ha permitido apreciar las enormes diferencias entre ellas y lo bien que éstas ponen de manifiesto la enorme evolución de este músico excepcional al que, pese a mi enorme admiración por su arte, voy a intentar ponerle aquí algún reparo. En cualquier caso, y como no podía ser menos, las tres interpretaciones son de enorme categoría.
La lectura con la Philharmonia ofrece una soberbia ejecución por parte de la orquesta británica y una magnífica exposición de todos y cada uno de los planos sonoros por parte de una batuta que domina de maravilla los medios a su servicio (¿quién dijo que Giulini no tenía técnica?). Todo ello dentro de un acercamiento de inmejorable ortodoxia en la que todos los ingredientes de la partitura, desde la rusticidad sonora bien entendida hasta la garra dramática pasando por el lirismo amargo y reflexivo, están equilibrados entre sí sin dejar espacio para lo pintoresquista, lo trivial o lo vulgar. Es decir, poesía a raudales pero ni la menor concesión de cara a la galería. Música para sentir y para pensar, no para pasar el rato. La pega es que todavía le falta un poquito de personalidad, de imaginación quizá, sobre todo en un último movimiento. Decididamente, las maneras de hacer del maestro aún no habían alcanzado su plenitud.
En la grabación de Chicago Giulini sí que es ya plenamente él mismo, para lo bueno y para lo no tan bueno: el primer movimiento, ahora más depurado –y con repetición–, ha perdido la fuerza y el carácter agreste de su grabación con la Philharmonia. Pero el Largo se encuentra ahora mucho más paladeado (13’44’’ frente a los 12’33’’ de la anterior ocasión) gracias a esa asombrosa capacidad del italiano para cantar las melodías con una maravillosa mezcla de hondura filosófica y ternura humana, siempre con un fraseo de naturalidad y flexibilidad pasmosas. El Scherzo también ha visto desaparecer parte de su garra: ahora resulta severo e inquietante, con un trio que sustituye la extroversión de antaño por un carácter más bien naif y un punto onírico. En cualquier caso, se encuentra diseccionado de manera portentosa. El final, por su parte, sabe aunar belleza melódica y fuerza trágica sin la menor concesión a la retórica vacua a pesar de tener delante a los increíbles metales de la Chicago Symphony, y lo hace –ahora sí– logrando profundizar en todos los pliegues expresivos. La toma sonora, lástima, resulta un tanto extraña y no posee toda la gama dinámica deseable; probablemente ganaría con un nuevo reprocesado.
En la grabación de Amsterdam el maestro italiano recorre la misma distancia que había entre las dos anteriores, y lo hace en la misma dirección: perder sabor rústico, empuje y garra dramática para ganar en humanismo, cantabilidad y depuración sonora. Se trata, por tanto, de una interpretación esencial, desmaterializada y trascendida, muy meditativa y nada épica, paladeada con infinita delectación (el Largo se extiende hasta los 15’26’’) pero sin morosidad, fraseada con una calidez fuera de lo común y cantada con toda la italianidad esperable, aunque dicha también con una densidad sonora emparentada con lo centroeuropeo. En este sentido, la portentosa Orquesta del Concertgebouw resulta, con su proverbial maleabilidad, el instrumento idóneo para sonar con ese empaste sensual propio de Giulini tan atento a las voces intermedias; esta última circunstancia, unida a la falta de rusticidad por la que apuesta el maestro, hace sonar a esta música más cerca de Brahms que del propio Dvorák. Sin duda habrá quienes, con razón, echen de menos "sabor checo".
Por todo lo expuesto, parece claro se trata de una realización discutible, no precisamente en lo técnico pero sí en lo estilístico y en lo expresivo, más aún cuando entre los minutos 7 y 8 del último movimiento asoma una ensoñación excesivamente relajada que roza la blandura. En cualquier caso, esta es la visión última de un profundo humanista que al final de su vida quiso superar los conflictos –que no negarlos, ni dejarlos a un lado– haciendo que belleza sonora y hondura expresiva alcancen la perfecta fusión para expresar su amor infinito por el ser humano y sus circunstancias.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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7 comentarios:
Los italianos no tienen ninguna orquesta de relumbrón pero siempre han tenido y tienen grandes directores, que son invitados y algunos de ellos titulares de las mejores orquestas del mundo.
La influencia de ITALIA en la música, digamos culta, ha sido enorme y me da mucha envidia, sana o no sana. Por ejemplo, los tiempos se ydentifican en idioma italiano ¿no? y algunas de las más grandes óperas están en italiano, por no hablar de sus compositores y grandísimos cantantes de ópera.
Me dan mucha envidia.
Los italianos han realizado la gran revolucion a la musica antigua, conjuntos como Il giardino Armonico,Europa Galante, o la Orquesta barroca de venecia han añadido una vision mas acerada y sensual a la musica del barroco, sobre todo en Vivaldi. Con respecto a la envidia, Italia no ha dado en el siglo XX voces tan gloriosas como Caballé, Domingo o Victoria de los Angeles, y a mi no me da envidia ver el nivel de los italianos,al contrario, lo disfruto muchisimo.
...y Pilar Lorengar, que hizo de Pamina en una de las versiones más sublimes de la ópera más sublime, La Flauta Mágica, con Solti y una Filarmónica de Viena insuperable y maravillosa.
De todas formas, yo me refería sobre todo a los directores de orquesta italianos, con una tradición y un prestigio muy por encima de los pocos directores españoles que han destacado algo a nivel internacional.
Otto Klemperer con la misma Philarmonia puede ser la referencia para esta sinfonia de Dvorak y Giulini un poco por debajo.
Interpretaciones de la 9na de Dvorak a tener en cuenta para incorporar a una discoteca fundamental :
Kertesz-Filarmonica de Viena
Szell-Cleveland
Ancerl-Filarmonica Checa
Saludos a todos !!!
Gracias por las recomendaciones. Esa de Kertesz la conozco, aunque no estoy de acuerdo con la opinión generalizada de que sea mejor que la que tiene con la London Symphony: las dos me parecen formidables. Szell y Ancerl no recoerdo haberlas escuchado. Procuraré remediarlo.
Hola Fernando
al fundamental listado de las mencionadas interpretaciones agregaría en primer lugar la del mas grande:
1- Furtwängler, Berlin 1941. Phillips muy original como acostumbra el Maestro. eso sí: abrónchense los cinturones porque no es una experiencia para tibios!!
luego sumaría esta:
2- Ancerl, Italia 1958 mas sanguínea que la de estudio.
Hay mas obviamente pero de las que recuerdo en este instante estas me parecen obligatorias,
Muy Cordial Saludo
Julián
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