Me sorprendió la reacción del público que asistió el pasado martes 12 de julio al reestreno en el Teatro Real de la producción de Tosca preparada por Nuria Espert: grandes aclamaciones a Violeta Urmana, acogida más respetuosa que entusiasta para el resto de los músicos y abucheos –no muy intensos pero sí evidentes- para la veteranísima actriz y directora de escena catalana. La explicación oficial, que me consta de muy buena tinta que es la que cree la propia artista, achaca el rechazo a una de las innovaciones de esta reedición: después de matar a Scarpia, recordemos que reconvertido aquí en cardenal, la hasta ese momento muy religiosa Floria Tosca arroja con desprecio un vaso de vino al crucifijo que preside la escena. Si realmente esa es la razón, solo me cabe lamentar que haya personas que no sean capaces de distinguir entre la escena y la vida real, aunque tampoco eso sería de extrañar en el aburguesado público del Madrid de Rouco Varela. Personalmente pienso que pudo haber otros motivos, como las cuatro o cinco estupideces que ofrece su propuesta escénica, en primerísimo lugar el suicidio de la protagonista tirándose a la fosa común donde segundos antes ha sido arrojado el cuerpo del “suo Mario”.
En cualquier caso, y esto hay que dejarlo bien claro, la producción de Espert ni es para tirar cohetes ni resulta desdeñable. Con respecto a la filmación en DVD (enlace) mejora bastante en directo, pues a pesar de la oscura iluminación azulada de Vinicio Cheli la escenografía de Ezio Frigerio no es fea y ofrece una adecuada dosis de espectacularidad, mientras que la dirección de actores desprende solvencia –ha estado más trabajada ahora- y las situaciones, salvo excepciones como la arriba apuntada, están resueltas con sensatez. Ha sido además un acierto reducir en su duración la ridícula coreografía de la tortura de Cavaradossi en el segundo acto, aunque lo suyo hubiera sido suprimirla por completo. Tampoco hubiera estado de más sustituir el cuadro de la Magdalena, una disparatada mezcla iconográfica de la Inmaculada y la Verónica (!!!), pero insisto en que en conjunto la producción es apreciable, sobre todo habida cuenta de los bodrios que circulan por ahí.
Creo que el público tampoco se enteró muy bien del admirable trabajo de la Sinfónica de Madrid: el sonido global sigue siendo algo pobre, amén de inseguro en algunas secciones, pero su progreso es muy evidente desde la venturosa marcha de Jesús López Cobos. Con ello tendrá algo que ver la destreza técnica del maestro Renato Palumbo, quien ofreció una dirección de enorme atractivo: rápida, aristada, con nervio y mucha garra dramática, amén de ajena a blanduras y narcisismos, destacando además en lo sonoro por un tratamiento especialmente incisivo de las maderas y por una claridad que llegaba a revelar detalles insólitos. Eso sí, hay que reconocer que la animación de la batuta le llevó a frasear de manera pimpante algunos pasajes (los relacionados con el sacristán) y a pasar un poco de largo ante los aspectos más cantables, líricos y voluptuosos de la partitura. El genial Te Deum, por su parte, debería haber estado más paladeado.
Sorpresa enorme para mí la actuación, sustituyendo a Marcello Giordani, del tenor Marco Berti, que me ha gustado mucho más aquí que en los Calaf y en el Dick Johnson que le había escuchado. Su línea sigue siendo la misma, es decir, cortita de legato, poco matizada y problemática a la hora de apianar, lo que a quien esto suscribe le suele hacer poca gracia, pero en esta ocasión lo he encontrado mucho más seguro, cálido y entregado, logrando aprovechar al máximo su impresionante registro agudo sin caer en innecesarios exhibicionismos. Su “Recondita armonia”, como les pasa a casi todos, no fue para el recuerdo, pero el resto de la función le salió bien. No sé por qué no le aplaudieron más. Como actor, eso sí, es el mismo petardo de siempre.
Me habían hablado bien del Scarpia de Lado Atanelli: la voz es de buena calidad y el joven barítono georgiano no canta mal, pero a mí su encarnación del malo por antonomasia del repertorio lírico me pareció terriblemente plana, lo que en este personaje resulta imperdonable. Me quedo sin duda con la recreación que hizo Ruggiero Raimondi en 2004, comatoso en lo vocal pero llenando de intención cada una de sus frases. Entre el resto del elenco quisiera destacar a Felipe Bou, un Angelotti muy matizado, y a un Valeriano Lanchas que evitó de modo admirable el cúmulo de payasadas que no suelen regalar muchos recreadores del sacristán.
Queda la Urmana. Me dice un amigo que chilló los agudos y que no terminó de dar con el personaje. Estoy parcialmente de acuerdo, pero… ¡qué gozada escuchar una Floria Tosca así, con este pedazo de voz corriendo con pasmosa facilidad por la sala con un timbre lleno de armónicos y un grave seguro, homogéneo y redondeado! Todo ello haciendo gala de una línea muy en su sitio, italiana pero ajena a los excesos veristas, y de una gran convicción expresiva, ofreciendo intensidad sin transformar al personaje en una histérica o una marimacho, como hacen otras cuyo nombre prefiero guardar. Su aria debería haber estado más paladeada (¿la batuta, quizá?) y por los recovecos del complicado personaje pasó un poco de largo, pero yo me lo pasé estupendamente escuchándola. Me gustaría volver a verla en el papel dentro de unos años.
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