Ni el George Clooney ni el Brad Pitt. Tampoco el presidente Obama. Ni siquiera yo. El hombre del año es Daniel Barenboim. Al menos para The Telegraph (enlace), encabezando una lista de diez personalidades que por cierto incluye, en el número tres, a Plácido Domingo. No sé por qué se ha dado tanto bombo en los medios españoles al nombramiento del irregular Rafael Frühbeck de Burgos como “mejor director del año” en EEUU y tan escaso –por no decir ninguno- al de su colega. Para mí (¿descubro algo nuevo a quienes me conocen?) el de Buenos Aires se lo tiene merecidísimo: creo que nos encontramos ante quien, en un futuro no muy lejano, va a ser reconocido como uno de los más grandes intérpretes musicales de los últimos sesenta años.
Hay datos objetivos que por sí mismos ya bastan para ponerle en la cumbre junto a unos pocos elegidos. Su repertorio es inmenso: no parece que haya existido nunca un intérprete que haya trabajado con un número tan elevado de obras. Como pianista de recitales y conciertos ha tocado intensamente a Mozart y a Beethoven, esto es, a los más grandes, pero también a Schubert, Schumann, Brahms y Tchaikovsky. A Chopin y a Liszt, desatendidos durante un tiempo, está volviendo en estos instantes, aunque no le interesen –ni falta que hace- las piezas más puramente virtuosísticas. Algunas páginas significativas de Albéniz, Debussy y Schoenberg forman también parte de su repertorio, y solo quedan las lagunas de Haydn, Rachmaninov, Ravel y Prokofiev por cubrir. Y luego está su Bach, claro, importante aunque sea escaso en número. A todo ello hay que añadir un amplio catálogo haciendo música de cámara, de nuevo Mozart y Beethoven fundamentalmente, y su labor como acompañante de lieder, en la que lo mismo toca a Schubert y Brahms que a Tchaikovsky o Mahler.
Como director de ópera, eso es cierto, apenas ha abordado más repertorio italiano que algún Verdi, pero su trabajo con Mozart (trilogía Da Ponte) y Wagner ha sido intenso, intensísimo en el caso de este último. Y aún debemos añadir a su catálogo obras clave de un Cimarosa, un Beethoven, un Berlioz, un Bizet, un Massenet, un Saint-Saëns, un Mussorgky, un Tchaikovsky, un Strauss, un Busoni, un Schoenberg, un Berg o un Prokofiev. En lo que al repertorio sinfónico se refiere, la lista es inmensa: Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Tchaikovsky, Rimsky, Bruckner, Richard Strauss, Debussy, Ravel, Elgar… E incursiones parciales en Haydn, Mendelssohn, Berlioz, Wolf, Saint-Saëns, Fauré, Dvorák, Mahler, Falla, Scriabin, Bartók, Stravinsky, Prokofiev y Shostakovich, entre otros. No ha hecho mucho de la segunda mitad del siglo XX, pero sí que ha realizado significativas incursiones la misma, particularmente en Boulez y en Carter, además de presentar diferentes estrenos mundiales. Aún habría que contar con esporádicas incursiones en el foso balletístico: estas navidades ha estado precisamente dirigiendo El lago de los cisnes en Milán. Y los tangos, claro. De casi todo ello queda testimonio en una de las más amplias discografías que jamás ha conocido intérprete alguno. ¿Hay alguien que pueda rivalizar con él en cantidad de repertorio interpretado si sumamos su labor en el teclado con la del podio? Lo dudo mucho. Solo por la cantidad de obras a las que se ha acercado ya habría que descubrirse ante un talento musical fuera de serie.
Daniel Barenboim ha trabajado junto a los más grandes de varias generaciones de artistas, desde Klemperer y Rubinstein hasta los prometedores Netrebko y Lang Lang, pasando por un Fischer-Dieskau, un Domingo, un Celibidache o un Boulez, amén de por sus queridos Du Pré, Perlman, Zuckerman y Mehta. Trabajó mucho con la English Chamber de los buenos tiempos, su titularidad de la Orquesta de París fue importante, y más aún destacó su larguísima colaboración con la Sinfónica de Chicago, aunque se pueda dudar -eso sí- que fuese el de Buenos Aires el más indicado para aprovechar las particulares características de la orquesta norteamericana. En este sentido la Berliner Philharmoniker y la Staatskapelle de Berlín resultan más adecuadas a su modus operandi, y precisamente con esta última devolvió a la Staatsoper de la capital alemana su esplendor. No fue una anécdota su paso por el Festival de Bayreuth. Con la Filarmónica de Viena ha actuado relativamente poco, aunque el haber sido invitado un concierto de Año Nuevo demuestra que le tienen en consideración. Como los músicos milaneses, que le han nombrado Maestro Scaligero.
Luego está la actividad digamos “político-musical” que ha ocupado buena parte de su tiempo durante los últimos años, fundamentalmente con el proyecto de la Orquesta del West-Eastern Divan. Dicen algunos que es mera propaganda. Para otros, entre los que me incluyo, nos encontramos ante un músico seriamente comprometido con los problemas de su tiempo que no duda en invertir esfuerzo y dinero (¿no ganaría muchísimo más ofreciendo recitales veraniegos que dedicando varias semanas a ensayar y hacer giras con la WEDO?) en cosas que le habrán reportado numerosos premios, sí, pero también una buena lista de enemigos -empezando por el propio gobierno israelí-, considerables quebraderos de cabeza y hasta algunas situaciones de riesgo. Vamos, que no es como lo de Pavarotti & Friends, dicho sea con todos los respetos hacia al tenor de Módena.Lo que no se sabe muy bien es cómo es posible que con tan frenética actividad Barenboim haya tenido tiempo para escribir dos libros y numerosos artículos (que sin duda han salido de su pluma y no de la de algún “negro”, porque se reconoce perfectamente su estilo algo disperso), textos todos ellos que nos hablan de una mente particularmente reflexiva, profunda y abierta. También nuestro artista ha denunciado públicamente todo cuanto le parecía oportuno denunciar, como hizo en su momento un Leonard Bernstein. ¿Por qué al inolvidable Lenny le elogiaban por ello y a Barenboim se lo critican? Podrán convencer más o menos sus ideas -en estos tiempos de derechización global lo tiene crudo-, pero nadie le podrá regatear su compromiso ni su valentía.
