lunes, 22 de noviembre de 2010

Más sobre el Palau de Les Arts y su desprecio al público

Conforme han ido pasando los años, mi actitud hacia el Palau de Les Arts ha cambiado de la inicial admiración hacia la decepción y, más recientemente, la irritación. Y no por cuestiones artísticas (el nivel es indiscutiblemente alto, aunque no lo sea tanto como ellos presumen), sino por la imagen de absoluta desorganización que se transmite hacia al exterior y, sobre todo, por el mal trato que se dispensa hacia quienes al fin y al cabo somos los clientes de la empresa, esto es, el público.

De ahí que mi postura sea ahora, en este sentido, idéntica a la de mi colega bloguero Atticus, que es quien más -y con mayor sensatez- ha denunciado las continuas tropelías que se vienen realizando en el teatro valenciano (enlace); y de ahí que esté de acuerdo con él en que somos los aficionados internautas los que tenemos la obligación de denunciar lo que está ocurriendo, puesto que la prensa oficial, como él mismo ha señalado, está muy despistada, o quizá atada y bien atada por la generalísima de la casa, Doña Helga Schmidt. Basta leer la crítica a la representación de Aida del poderoso Guillermo García Alcalde (enlace), nombre habitual en las notas al programa en Les Arts (en los tiempos en que éstas aún existían) y repetido invitado a conferencias y mesas redondas por parte de la Schmidt y su dramaturgo Justo Romero, para sospechar que puede haber más de lo segundo que de lo primero. Supongo que Doña Helga no perderá ni un instante en leer lo que unos blogueros escribamos por ahí (seguro que prefiere recrearse en lo que dice la bien alimentada crítica oficial), pero no por ello vamos a dejar de enfrentarnos al régimen desde nuestra humilde posición.


Todo esto viene a cuento de la última tropelía cometida por la Schmidt y su equipo con los sufridos melómanos que a duras penas (la tortura del servidor informático fue de juzgado de guardia) pudimos conseguir, a un precio no precisamente modesto, una entrada para el recital de sarsuela (sic) ofrecido ayer por Plácido Domingo, que comentaré en otra ocasión. Para quienes no frecuentan Les Arts, hay que explicar que el Auditori, esto es, el impresionante y acústicamente defectuoso recinto donde se celebran los conciertos sinfónicos, se encuentra a una altura considerable, y que para acceder a él hay que utilizar bien el ascensor, bien unas largas escaleras. Es costumbre por parte de los responsables del teatro impedir que se suba por estas últimas y obligar a todo el mundo a esperar la larga cola de los ascensores, donde luego nos apretujamos como sardinas en lata. Explicación a semejante decisión no encuentro, porque al fin y al cabo la verdadera entrada se encuentra arriba y allí es donde tenemos que enseñar el ticket.

Pues bueno, lo de anoche pasó de castaño oscuro, porque tuvimos que esperar en la cola cerca de veinte interminables minutos soportando un viento realmente gélido sin que a nadie se le ocurriera eliminar las cintas que nos hubieran permitido a los que aún somos jóvenes subir a pata y refugiarnos del frío, y a los más mayores ver como se descongestionaban los ascensores y se aceleraba su acceso. Los ascensores de solo uno de los dos lados, por cierto, porque los del ala oriental ni siquiera funcionaban: quienes intentaron entrar por ese lado, según me contaron al final, tuvieron que darse la vuelta. Pasamos un frío horroroso. Fue patético ver cómo un grupo de señoras mayores nos pedían a quienes estábamos llegando a la puerta del ascensor que les hiciésemos un hueco en la esquina para, aun resignándose a esperar su turno, poder refugiarse del viento helado. Ni que decir tiene que todos nos dedicamos a jurar en arameo sobre el funcionamiento de Les Arts, y que yo en este preciso momento sufro un molesto catarro mientras repaso mentalmente el árbol genealógico de Frau Schmidt.


Todo esto no sería más que una desafortunada anécdota si no fuera porque es la útima de una serie de lamentables circunstancias que demuestran la incompetencia y la poca consideración de algunas (no todas, ni tampoco la mayoría) de las personas que trabajan en el Palau, como también el escaso interés de la intendente para solucionarlas. Se me ocurre otro ejemplo de ayer mismo: una vez que subí hasta arriba la larguísima escalinata del interior del Auditori, me encuentro con que el personal de sala no entrega los programas de mano. Hay que pedirlos en la consigna, en el patio exterior. ¿Algún teatro del mundo se permite semejante chapuza, cuando ya hasta los acomodadores del Real madrileño te venden ellos mismos el programa "gordo"? Si, vale, en algunos sitios no los entregan en mano, pero hay mesitas por todas partes para recogerlo. Cuando en Les Arts volví a mi asiento después de la operación de ascenso-descenso-ascenso, reparé en dos detalles. Uno, que buena parte del público no tenía el programa (normal, la gente mayor no está para darse paseos). Dos, que había una señorita en la fila de autoridades, junto a Frau Schmidt, repartiendo con una sonrisa en la boca el programa de marras a los invitados VIP. ¿Qué les parece?

