Tardó bastantes años el sello amarillo en pasarla a compacto, y cuando lo hizo fue para descatalogarla poco después. Solo muy recientemente ha vuelto a recuperarla para el mercado, y lo ha hecho en una caja de la serie Collectors Edition en la que por fortuna no se han eliminado los complementos sinfónico-corales que figuraban en la edición original. Ignoro si se han incluido las nuevas remasterizaciones que de algunas de las sinfonías se ofrecieron en la serie Eloquence, que mejoraban el sonido: yo lo que tengo es la caja de la primera edición. Pues bien, ahora que está a punto de aparecer la primera entrega en DVD y Blu-ray de la tercera integral del maestro (semi-integral: de la Cuarta en adelante), parece el momento de sintetizar las notas que he ido tomando a lo largo de estos últimos meses mientras volvía a escuchar su contenido.
Pero antes quisiera traer aquí las palabras que sobre esta integral escribió Ángel-Fernando Mayo en 1994 en el extra La música sinfónica en disco de la revista Scherzo:
El interés permanente de la primera producción (…) se fundamenta en la calidad de la Sinfónica de Chicago -primer ciclo con orquesta americana- y en la generosidad de la oferta: la Sinfonía Cero y, de propina, el Te Deum, el Salmo 150 y Helgoland. El interés relativo viene dado por la dirección del maestro argentino-israelí en función de lo que ya está deparando el segundo ciclo. Barenboim enciende pasiones. Así, el primer ciclo levantó en su tiempo un clamor admirativo. Primero se aplaudió la utilización sistemática de la Primera Edición Revisada (Haas/Oeser), santificada ésta en general por Deryck Cooke en su ensayo El problema Bruckner simplificado; a continuación se habló de la herencia romántica de Furtwängler en el marco de realizaciones nuevas, juveniles, flexibles y ricas en espiritualidad; algo así, pues, como el Nuevo Testamento de la gran tradición artístico-musical señoreando por encima de la honrada artesanía de Jochum, de Wand… y hasta de Haitink. Mas el principio capital, el orgánico, falla aquí y allá en los registros brucknerianos del joven Barenboim (…) Todos los indicios apuntan a una mayor sazón de Barenboim como bruckneriano en su segundo ciclo.No seré yo quien le enmiende la plana al malogrado crítico, pero tampoco voy a ocultar mi opinión. Creo que nos encontramos ante un gran ciclo Bruckner, aunque también ante un ciclo relativamente inmaduro. En su momento creo que fue, ante todo, un ciclo necesario. Hacía falta ofrecer con la máxima calidad tecnológica el Bruckner escarpado, furioso y visionario, mucho antes que meditativo o de “fe inquebrantable en el Buen Dios”, que en tiempos hacía Furtwängler; y hacerlo con una orquesta de virtuosismo muy superior a las de la era del sonido monofónico y sin la necesidad de recurrir a los tirones de tempo ni a los desequilibrios estructurales que afectaban a las interpretaciones del mítico maestro. Vamos, que lo que Mayo apuntaba con no poca ironía es para un servidor una verdad como un templo.
Lo que ocurre es que Barenboim, nacido en 1942, andaba todavía por la treintena cuando grabó este ciclo, lo que significa que su aproximación no se había enriquecido con la perfección técnica, la concentración y el absoluto control de los medios que exhibirá en su posterior integral con la Filarmónica de Berlín para Teldec; ni tampoco con el enfoque mucho más plural que el maestro anda ofreciendo en los últimos tiempos, es decir, el de sus filmaciones con la Staatspakelle de Berlín que están empezando a salir en el sello Accentus (que conozco parcialmente gracias a la retransmisiones televisivas) y el de la integral que ha ido desgranando en el Festival de Música y Danza de Granada, de la que di cuenta poco a poco en este mismo blog. Es el de Chicago, por ende, un Bruckner “juvenil” y un tanto unilateral, muy inmediato, brillante y comunicativo, también combativo y desafiante, pero a veces falto de la sensualidad, del humanismo y de la hondura que hoy sí el maestro es capaz de ofrecer… aunque sea a costa de perder un poco de la rebeldía de antaño. No se puede tener todo.
