Con Rozhdesvensky Marte es hosco, opresivo y especialmente siniestro; su Venus es lento, primorosamente paladeado, muy emotivo y sin asomo de blandura o narcisismo. Mercurio es por el contrario rápido, nervioso y escurridizo. Júpiter más solemne que alegre, con buen aliento lírico y un tratamiento incisivo de las maderas. Saturno arranca con una atmósfera muy gótica y concluye con gran nihilismo, como debe ser. Áspero y amargo Urano. Neptuno, más que místico, ofrece un inquietante distanciamiento. Si no fuera por la orquesta y por la toma sonora, esta interpretación la pondría en el podio de honor junto a las de Previn con la Sinfónica de Londres y la de Karajan con la Filarmónica de Berlín, que siguen siendo -sobre todo la última citada- favoritas de quien suscribe, sin menoscabo de mi afinidad con el citado Herrmann.
Lástima que el Britten tampoco suene lo suficientemente bien, porque se trata de una recreación sensacional por su claridad, por su tímbrica coloreada e incisiva, por el entusiasmo con que está llevada y, sobre todo, por la imaginación y personalidad que despliega un Rozhdestvensky que destila las mejores esencias humorísticas de la obra desde un punto de vista particularmente sarcástico y burlón. El resultado es revelador (¡nunca se había escuchado “tanta música” en esta obra eminentemente didáctica!) y arrebatador. Disco para no perderse.
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