Yo estuve en la función del sábado y me lo pasé muy bien, quizá por ser consciente de que no se pueden pedir peras al olmo: Petibon tiene la voz que tiene, es decir, la de una lírico-ligera de mediano volumen, rica en armónicos y dotada de maravilloso esmalte, pero con un registro grave trucado, cuando no inexistente. Y su estilo es el que es, siempre personal y recurrente a tics diversos, cuando no al grito mondo y lirondo. Tampoco era difícil imaginar que el estilo “español”, si es que existe tal cosa, le podía resultar un tanto ajeno. Pero insisto en que un servidor disfrutó mucho.
Comenzó Petibon con el “Vivan los que ríen” de La vida breve. No sé si será por las conexiones de Falla con el mundo francés, pero lo cierto es que le salió estupendamente, y no solo por su admirable línea de canto y por su intensidad emocional, sino también por un -en esta página- muy conseguido acento andaluz Espléndida estuvo asimismo en Cantares, de Joaquín Turina, recreados con elegancia sin amaneramientos. Seguidamente llegó el estreno mundial de Melodías de la melancolía, cuatro canciones de Nicolas Bacri (París, 1961) escritas ex profeso para Petibon sobre otros tantos poemas -a mi entender bastante mediocres- del colombiano Álvaro Escobar Molina. Me interesaron los dos primeros, una especie de “neoimpresionismo” con cierta inspiración, pero no me convencieron los restantes, particularmente el tercero, que sonaba -no lo digo esta vez como elogio- a música de películas. La dicción, francamente mejorable.
No se aplaudió demasiado, pero la insistencia de unos cuantos -yo entre ellos- arrancó lo que más le gustó al personal, la bellísima Canción de cuna para un negrito de Montsalvatge. He escuchado la pieza cantada de manera más hermosa y con mayor emoción (¡memorable Gallardo-Domâs hace años en Jerez!), pero al menos la pelirroja artista pudo aquí dar rienda suelta a su contrastado desparpajo cantando sentada en el escenario, desplegando una variada gestualidad y recostándose por completo en el final. Ahí sí se aplaudió a rabiar. Durante el intermedio hubo firma de autógrafos: me compré el disco y lo disfruté en el coche al día siguiente, aunque justo es reconocer en su contenido evidentes desigualdades.
Bueno, ¿y los dos ballets? Tanto en Petrushka -versión de 1947- como en La consagración de la Primavera el maestro Pons demostró una gran sintonía con el universo de Stravinsky ofreciendo recreaciones idiomáticas y muy bien expuestas, atentas al equilibrio de planos y a la claridad, obteniendo además un digno rendimiento de la ONE. Digno, pero solo eso. Estas dos partituras necesitan más, mucho más, para desplegar todo su potencial. Y no solo por parte de la orquesta, sino también de la de la batuta: si desde el punto de vista vertical la obra estuvo bien dicha, el discurso horizontal resultó más bien deslavazado, ayuno de la tensión y el nervio requeridos, excepción hecha -paradójicamente- de lo más difícil de todo, es decir, la danza final de la elegida en La sacre, donde por fin el maestro dio la talla. En Petrushka deberíamos destacar la manera en que la batuta puso de relieve los aspectos más líricos de la página y algunas muy estimables intervenciones solistas. Ojalá estas correctas interpretaciones hayan servido para que muchas personas hayan escuchado por primera vez en directo estas dos obras maestras absolutas.
Ah, la crisis también se ha hecho notar en la ONE: los programas de mano han quedado reducidos a un díptico con notas muy breves y contenidos mínimos. Que el programa completo, con las notas en su integridad, se puedan descargar desde la web de la orquesta (enlace) no me parece una solución convincente. Además, la ausencia de textos cantados debe considerarse una falta muy grave si tenemos en cuenta que cuatro canciones eran estreno absoluto.
1 comentario:
La Petibon es fascinante. Comparte con Natalie Dessay un físico demasiado delgado, muy alejado de las voluptuosas Netrebko y Garanca, pero las dos tienen un desparpajo y una gracia muy superiores a la calidad de su canto, muy notable pero no extraordinario.
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