Ofrecer en su versión íntegra y escenificada San Francisco de Asís de Olivier Messiaen es, se mire por donde se mire, unos de los proyectos musicales más ambiciosos y atractivos que se han vivido en Madrid en los últimos lustros. De ahí que resulten patéticos los denodados esfuerzos de algunas plumas por hacer el mayor daño al mismo, combinando –el cóctel no suele fallar- medias verdades con mentiras completas para ofrecer una imagen lo más negativa posible del evento desde hace meses. Semejante actitud me parece especialmente deplorable viniendo de personas que se dicen amantes de la cultura, y más aún por la utilización de argumentos de extrema peligrosidad como el de “esto no es lo que le gusta al público”. Puro “liberalismo”, claro, de ese que nos llega en las próximas elecciones generales: el mercado es el mercado, y lo que éste no demanda no ha de tener cabida en la oferta cultural. ¿Es de extrañar que estas mismas voces sean las que anhelan –y están moviendo los cables- para que Mortier se vaya del Teatro Real antes de lo previsto y sea sustituido por Plácido Domingo o por Giancarlo del Monaco? No, claro que no.
Otra cosa es la dificultad intelectual que supone acercarse a las cuatro horas y media de este título, no se sabe muy bien si ópera o no, pero en cualquier caso fascinante. Sobre el asunto les recomiendo que vean la excelente introducción de José Luis Téllez disponible en Youtube (enlace). El esfuerzo hay que hacerlo, ciertamente, y ya se sabe que hay personas que no están dispuestas a calentarse la cabeza con lo que consideran que debería ser tan solo una distracción (¿se imaginan que dijeran lo mismo de una pintura de Velázquez, por ejemplo?). A mí me costó entrar en San François. Mi primer acercamiento fue hace ya bastantes años, mediante la versión reducida de Salzburgo protagonizada por Dietrich Fischer-Dieskau: confieso que me aburrí, en parte por no disponer de libreto. La segunda oportunidad me llegó hace muy poco, gracias a la soberbia interpretación filmada por el sello Opus Arte y protagonizada por el maestro Ingo Metzmacher y el regista Pierre Audi. Ahí sí que me interesó mucho, pero cuando he terminado de entrar en la obra ha sido en la función del pasado lunes 11 de julio ofrecida por el Teatro Real en el inmenso y algo aséptico recinto del Madrid Arena. La música –el arte en general- hay que currárselo, y no esperar a que llegue a nosotros. La recompensa es inmensa, y para mí en este caso ha sido una de las más hermosas y profundas –amén de agotadoras- experiencias musicales de mi vida.
No voy a negar que hay momentos más conseguidos que otros: la primera media hora me sigue pareciendo poco interesante, mientras que todo el acto tercero alcanza unas cotas inimaginables de belleza y densidad dramática. Por descontado que la línea vocal es sobria y, pese a su exigencia, no ofrece oportunidades de lucimiento a los cantantes: motivo suficiente para que los que se autoproclaman “auténticos” amantes del género se sientan desconcertados. La escritura orquestal es por su parte muy hermosa, riquísima en el color, extremadamente compleja en la rítmica, y en cualquier caso fascinante. Difícil de seguir en su extremada dilatación temporal y en su buscado estatismo, eso sí, para quienes pretendan mirar esta obra desde una estética exclusivamente occidental, y desde luego muy complicada a la hora de interpretar. De ahí que no merezca sino elogios la enorme labor de la Orquesta Sinfónica de la SWR, a la que se contrató para la ocasión, y de su entregadísimo titular Sylvain Cambreling, aunque personalmente me guste más el enfoque tenso, aristado y expresionista del citado Metzmacher que el mucho más ortodoxo –léase “impresionista”- del maestro francés. Admirables igualmente los dos coros congregados para la ocasión, el Intermezzo y el de la Generalitat Valenciana.
A menor nivel estuvieron los cantantes. Alejandro Marco-Buhmester, con una voz demasiado lírica y sin particular atractivo, ofreció una recreación digna del protagonista a la que le faltaron pliegues psicológicos y emotividad. ¿Por qué no se contó con Rodney Gilfry, magnífico en el video de Metzmacher? Precisamente en esta filmación aparecían los dos mejores cantantes que estuvieron en Madrid, una Camila Tilling de canto angelical –nunca mejor dicho- y un Tom Randle que recreó admirablemente el Hermano Maseo. Irregulares los tenores: con poquita voz Michael Köning como el leproso y magnífico Gerhard Siegel como el Hermano Elías. Engolado a más no poder el veteranísimo Victor von Halem (Commendatore con Karajan en un registro salzburgués de 1970!), y bien el resto. Dada la dificultad de encontrar cantantes para estos roles, el balance global es inequívocamente positivo.
