A quien esto suscribe no le hace particular gracia eso de dividir la orquesta en dos, pero reconozco que me lo paso bien con la cuadrafonía "espectacular" en determinadas ocasiones que no tienen que ver mucho con la música clásica. Es el caso de la grabación que traigo hoy aquí, nada menos que la banda sonora que para la película Terremoto -emblemático ejemplo del cine de catástrofes- compuso en 1973 John Williams, editada en su momento en Japón en un multicanal muy aprovechado con las secciones rítmicas pop colocadas tanto delante como detrás del espectador. El trasvase a DVD -sin imagen, claro- está muy bien realizado, y de hecho la pista con efectos sonoros "de terremoto” incluida al final, aparte de meterle caña a nuestro subwoofer, da buena cuenta del amplio rango de frecuencia con que contaba la grabación original. El archivo -que ha de ser “quemado” en el ordenador con ImgBurn o un programa similar- lo pueden ustedes descargar en el siguiente enlace.
En cuanto a la música propiamente dicha, se trata de un buen ejemplo del Williams anterior a Star Wars, por lo que tiene muy poco que ver con ese neo-sinfonismo que él mismo con la trilogía galáctica tanto contribuyó a instaurar, y mucho con el estilo pop que, con un Bernard Herrmann y un Miklós Rózsa cada vez más alejados de la gran pantalla y un Alfred Newman ya fallecido -fue él quien cuatro años antes había puesto música a la primera película de catástrofes: Aeropuerto- campaba a sus anchas en el Hollywood de los la primera mitad de los setenta gracias en buena medida a Henry Mancini. De hecho, el concepto de este disco -y también el estilo de alguno de sus cortes- sigue con fidelidad el que con sus Charadas, Arabescos y Panteras Rosas este último compositor había arrasado en el mercado un par de lustros atrás: poca música incidental y mucho pop arreglado ex-profeso para el disco a partir de la partitura original o de la música diegética compuesta para el filme.
En el caso que nos ocupa el aroma setentero es inconfundible, mezclándose alegremente la música ligera, el jazz melódico, el blues y unas gotas de funky. Hay también algunos aires a lo Aaron Copland que apuntan con claridad hacia el Williams digamos intimista de época posterior. A ello se añade -utilizaremos esta terminología incorrecta para entendernos- un sinfonismo “atonal” que articulado sobre breves diseños rítmicos que se suceden uno detrás de otro, en buena medida con el piano como protagonista, sazonados por eficaces irrupciones de la percusión, dando como resultado el estilo que para la música incidental más o menos inquietante se puso de moda en esa época con autores tan dispares en el fondo como Lalo Schifrin, Ennio Morricone, Jerry Goldsmith o -por descontado- el que nos ocupa. Y nuestro querido John Williams lo hace, claro está, no solo con una enorme profesionalidad y un apabullante dominio de los estilos y recursos a su disposición, sino también con altísima inspiración, justo como había hecho antes con La aventura del Poseidón o estaba haciendo ese mismo año en la más célebre cinta del género, El coloso en llamas. Alguien dirá que todo esto es en gran medida música de ascensor. Pues sí, pero de la buena. Por eso la recomiendo.
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