He escuchado el disco comparando –con la excepción de Jérusalem, de la que no he localizado alternativas– estas realizaciones con las grabadas en los setenta por Muti y Karajan, muy diferentes entre sí: circunspectas, de enorme vigor rítmico y altísimo voltaje teatral las del italiano, más densas, flexibles y voluptuosas, más atmosféricas, también a veces hinchadas o en exceso decadentes, las del maestro salzburgués, realizadas en cualquier caso con brillantez y refinamiento extremos.
Riccardo Chailly está, lógicamente, mucho más cerca del primero que del segundo: son versiones mucho antes teatrales que sinfónicas, muy mediterráneas, llenas de luz –nada hay aquí del “goticismo centroeuropeo” que en algunas de estas piezas resulta revelador–, versiones que además están dichas con una rusticidad sonora bastante adecuada en este repertorio y un “descaro” muy italiano. Ahora bien, hay diferencias entre ambos. El milanés frasea sin la sequedad de un Muti, muy deudor de Toscanini en Verdi, y ofrece un poco más de frescura, de salero, de encanto si se quiere, con una cantabilidad más suelta, más espontánea; ahora bien, no alcanza ni mucho menos la electricidad de su colega, ni su exactitud en el ritmo, ni menos aún su transparencia.
En este sentido, las interpretaciones de Chailly a veces dan la impresión de no estar del todo trabajadas ni en lo técnico ni en lo expresivo, de encontrarse más atentas a la globalidad del trazo que al detalle, incluso de estar dichas un tanto de pasada… También hay un regodeo constante en los efectos de la percusión que no tiene tanto que ver con el sonido “a banda de pueblo”, en el mejor de los sentidos, que caracteriza a la escritura verdiana, sino con cierto deseo de armar ruido para epatar al personal. Vamos, que a mí me parece que es cierto eso de que cuando el milanés se fue de la Concertgebouw se dejó allí parte de su talento, y no solo en su disparatado Beethoven que ya comenté por aquí. Insisto, este es un Verdi en general notable, a veces más que eso, pero no a la altura de las circunstancias. Tampoco es que la Filarmónica de la Scala sea precisamente el colmo del virtuosismo y la musicalidad.
Las interpretaciones que más me han gustado son las de Alzira, Il Corsaro y Jérusalem. El ballet de esta última es –con diferencia– la música menos extraordinaria aquí incluida, pero curiosamente la mejor interpretada: posee frescura, vivacidad, chispa y una enorme comunicatividad sin caer en el error de afrancesar la sonoridad. Lo peor del disco, el preludio de Traviata, una interpretación correcta, sin narcisismos, pero bastante anémica, carente tanto de aliento poético como de tensión dramática. El resto de las oberturas, muy bien. Pero solo eso. Lo mismo se puede decir de la toma sonora. ¿Disco recomendable? Supongo que sí, aunque deja un agridulce sabor de boca.
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