Por lo que al apartado visual se refiere, el trabajo de “disposición escénica” (sic) a cargo de Giuseppe Frigeni y el de “instalación” (sic) a cargo de Emilia e Ilya Kabakov me pareció atractivo y sensato, pero solo eso. La aportación más interesante, la personificación de la lepra en la figura de un bailarín. Lo que menos, la escena de los pájaros, resuelta con una jaula que encerraba palomas “de verdad”. Se hubiera deseado mayor creatividad en la propuesta, por lo demás en exceso pendiente de la tan cacareada cúpula realizada por el reputado matrimonio de artistas, bellísima pero desaprovechada hasta llegar al tercer acto, donde sí alcanzó una enorme potencia dramática. En cualquier caso, un espectáculo de primera magnitud que en sus resultados artísticos ha visto recompensado el enorme esfuerzo realizado por parte del Teatro Real. Con que una parte importante del público se haya emocionado hondamente con esta obra, aunque fuera por momentos, ya habrá merecido la pena la inversión.
Me gustaría terminar con unas cuantas puntualizaciones. Primera, agradecer el autobús gratuito que pusieron a nuestra disposición para subir desde la boca de metro más cercana hasta el recinto de Madrid Arena. Segunda, aseverar que el aire acondicionado funcionó estupendamente y que no se pasó ni frío ni calor durante las seis horas de espectáculo, pese a que algunos malintencionados –tal vez para boicotear la venta de entradas- alertaban de lo contrario. Tercera, reprochar seriamente que a la hora de comprar los tickets no se advirtiese de la mala visibilidad de la cúpula que se tenía desde los asientos que no estaban centrados; si pude ver la mayor parte de la misma -no toda- fue porque busqué afanosamente un hueco al comenzar la función, cosa que no resultó nada fácil porque ese día estaba la mayor parte del aforo ocupado, yo diría que al 85 o 90 %, lo que indica que –al margen de las butacas correspondientes a los abonados- había funcionado bastante bien el boca a boca. Cuarta, lamentar que a lo largo de la velada fueran quedando asientos vacíos, y que la huida se hiciera –matrimonios mayores, fundamentalmente- en no pocos casos durante la interpretación, no en el descanso. Quinta y última, sorprenderme de la enorme cantidad de público homosexual congregado en el recinto, en un porcentaje que, en el ya de por sí bastante gay mundo operístico, solo había percibido en otra experiencia sacro-musical, el memorable Martirio de San Sebastián de Debussy que ofrecieron hace años en el Teatro de la Zarzuela Lorin Maazel, Miguel Bosé y La Fura dels Baus. Algún antropólogo debería estudiar el fenómeno.
PS. Se me olvidaba algo fundamental: la acústica fue muy buena. ¿Sonido amplificado? Yo diría que no, porque cuando los cantantes miraban para atrás, se les escuchaba bastante menos, aparte de que se daba un fuerte contraste entre el chorro de voz de unos y la mala proyección de otros. Si hubiera habido micrófonos individuales, dudo que eso hubiera pasado.
2 comentarios:
Yo estuve el miércoles y disfruté muchisimo de la obra (primera vez que la escuchaba) y de la interpretación.
Un gran acierto programarla. Aunque sigo diciendo que para mi ha sido un error llevarla al Madrid Arena. Independientemente de que los paneles acústicos y la amplificación direccional funcionaran muy bien la visibilidad en la mitad de la localidades era mala, la luz del día estropeaba el ambiente necesario en los 2 primeros actos, y la escena quedaba empequeñecida ante tanta grada trasera vacía y tanto metal. Si la excusa para desplazarla allí era simplemente que cupiera la cúpula, me parece un gran error, porque la cúpula aportaba bien poco. Si hay otros motivos no públicos como el ahorro de costes al hacer menos representaciones con más gente, buscar una experiencia diferente para el público, facilitar el acercamiento de un público al que el Real le impone mucho respeto, generar polémica, etc... me podría parece más justificado.
Y sí, en mi función también había muchísimo público gay. Solo a la altura de alguna cosa barroca. Creo que voy a teorizar sobre ello :)
PD: La Turangalila me sigue pareciendo una obra más redonda.
Me alegra mucho que disfrutaras. Completamente de acuerdo en lo que comentas, también en lo de la Turangalila, pero no estoy seguro de que la obra, con cúpula o sin ella, hubiera cabido en el Real. ¡Eran casi trescientos músicos! En versión de concierto desde luego cupo en su momento, pero con escena (con cualquier escena)... ¿dónde meter a tanta gente?
PD: el abundante plumerío que iba cayendo de la jaula durante la representación, ¿eran un guiño de Mortier al personal?
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