Breves apuntes sobre cada sinfonía, en orden cronológico de grabación. La Cuarta se registró en el Medinah Temple en 1972 y es un magnífico ejemplo de las virtudes e insuficiencias de este Bruckner. Se trata, así, de una lectura escarpadísima, extraordinariamente tensa, incandescente y furiosa, que por ende ofrece una visión nueva de la obra, pero que lleva tan a extremo sus planteamientos que a la postre resulta demasiado unilateral; incluso el scherzo bordea lo disparatado. Además, la arquitectura se resiente de tanto ímpetu, yuxtaponiendo momentos intensísimos -cálido y con un clímax muy escarpado el Andante- sin planificar los grandes arcos de tensiones. La orquesta responde al cien por cien a las locuras que plantea la batuta.
La Novena es de 1975. Fue el primer disco Bruckner que escuché en mi vida. En su momento fue un impacto para mi trayectoria de melómano. Lo que ocurre es que hoy puedo comparar con lo que con esta cumbre del sinfonismo de todos los tiempos han hecho otros maestros. La de Barenboim permanece como una visión extremadamente tensa, pero entre tanta angustia y fuerza visionaria el de Buenos Aires deja un tanto a un lado la sensualidad, el lirismo y la cantabilidad humanística que contiene la partitura; particularmente en el Adagio, sin la belleza ni la congoja que con la misma orquesta poco después conseguirá Carlo Maria Giulini en su increíble recreación para EMI, por aquí comentada, y no digamos en la de DG con la Filarmónica de Viena.
Las restantes sinfonías se grabaron ya en el Orchestra Hall de Chicago. De la Quinta, registrada en 1977, escribió Ángel Mayo en el artículo antes referido que Barenboim “no ha alcanzado a desentrañar la compleja estructura del primer movimiento ni se le ha dotado del éxtasis místico del desarrollo (el goteo argentino de la flauta resbalando sobre los pétalos de los violines) que se halla en Furtwängler y Jochum”. Esto de acuerdo en lo último: interpretación no resulta, como la mayoría de las de esta integral, apta para quienes busquen ante todo semejante clase de experiencias extáticas, sino más bien para los que se interesen por el lado más áspero y desafiante de la música. Pero no en lo primero, porque el citado Majestoso (sic) a mí me parece extraordinario. Sí le haría semejante reproche al movimiento conclusivo, en el que Barenboim parece perderse un poco entre tanta incandescencia sin otorgarle la imprescindible unidad. El Adagio es el menos rápido de los que le he escuchado a Barenboim, y por eso mismo el más convincente; la desazón que lo recorre resulta de lo más atractiva. En el Scherzo sobran algunos portamentos, pero aun así es irreprochable. En conjunto, gran interpretación; por cierto, solo tres años más tarde Sir Georg Solti firmaría con la misma orquesta una aún mejor.
En 1978 llegó la Sexta, una interpretación extraordinariamente apreciada por otros fans de Barenboim, no tanto por un servidor. Desde luego interesa el enfoque dramático y amargo, pero me parece que la arquitectura no está del todo bien trazada, apreciándose momentos en los que se pierde el pulso y otros algo precipitados, entre estos últimos la coda final. El primer movimiento está muy bien, en cualquier caso. El segundo, muy lento y paladeado, resulta mucho antes amargo que sensual. El tercero podría tener más nervio por parte de la batuta, pero la brillantez de los metales de Chicago termina deslumbrando. El cuarto parece algo discontinuo, epatando antes con el decibelio que con la tensión de la arquitectura.
