Le descubrí durante mi preadolescencia gracias a un lp de The Man with the Golden Gun -una de sus más flojas partituras- que mi padre guardaba en su colección. Por las mismas fechas empezaba a aficionarme tanto al cine en general como a las bandas sonoras en particular, y pronto se convirtió en uno de mis compositores favoritos. El reproductor de vídeo que disfrutaba en casa de mis abuelo me permitió convertirme en entusiasta de las películas de James Bond y de sus partituras, una colección de quiosco (Cine & Música) supuso mi primer contacto con la maravilla que compuso para The Lion in Winter y, ya en 1988, mi traslado a Sevilla me facilitó adquirir algunas de sus principales obras, entre ellas la inolvidable Somewhere in time. Me supuso un gran disgusto la cancelación durante la Expo’92 de su concierto con la Royal Philharmonic debido a un accidente mortal en el Teatro de la Maestranza durante los ensayos de Otello. Años más tarde sí que pude escuchar sus creaciones en directo, en los tristemente desaparecidos Encuentros hispalenses, pero los resultados artísticos fueron más bien lamentables y el autor no estaba en el podio. Jamás le he podido ver en persona.
Más tarde, a medida que me he ido convirtiendo en un aficionado a la Clásica, he empezado a reconocer los aspectos menos positivos de su obra. Su música, tantas veces dulce, es también dulzona. Su manejo de la orquesta sinfónica (no así de la agrupación de música ligera) deja mucho que desear, con el recurso eterno de la melodía en los violines, trompas majestuosas en la lejanía y el resto de relleno armónico, todo ello adornado con algún solo de flauta colocada al lado del micrófono. Su diálogo con la imagen recurría a veces a mecanismos de lo más simplón. Y podría seguir añadiendo items en la lista. Pero, ¿para qué? Su música la adoro.
La adoro porque su belleza melódica me conmueve hasta lo más profundo. Porque su eterna melancolía -más intensa conforme se fue haciendo mayor- me hace sentirme identificado con él. Porque los coros que utilizó en algunas de sus obras más significativas destilan fascinación en su simplicidad. Porque haciendo jazz suave y músicas más o menos loungue era un maestro. Porque su inconfundible tratamiento de los metales en las películas de James Bond posee una garra extraordinaria y ha marcado un antes y un después en el cine de acción. Y porque compuso algunas de las mejores canciones pop que haya escuchado nunca, desde el celebérrimo Goldfinger que cantara Shirley Bassey hasta ese cenit absoluto que fue “We Have all the Time in the World” (de 007 al servicio de Su Majestad) en la voz de Louis Amstrong. Su última banda sonora, Enigma, se remonta a 2001, pero el trabajo que ha puesto punto y final a su trayectoria ha sido una canción –menor pero muy hermosa- para el más reciente disco de la Bassey. Hasta siempre, Mister Barry.
2 comentarios:
Excelente obituario. ¿Es posible que la canción "You only live twice" sea de Barry?. Es mi favorita, con una maravillosa Nancy Sinatra. Incluso en un bodrio como "El especialista" destacaba Barry. Y su score de "Chaplin", ninguneado, me parece muy bueno. Por no habar del maravilloso tema inicial de "La calle del adiós".
Gracias. Sí, You only live twice fue una de las mejores canciones de Barry. La calle del adiós tenía un tema hermosísimo, puro Barry de los ochenta (los setenta fueron una época de crisis creativa). Y Chaplin fue seguramente su última gran banda sonora. Bueno, hay que citar también el score rechazado por la Streisand (poniendo en su lugar a su novio) para El príncipe de las mareas, cuyo tema principal aparece como "Moviola" en el disco de tal mombre que grabó con la Royal Philharmonic. A partir de ahí se le acabó la inspiración y muchos empezamos a sentirnos un poco huérfanos.
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