Luego están las cuestiones puramente subjetivas, esto es, las que afectan a la calidad de Barenboim como intérprete. Ahí sigue habiendo controversias, aunque cada vez menos. En España la revista Ritmo siempre lo tuvo muy claro: es un genio. En Scherzo no tanto, aunque ya pasan varios lustros desde que en sus páginas se publicó aquello de que era un “correcto pianista metido a director” (sic) y hoy buena parte de sus firmas suelen mostrar admiración por él. Incluso en Gran Bretaña, donde nunca le tuvieron particular aprecio, las cosas están cambiando, y este nombramiento realizado por The Telegraph es buena prueba de ello. ¿Hombre del año? Pues sí. Pero no de este año en particular, sino de cualquiera de los que estamos viviendo. Pocas carreras musicales han existido tan intensas, inquietas e incansables como la suya. Y lo que aún le queda…
4 comentarios:
Siempre me ha llamado la atención la manera en que la crítica española se ha polarizado y se polariza en torno a las interpretaciones de Barenboim. Los críticos que le aman, le aman con pasión incandescente, y rara vez opinan que alguna de sus versiones sea menos que interesantísima. Los que le detestan, le detestan con férrea determinación, y rara vez consideran que aporte algo a alguna obra (recuerdo en especial las reseñas de Pérez Adrián en Scherzo sobre sus grabaciones en Berlín de las Sinfonías de Bruckner, despachadas en pocas líneas casi con desprecio). El tema es más interesante aun porque esa discrepancia no se basa en la comunión o discrepancia del crítico con los planteamientos estéticos del músico (v.gr., no es un tema de que Bach no se deba tocar con piano, o Beethoven con una orquesta de instrumentos modernos), sino en la calidad misma de sus versiones. ¿Pesa entonces el juicio o prejuicio hacia la persona y/o sus ideas, reales o supuestas?
Buena pregunta, Antonio. Ahí van unos apuntes sobre el tema.
a) La cosa de las "ideas" (políticas, supongo que quieres decir) de Barenboim no creo que tenga que ver mucho en lo que a esta polarización se refiere, porque la actividad "comprometida" de Barenboim es bastante más reciente y solo ha sido significativa, si la memoria no me falla, desde el concierto de la caída del muro de Berlín.
b) Lo que sí puede que tenga muchísimo que ver es la poderosa personalidad musical de Barenboim. Sus planteamientos están muy claros y los aplica constantemente, incluso en aquellos casos en lo que se plantea una contradicción entre éstos y la naturaleza de la partitura. Pienso ahora, por poner un ejemplo, en El Cascanueces. Es normal que a quienes nos guste un tratamiento "denso" y "oscuro" de la música su interpretación nos parezca un verdadero redescubrimiento, mientras que a otros les puede resultar una verdadera pesadez porque no ofrece la luminosidad y la chispa que habitualmente asociamos con el ballet de Tchaikovsky. Lo mismo pasa con su Mozart pianístico: a quien le entusiasme la Pires difícilmente le gustará Barenboim, y viceversa. Sobre esto ya hablé hace tiempo en un articulo que escribí para Ritmo ("el lado oscuro de la música") que tengo por ahí colgado en este mismo blog.
c) Los críticos que fundaron Scherzo salieron en su mayoría de Ritmo. ¿Tal vez cada uno de los dos grupos, los que se fueron y los que quedaron, polarizaron más aún sus ideas para definir claramente su personalidad? No soy yo quien pueda ni deba responder a esto, entre otras cosas porque, aunque desde tiempos mucho más recientes y siendo bastante más joven que todos estos nombres hoy consagrados que tenemos en mente, escribo en una de esas revistas. Ahí lo dejo, para quienes quieran reflexionar sobre ello.
Se nota, Fernando, que escribes en Ritmo, revista cuyos dos críticos más veteranos e influyentes (Pedro González Mira y Ángel Carrascosa Almazán) han profesado siempre hacia Barenboim unos elogios que a mí siempre me han parecido excesivos.
Un saludo.
A decir verdad, José, ya admiraba mucho a Barenboim desde bastante antes de escribir en Ritmo y de conocer en persona a Ángel y Pedro. ¿De verdad no me crees capaz de tener gustos propios basados en criterios personales y bien argumentados, criterios que podrán coincidir con determinadas líneas ideológicas y no hacerlo con otras?
Por cierto, muy agudas las opiniones que viertes en tu blog (en serio, sin segundas). Aunque si aplicamos tu manera de ver las cosas sobre Barenboim, los que están deseandito pillar el poder te llamarían sectario por las cosas que escribes. Y es que es fácil etiquetar de esta manera a los que no piensan igual que nosotros. Pero lo cierto es que tú y yo pensamos lo mismo sobre la Iglesia Católica y no por ello escribimos en la misma revista, ¿verdad? Saludos.
Publicar un comentario