Al años siguiente vinieron dos sinfonías y varios complementos. La Sinfonía Cero recibe una interpretación muy comprometida que mira claramente hacia el futuro. Es por ello una lectura de tensiones extremas, soslayando con semejante intensidad parte de los desequilibrios estructurales que afectan a la página. A destacar, en este sentido, cómo el segundo movimiento, más que lírico o contemplativo, resulta anhelante e inquieto, toda una constante en el Bruckner de Barenboim en esta época. Magníficamente recogidos por los micrófonos, por cierto, los numerosos impulsos sobre el podio.
En la Séptima la apuesta de Barenboim es de nuevo la de potenciar los aspectos más incandescentes de la música del autor, consiguiendo en los dos últimos movimientos unos admirables resultados gracias en buena medida a la brillantez de la orquesta norteamericana. Los dos primeros, sin embargo, necesitarían enriquecer esta perspectiva con una dosis mayor de hondura, y quizá también con mayor concentración en el fraseo, cosa que justamente el argentino logrará en su magistral recreación de 1992 con la Filarmónica de Berlín para Teldec.
Helgoland y el Salmo 150 reciben lecturas temperamentales y llenas de grandeza, pero también no del todo claras, quizá debido en parte por una grabación algo turbia. En la última obra, no del todo paladeada, realiza una correcta intervención la soprano Ruth Welting.
En diciembre de 1980 llegan tres nuevas sinfonías, ya en maravillosas grabaciones digitales. La Primera arranca con un Allegro dramático y muy rebelde, también algo más nervioso de la cuenta. El Adagio es rápido, poco contemplativo, y como era de esperar se encuentra lleno de desazón. Scherzo tenso pero muy controlado, sin llegar a la genialidad de Solti con la misma orquesta en 1995. El cuarto va poco a poco entrando en calor hasta alcanzar altas cotas de garra dramática.
Mejor aún la Tercera, donde el maestro consigue por fin una arquitectura perfecta, muy sólida, tensa y concentrada. Los movimientos extremos son sensacionales, culminando en una coda final visionaria a más no poder. Al segundo le falta un punto de emotividad y carácter humanista, al tiempo que los aspectos dramáticos están muy bien reflejados. Muy impactante el Scherzo, al que podría dotar de mayor encanto.
En la que es su primera grabación de la Octava, Barenboim deja ya bien claro que la suya no es una visión mística, sino abiertamente dramática, por momentos terrorífica. A poner en sonido su concepto le ayudan una asombrosa concentración en la arquitectura -solo la coda final, por querer ser por completo antirretórica, se precipita un poco- y una orquesta capaz de ofrecer los fortísimos más atronadores que imaginarse puedan -increíble matización de la gama dinámica- sin perder redondez. Los dos primeros movimientos luego no han vuelto quizá a salirle tan extraordinariamente bien; en el sublime Adagio, sin embargo, todavía tendrá el de Buenos Aires que decir su última palabra.
En 1981 se cierra el ciclo con una Segunda lenta, de cuidadísima y concentrada arquitectura, mágica en sus múltiples silencios, muy bien paladeada en los pasajes líricos y adecuadamente encrespada en los épicos. Admirable la unión de la sonoridad brillante de la orquesta con la tendencia de la batuta a ofrecer una robustez y un empaste centroeuropeos. Sobra, quizá, cierto encorsetamiento, al menos en el Scherzo, y como al resto de las interpretaciones de esta integral se puede pedir un punto más de carácter humanista, cosa que nuestro artista va a conseguir con el tiempo: la que le disfruté en Granada en julio de 2011 al maestro me parece no solo mejor que la de Chicago en este sentido, sino una de las mejores recreaciones brucknerianas que he escuchado nunca.
En cuanto al Te Deum, ya dije en este blog que se me parece una espléndida versión, particularmente por su cuarteto solista, pero no tan excepcional como las otras dos que ha grabado el maestro.
