Tuve el pasado fin de semana la oportunidad de escuchar los dos elencos de la Elektra de Strauss con que el Teatro Real abre esta temporada. El viernes 7 Deborah Polaski, Rosalind Plowright y Ricarda Merbeth encabezaban el reparto. El domingo 9 hacían los propio Christine Goerke -debutando el rol titular-, Jane Henschel y Manuela Uhl. La producción venía del Teatro San Carlo de Nápoles y fue responsabilidad en su momento del malogrado Klaus Michael Grüber. Frente a la Sinfónica de Madrid, Semyon Bychkov.
La dirección del maestro ruso es lo que más me sorprendió, por dos motivos. Uno, por obtener un formidable rendimiento de la formación madrileña, a la que pocas veces he escuchado sonar así de bien, tan empastada y al mismo tiempo tan maleable. El otro, tratarse de una realización muy diferente de la de su registro de 2004 que comenté en este mismo blog (enlace): si entonces se decantó por la teatralidad, la fiereza y las explosiones sonoras en perjuicio de la atención al detalle, en esta ocasión se ha perdido buena parte de la tensión de antaño –lamentablemente flácidos momentos clave como la entrada de Elektra o el arranque de la danza final- para en su lugar ofrecer una gama dinámica más matizada, un mayor vuelo lírico –mejor ahora el reconocimiento de Orestes- y una mucho mayor claridad en las texturas. El efectismo del final sigue sobrando.
En su filmación en la Ópera de París con Dohnányi, Deborah Polaski ofreció la que para mí ha sido la mejor Elektra desde que una increíble Rysanek se puso al servicio de Karl Böhm. Ahora la norteamericana ha perdido fuelle, pero quien tuvo, retuvo: la voz, aunque mermada, sigue siendo la que requiere el personaje, y en lo que a comprensión psicológica se refiere la artista ha avanzado mucho desde su antigua grabación con Barenboim. Además es un animal escénico, y eso se deja notar. Christine Goerke posee un instrumento menos dramático pero en cualquier caso considerable. En su prometedora pero aún inmadura recreación, menos fiera y atormentada que la de su colega, hay momentos de innegable belleza –encuentro con Orestes- que no debemos pasar por alto, aunque asimismo hay que reconocer que vocalmente presenta desigualdades; al menos fue así el pasado domingo, porque en el momento de escribir estas líneas -miércoles 12 por la tarde- estoy escuchando en directo la retransmisión radiofónica y la soprano se encuentra bastante mejor. Como actriz tiene que superarse.
Ninguna de las dos Klytemnestras me convence, porque las dos andan ya tocadas. Rosalind Plowright, la que está peor de las dos, es además una soprano, aunque su concepción del personaje me parece la más interesante: señorial y aterrorizada al mismo tiempo. Jane Henschel, a priori vocalmente mucho más adecuada, es más unilateral al ofrecer la “bruja” retorcida de toda la vida. Tremenda. Da miedo verla en escena. Bien Ricarda Merbeth, tirante en el agudo pero de voz hermosa. Mejor aún Manuela Uhl, como ya demostrara en la espléndida grabación de Thielemann (enlace). Muy poco interesante el engolado y aburrido Orestes de Samuel Youn, y todo un placer ver en escena al veterano rossiniano Chris Merrit haciendo de Egisto. Entre los comprimarios es de justicia destacar al joven sirviente de Jason Bridges.
Me gustó mucho la escenografía de Anselm Kiefer, el nombre estrella de esta producción escénica. De acuerdo con que el hormigón y el aspecto carcelario no sean ideas particularmente renovadoras, pero plásticamente el resultado es atractivo y cumple de maravillas su función. En lo que a la concepción del drama se refiere, no es fácil distinguir entre el original de Klaus Michael Grüber y la realización actual de Ellen Hammer, que no parece muy solvente a la hora de dirigir a los cantantes: el convencionalismo y la confusión camparon a sus anchas, por no hablar de lo rematadamente mal que estuvo resuelto el asesinato de Egisto. Ahora bien, hay interesantes ideas como el uso de las linternas por parte de los diferentes personajes o el pesado manto que hace cargar con sus culpas a Klytemnestra. También hay que agradecer la ausencia total de relecturas, provocaciones y disparates varios: después de haber visto vídeos como los de París (la escena es una lavandería) o Zúrich (en danza final aparecen bailarines ataviados con plumerío brasileño a ritmo de samba), se alegra uno de la sensata ortodoxia de esta producción. En definitiva, buenas funciones de Elektra. O al menos yo me lo pasé bien.
2 comentarios:
Coincido en todo. Vi solo un reparto (la Goerke haciendo de "loca del hacha" llega a acojonar con su pateo final) y me encantó. La escenografía industrial y la orquesta que sonó como nunca, junto con la Goerke, de lo mejor que ha pasado por el TR. Next, Pelleas et Melisande y después la temporada empieza a morir en Madrid...
A mí tampoco me hace mucha gracia lo que hay en el Real a partir de enero, aunque procuraré ir a La Clemenza. Y al Cyrano, por supuesto, pero por escuchar a Plácido.
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