El programa del viernes 16 de septiembre se abría con una página escrita por Jorge Fernández Guerra (web oficial) hace once años, El vuelo de Volland. No me parece que aporte nada en particular, pero su rica tímbrica, su tratamiento agresivo de la percusión, su bien calculada sucesión de tensiones y distensiones y su innegable teatralidad terminan enganchando.Vino a continuación una obra estrenada hace menos de dos años por los mismos intérpretes que la han ofrecido en Alicante, Of thee I sing de Stefan Lienenkämper; en ella el compositor alemán, contando con la participación de una viola d’amore solista y del tratamiento electrónico de este y otros instrumentos, logra una fascinante combinación entre “melodismo” y juego de texturas.
La segunda parte la integraban dos obras de 1971, la Decimoquinta de Shostakovich, que no necesita presentación, y el Fairytale Poem de Sofia Gubaidulina, primera obra orquestal de la compositora tártara, que casualmente fue estrenada -lo apunta Juan Manuel Viana en sus completísimas notas al programa- por quien también presentara la página del autor de La nariz, Maxim Shostakovich, con la que guarda más de un parentesco formal. La verdad es que esperaba más aún de Gubaidulina, porque junto a momentos de un fascinante lirismo hay otros que, dentro de su carácter eminentemente narrativo, resultan más bien insulsos.
El sábado 17 llegó el estreno mundial de Bennu, de Jacobo Durán-Loriga. Me aburrió un poco: sin duda el compositor madrileño (blog) sabe inyectar fuerza, tensión y hasta visceralidad a sus pentagramas, ofreciendo asimismo, dentro de una orquestación bastante densa, unas interesantísimas combinaciones sonoras entre los glockenspiels, pero el resultado me pareció un tanto reiterativo. Vino a continuación Alter Klang, de Benet Casablancas (web oficial), una página en la misma línea de la de su colega pero más comunicativa, con mayor fuerza expresiva y desde luego más virulenta; quizá también algo más larga de lo deseable, porque el discurso se agota antes de que acabe. Su final fue literalmente destrozado por un atrevido -se me ocurren calificativos más adecuados- que empezó a aplaudir en el último compás de la página para demostrar lo bien que conocía la obra.
Ya en la segunda parte, antes de la obra maestra de Lutoslawski, nos llegó una pieza que deriva de una partitura compuesta para el cine, concretamente para El joven Törless (1966) de Volker Schlöndorff: la Fantasía para cuerdas de Hans Werner Henze. Se podría pensar en Psicosis, de Bernard Herrmann, pocos años anterior, pero apenas hay relación: mientras que la página del norteamericano fascina gracias a su originalidad tímbrica y pujanza rítmica, la del alemán lo hace con la tensión polifónica y recurriendo a un melodismo muy hermoso pero nada facilón. Su atractivo es innegable. Sobre la Tercera Sinfonía del polaco no tengo nada que decir: una música tan impresionante como exigente a la hora de su interpretación (enlace).
En este sentido, no tengo reparos en afirmar que la ONE realizó un espléndido trabajo, no solo en esta partitura sino también, y con una sola excepción a la que luego me referiré, a lo largo de las dos sesiones. Buena parte del mérito ha de deberse a Nacho de Paz (web oficial), un señor al que hasta ahora no había escuchado y que me ha parecido rebosante de talento, no sólo por una técnica espléndida -que hubiera algún desajuste fue lo de menos- sino también por su capacidad para dar unidad al discurso, por su manera de inyectar tensión interna -su batuta tiende a subrayar los aspectos “expresionistas” de lo que tiene en el atril- y, sobre todo, por su intensa comunicatividad. Aún debe complementar su elevado sentido del ritmo con una mayor atención al color y las texturas, como también matizar de manera más minuciosa las dinámicas -el joven maestro tiende a las explosiones sonoras-, pero el resultado fue de lo más satisfactorio para tratarse de obras tan complicadas.
¿La excepción? Shostakovich. Y por parte tanto de la orquesta como del director. De Paz ofreció una dirección intensa, comprometida y certera en lo expresivo, con las aristas bien acentuadas, pero los clímax de las dos marchas fúnebres -en los movimientos pares- resultaron demasiado nerviosos, sin grandeza opresiva; además, subrayó excesivamente los timbales en el cuarto movimiento y encalló en la acongojante coda. En cuanto a la orquesta, el problema no estuvo en la sonoridad global sino en la calidad de sus solistas: en una partitura que requiere primeros atriles del más alto nivel, varios miembros de la ONE dejaron en evidencia sus relativas limitaciones. Señalemos, al menos, una admirable excepción, la del concertino Mauro Rossi.
El público resultó muy diverso: un tercio de invitados oficiales, otro tercio de matrimonios mayores que pasaban por allí (delante de mí había una pareja que no paraba de reírse de “esas músicas tan raras”) y un tercio restante de frikis y alternatas varios, que tal vez fuimos los más entusiastas. Desdichadamente no resultamos suficientes para ocupar las butacas del recién inaugurado Auditorio de la Diputación de Alicante, espléndido de acústica además de hermoso en exterior e interior. Por cierto, a ver si lo dotan de instalaciones y personal, porque eso de no existir un lugar donde tomar un vaso de agua -ni siquiera había una maquinita en los servicios- resulta de juzgado de guardia. Y ahora, a esperar que los alicantinos llenen tal contenedor de cosas interesantes, porque si no, apaga y vámonos.
2 comentarios:
Esperemos que los alicantinos estemos a la altura, pero ya te comenté que a día de hoy es un sueño que Alicante tenga temporada sinfónica(quizá la solución sería invitar orquestas foráneas, como se hace en Murcia). Para ver una orquesta de nivel medio (p. ej. la Sinfónica de Madrid) está claro que el precio no es menor de 20 euros. E Ibermúsica está cobrando más de 100 euros (aunque aquí influyen nombres como Barenboim, Abbado o Muti más que las propias orquestas). Y lo difícil será inculcar al público de aquí que ver clásica de calidad es algo caro, aunque yo pienso que la música no debe ser algo elitista y me da pena ver conciertos en Berlín o Viena llenos de altos ejecutivos y ricachones varios a los que la música les importa un bledo.
Eugenio Murcia introduce un asunto muy interesante que parece que lleva por el camino de la amargura a los gestores musicales.
Yo personalmente pienso que la clásica no será nunca un fenómeno de masas pero habría que enseñar a oírla un poco en el colegio y no colgarle el sambenito de carroza.
Mi experiencia en Valencia es que el paso al Auditorio y la sensible mejora de la Orquesta de Valencia hizo crecer, inesperadamente creo, la asistencia.
No está mal asistir de vez en cuando a un concierto de campanillas, pero se puede disfrutar de música con un pasable conjunto.
Y oír discos, etc, etc.
Y montar polémicas en estos foros.
Que siga.
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