Muy en resumen, un Bruckner que reivindica -como su integral posterior para Teldec, pero en general con un grado menor de madurez- los aspectos menos místicos y más inquietantes del autor. Difícilmente entusiasmará a quienes vean a este compositor desde la religiosidad más confiada. Muy interesante, por el contrario, para quienes en esta música quieran sentir el terror ante el Más Allá.
13 comentarios:
Por si no la conoce: Hay una entrevista muy antigua a Baremboin en Ritmo, cuando era sólo pianista o empezando la dirección, en la que confiesa que se hizo director de Orquesta para interpretar a Bruckner. Piense que, entonces, Bruckner era como la bicha.
Pues no sabía nada de la entrevista ni de las declaraciones, así que muchas gracias.
En cuanto a Bruckner, no hace muchos años un crítico presuntamente serio escribió en un diario andaluz algo así como que era un compositor de ostinatos perpetuos que daban ganas de invadir Polonia. Y se quedó tan ancho...
A pesar de las pequeñas discrepancias que puedan existir con la crítica del malogrado señor Mayo, fíjate que en la referida Guía Sinfónica de Scherzo otorga una E (de excepcional)a la séptima de Barenboim perteneciente a su segundo ciclo para Teldec con la Filarmónica de Berlin, que ya había sido públicada por entonces.Por mi parte comparé entonces esta versión con la última de Wand con la Filarmónica de Berlin (RCA) y sinceramente creo que no había color, a favor de Barenboim.
Mayo era serio a carta cabal y sus análisis wagnerianos parecen auténticas tesis doctorales.
No aporto nada con mi comentario. Únicamente intervengo para poder decir algo.
Esta entrada no tiene la menor intención de menospreciar a Ángel-Fernando Mayo. Simplemente intento explicar mis discrepancias en lo que al Bruckner de Baremboim se refiere, por otra parte no muy grandes, aunque sí importantes en un punto: a este señor, sin duda gran crítico, le gustaba más el Bruckner "religioso" que a mí.
Es una integral de nueva generacion un poco posterior a la de Haitink pero mucho mas interesantes. Me gusta mucho la 0, la 1, la 5 y la 8. La sexta generalmente se ha dicho que es lo mas flojo de la integral, y luego la tercera creo que no puede competir con su superlativa version en Berlin. Creo que para las sinfonias 1 y 2 la perdida de esa furia y cierta angulosidad le ha perjudicado, ahora son versiones mas reposadas y paladeadas. En el caso concreto de la octava, el primer movimiento es demoniaco, y conecta con la octava del 44 de Furtwangler. En cuanto a la primera, la partitura de 1891 es plenamente valida y no entiendo las reticencias de ciertos brucknerianos, sobre todo el ultimo movimiento tiene unos hallazgos bellisimos.En resumen, una integral mucho mas interesante que la sobrevalorada de Jochum/DG, y que abrió la vía a otra integral aspera y fascinante, la de Inhal.
Un detalle curioso es que Barenboim registró en los 60 para EMI el TE DEUM, y la misa nº2 y nº3, estas dos ultimas obras que no volvió a grabar, asi como las sinfonias nº1 y nº2 de Elgar que son a mi gusto interpretaciones bastante bruckerianas,estas para CBS.En definitiva, que no es una integral tan a tumba abierta como se suele pensar, ya tenia un rodaje en el compositor austriaco.
Estimado Sr. Fernando:
Desearía saber, ¿cuál es su versión favorita, EN ESTUDIO, de la séptima sinfonía de Bruckner? Muchas gracias.
Saludos cordiales,
Romina
¿En estudio, estudio? ¿No valen las ediciones comerciales de registros en vivo? En ese caso, la de Solti/Chicago (Decca, 1988), seguida por la de Böhm/Viena (DG, 1976).
Si admitimos los live, en primerísimo lugar la de Celibidache con la Filarmónica de Berlín (en DVD y Blu-ray, comentado por aquí) y la de Barenboim/Berlín. Ah, la admirable de Karajan/Viena (DG, 1989) me parece que también procede de un concierto.
