Es justo lo que me pasó anoche, cuando fui a ver, sin saber a quién pertenecía la banda sonora, la película Snow White and the Huntsman, una peculiar relectura del mito de Blancanieves, claramente destinada al público adolescente, a medio camino entre el “realismo sucio” que en los últimos años se ha puesto de moda en el cine de ambientación medieval y el “realismo mágico” de los cuentos de hadas. Desde el principio me molestó muchísimo la partitura, y en los dos sentidos posibles, esto es, como música en sí misma y como música aplicada a la pantalla: una mediocre síntesis entre, por un lado, un sinfonismo grandilocuente y vacuo, melifluo en los momentos líricos y ruidoso en los épicos, y por otro una transcripción para gran orquesta de la música de sintetizadores -con su machacones ostinatos rítmicos- impuesta por Hans Zimmer. Todo ello funcionando mal con la imagen, subrayando lo obvio y marginando la sutileza.
Al final, mientras sonaba una horrorosa canción pop que no ocultaba las pretensiones comerciales de los productores, vino la solución: James Newton-Howard (Los Ángeles, 1951), es decir, uno de los compositores más detestados por quien esto suscribe a lo largo de los últimos lustros. Repaso ahora el vídeo de YouTube con una selección de la partitura y confirmo mi impresión inicial. ¡A dónde hemos llegado en el mundo de la banda sonora tras la espléndida década de los ochenta! Cuando pienso en el Jerry Goldsmith de Legend, por ejemplo, se me abren las carnes. Por cierto, la película no es del todo mala, e incluso hay algunos momentos malsanos muy atractivos. Y Charlize Theron está estupenda.
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