miércoles, 18 de enero de 2012

Adiós a Leonhardt

Me he despertado esta mañana leyendo en el blog “El patio de butacas” (enlace) la triste noticia de la desaparición de Gustav Leonhardt. No suelo publicar aquí obituarios, entre otras cosas porque no tiene sentido repetir lo que el mismo día otros dicen mucho mejor que yo, pero me parece que lo mínimo que el enorme músico holandés se merece por mi parte es que recupere este breve texto que escribí hace bastantes años, en 1999 concretamente, para el Teatro Villamarta de Jerez con motivo de su actuación al frente de la Orquesta Barroca de Friburgo.
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"Uno de los mayores e inaprehensibles fenómenos que haya conocido la interpretación musical de esta segunda mitad de siglo." Con esta clarividente contundencia ha descrito Jesús Trujillo en las páginas de Ritmo (Junio 1998) el arte del genial clavecinista, organista, director y musicólogo holandés Gustav Leonhartd con motivo de la publicación por parte del sello Teldec/ Das Alte Werk de una edición especial de veintiún compactos recogiendo buena parte de los más de cien discos que permanecen como testimonio de una de las más largas, honestas, arriesgadas y apasionantes trayectorias artísticas que se han conocido en nuestro tiempo.


Desde que en 1950, con sólo veintidós años, se presentara en Viena con una obra del calibre de El Arte de la Fuga, Leonhardt ha desarrollado una carrera en la que no sólo ha mostrado una deslumbrante destreza técnica frente al teclado y profundizado como nadie lo ha hecho en este siglo en las entrañas de la insondable obra de Johann Sebastian Bach, abordando con la misma lucidez páginas de Froberger, Scarlatti o Rameau. También ha sido uno de los padres de la denominada escuela germano-holandesa, que protagonizó la más feroz revolución interpretativa de la música barroca que se ha conocido, reivindicando a la hora de abordar este repertorio, tan deformado por las maneras propias del postrromanticismo, algo que entonces pareció a muchos una moda pasajera: la adecuación estilística (afinación, articulación, ornamentación) a la estética de los siglos XVII y XVIII, acompañada por la recuperación de la peculiar sonoridad de los instrumentos antiguos.

Testimonio revelador de la labor de estos pioneros es una empresa discográfica que aún hoy permanece como la más ambiciosa jamás realizada: la grabación de las 199 cantatas religiosas de Bach que se han conservado. El proyecto lo iniciaron en 1971 Leonhardt y su colega Nikolaus Harnoncourt, repartiéndose entre ambos al cincuenta por ciento la dirección de las obras y trabajando de manera independiente pero con la suficiente coordinación como para lograr un resultado homogéneo. Repasando la lista de colaboradores nos encontramos con nombres que hoy día son figuras señeras de la interpretación del Barroco: por sólo citar los más significativos, el contratenor René Jacobs, el cellista Anner Bylsma, el flautista Frans Brüggen y, sobre todo, el director coral Philippe Herreweghe y su Collegium Vocale de Gante (¿recuerdan la fascinante Pasión según San Mateo que nos ofrecieron el pasado abril?).

En 1981 finalizó la gigantesca labor: cuarenta y cinco volúmenes -trasvasados hoy a un total de sesenta discos compactos- con una música excelsa, hasta entonces casi desconocida, en interpretaciones hoy día un tanto superadas por las nuevas generaciones de intérpretes, pero en ese momento totalmente novedosas, arriesgadas y reveladoras.

¿Cómo es el Bach de Gustav Leonhardt? Quienes le hemos visto en directo y nos hemos acercado para pedirle un autógrafo y manifestarle nuestra profunda admiración podemos responder que es, sencillamente, como la propia persona: serio, respetuoso, austero, aislado en su complejo mundo interior, ajeno por completo a la vanagloria mundana, y al mismo tiempo cálido, cordial, transparente y profundamente humano.


Con todo, para ser sinceros hemos de reconocer con Jesús Trujillo que, "cuando empuña la batuta, Leonhardt muestra su rostro más severo, su faz más científica. (...) Demasiado preocupado por las -a veces ofuscadoras- realidades históricas, demasiado concentrado por dominar un instrumento cuyas fuerzas no consigue doblegar, el Leonhardt director no despliega su inspiración con el mismo ardor y autoridad que caracteriza al hombre del teclado".

Sea como fuere, la presencia del anciano Leonhardt al frente de la magnífica Orquesta Barroca de Friburgo, haciendo sonar la asombrosa música del compositor del que ha sido y es su más excelso intérprete, supone uno de los mayores acontecimientos culturales que ha conocido Jerez de la Frontera en los últimos años. A nosotros nos corresponde actuar en consecuencia.

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PS. Los textos para este concierto y para otro del Cuarteto de Tokio que se ofrecía por las mismas fechas fueron las primeras notas al programa que me encargó el Villamarta. Me hizo ilusión, claro. Semanas más tarde me retiraron ambos encargos sin mediar explicación alguna, aunque me ofrecieron como "premio de consolación" publicar -obviamente sin cobrar- lo que ya había escrito de las mismas, que es lo que ustedes tienen arriba. Al acudir a los respectivos conciertos descubrí que las notas las terminó escribiendo Justo Romero. Perdóneme Leonhardt por enturbiar con esta anécdota mi pequeño homenaje.

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