Un cordial saludo.
Estimado Sr. Fernando:
Sí valen las ediciones comerciales de registros en vivo. Ahí tenemos el caso de las grandiosas versiones de Furtwängler (Berlín 1949, no confundir con la de Roma o El Cairo), Böhm (Audite) y Karajan (1989). No así las versiones de Wand y Sanderling (Hänssler Classic) que utilizan la edición Haas o la versión de Giulini (BBC Legends) que incorpora un absurdo triángulo.
Por otra parte, no conozco la versión digital de Solti ni tampoco su sesentera versión con la Filarmónica de Viena. Los "críticos musicales" siempre asesinaron al Bruckner de Solti. Por tal motivo, yo pensé que usted se inclinaría por alguna de las versiones de estudio de Karajan, Jochum, Böhm, Haitink, etc..
Sin embargo, agradezco muchísimo que me haya respondido.
Saludos cordiales,
Romina
Muchísimas gracias por las recomendaciones. Romina. Por cierto, me recuerda usted que se me olvida citar a uno de lis brucknerianos preferidos, Giulini, aunque su Séptima con la Filarmónica de Viena no sea una de mis primeras elecciones de la obra.
Sobre el Bruckner de Solti, le confieso que no siempre me gusta: junto a esta Séptima gloriosa (lo es también la filmación en DVD, la de Viena antigua no la conozco), o una excelente Primera, encuentro que el maestro se mostraba en exceso nervioso en otras sinfonías del mismo autor.
Un cordial saludo.
Interesante entrada. Soy melómano de hace tiempo y me gustan algunas cosas de Bruckner. Aun conservo el casete doble original con folleto, comprado en muy buen estado en el 2002, en la antigua librería Bucholz de la cra 15 con calle 73 en Bogotá. Particularmente me gusta mucho el estilo de dirección de Barenboim aquí: es contenido, pero a la vez poderoso y lírico, haciendo honor al espíritu de grandilocuencia en el sentido de música absoluta del organista. Sobre todo me parece fascinante el Te Deum. La interpretación conseguida por Barenboim es superior a muchas, incluído el tan cacareado Karajan, que resulta soso, simple y tediosamente elefantiásico. David Rendall consigue unos matices metafísicos subrayados por el gran Samuel Ramey en una grabación impecable. La he conseguido en digital y es portentosa, no me canso de escucharla varias veces. Creo que en este registro, Barenboim se aproxima al estilo del gran Celibidache, incluso superándolo. Saludos desde Bogotá. Visiten mi blog y compren mis libros, por favor: http://www.autoreseditores.com/andres.fernando
Muchas gracias por las aportaciones, Valdemar. Además, y como siempre, los mensajes desde el otro lado del océano son especialmente bien recibidos. Un cordial saludo.
El Bruckner de Solti es irregular: tiene versiones absolutamente referenciales y otras flojas (técnicamente perfectas pero sin aportar nada nuevo, y como señala Fernando, algo ligeras, insípidas, demasiado rápidas).
Entre las versiones referenciales: la primera, cuarta (para mi), quinta, sexta, séptima y novena.
Entre los pinchazos: la segunda, tercera y octava.
El gran fallo del "ciclo" de Solti es precisamente la Octava, una sinfonía que conocía bien (la había grabado antes) pero que no maduró (sigue siendo una lectura rapidísima), y que grabó extrañamente durante una gira.
Pero en conjunto es un gran bruckneriano, y su ciclo contiene unas pocas joyas de primer nivel (las hay de igual nivel, pero no mejores).
En cuanto a Barenboim, su ciclo de Chicago es el que peor conozco. Si lo he entendido bien, mantienen vigencia, incluso comparando consigo mismo, la primera, segunda, tercera y octava. ¿Correcto? El enfoque general también parece original, así que el conjunto puede merecer la pena.
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