Se podría hablar de muchas más cosas sin salir de lo que a la atención al público de sala se refiere. Hay quien habla de la falta de asientos fuera de la sala (¡manda marices!). Otros se quejan de la frugalidad del carísimo catering (cada vez son más los que salimos a tomar un aperitivo en el exterior). Hay quienes dicen que algunos miembros del personal de sala, de esos que van vestidos de tuno, son unos estirados: una comparación con los simpatiquísimos chavales del Teatro Real -tanto los de ahora como los de antes- no les resulta nada favorecedora, a decir verdad. Y aún hay quien me contó una anécdota, también de la inolvidable velada de ayer, según la cual se cayó una señora en la escalinata y, en lugar de llevársela para ser atendida, se pusieron en mitad de la escalera a colocarle una gasa en la cabeza montando un atasco de narices, mientras de modo paralelo la relaciones públicas de turno se agobiaba decidiendo dónde sentar a una Consellera. Todo ello por no salir del tema para hablar de la venta a través de Internet, o de la absoluta desinformación sobre los repartos (¡como si no fuera importante saber quién va a cantar cada noche a la hora de comprar!), o de los cambios de fechas, cancelaciones o sustituciones sin previo aviso. Entre otras cosas.

Que sí, que en todos los teatros cuecen habas. Que todos somos humanos y tenemos derecho a equivocarnos. Que en un teatro tan grande es normal que la coordinación resulte difícil. Pero es que los de Les Arts se pasan continuamente de la raya. En Madrid y Sevilla jamás he visto nada parecido, ni creo que lo vea en ninguna otra parte. En fin, son tantas y tan graves las demostraciones de incompetencia, que en mi opinión Helga Schmidt debería pedir disculpas públicamente ante quienes hemos sufrido las consecuencias de las mismas, aunque ella no sea responsable directa: se supone que, entre otras cosas, es para dar la cara para lo que el gobierno valenciano le paga una auténtica fortuna.

No lo hará, desde luego, porque esta señora ha demostrado por activa y por pasiva que el público le importa un pimiento. Tenía toda la razón el caballero que se sentaba a mi lado en el recital zarzuelero: el Palau de Les Arts no está pensado para nosotros. Los aficionados no somos más que los meros comparsas de un espectáculo que tiene unos objetivos -políticos, turísticos, de imagen, tal vez incluso facilitar las relaciones de ciertas clases sociales- muy distintos a los de ofrecer buena música. Y que conste que sí, que buena música hay: son las migajas de pan que nos sueltan a los figurantes que tenemos que aplaudir con entusiasmo y dar las gracias cada vez que la Helga dice aquello de "queda inaugurado este pantano...", digo... "esta temporada".

10 comentarios:

Nibelungo dijo...

Recuerdo tras un recital de Juan Diego Flórez en el Auditori que, para bajar, nos querían hacer coger a todos los ascensores (con el consiguiente atasco que es incluso mayor que al subir por salir todos a la vez). Yo mismo retiré la cinta que impedía la bajada por las escaleras diciéndole al acomodador del Palau (a los que siempre he encontrado atentos y cordiales, compárese con los del Liceo, p. ej.) que llamara a quien quisiera pero que íbamos a hacer uso de la escalera. Nos siguió un tropel de gente que no quería esperar al ascensor.
En fin, un desastre.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Pues muy bien hecho, sí señor. Si yo hubiera estado allí no hubiera dudado un momento en retirar la cinta. ¡Bravo!

Ariodante dijo...

¿Los "simpatiquísimos" acomodadores del Teatro Real?
El personal de sala que hay ahora es muy, muy joven, y no se entera ni de por dónde andan. Eso sí, te asaltan de forma constante para venderte el programa. Sí eran profesionales y amables los que había antes.

Atticus dijo...

Totalmente de acuerdo contigo, Fernando. Lo peor es que cosas como esta pasan en todas y cada una de las funciones de Les Arts.
Sean en el Auditori, en la sala principal o en la Martín y Soler. Y transcurren los años y, mientras que hasta los animales aprenden de la experiencia, Helga y sus esclavos cada vez hacen las cosas peor.
Algo que me parece bochornoso y sonrojante es que en la sala principal para acceder a los pisos altos haya sólo habilitados 2 ascensores en los que sólo caben 4 personas por viaje, cuando existe un ascensor de muchísima mayor capacidad que tienen cerrado para uso interno y que yo solicité un día para una persona mayor y me lo denegaron, aunque pude ver pocos días después como Helga entraba en él acompañada de dos personajetes de la política valenciana.
El problema empezó con Calatrava, que con este Palau ha hecho una exhibición de mero onanismo artístico sin pensar en absoluto en el uso que se iba a dar al edificio. Y si pensó en ello, desde luego es un inútil redomado. Pero lo peor es que luego los políticos pasan de todo y Helga no sólo no hace nada por paliar todo esto, sino que ponen aún más trabas al público que es el que le paga los sueldos, los chóferes y los canapés.
Yo puedo asegurar que de los teatros de ópera del mundo que conozco, en Les Arts es donde peor se gestiona la relación con el cliente.

Respecto a los tunos o Harry Potter, igual que con los chicos y chicas de taquillas, hay de todo. Hay algunos muy amables y otros bastante menos.

Un saludo

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Atticus, no había caído en la semejanza con Harry Potter, jajajaja. Obviamente todo el personal de sala de Les Arts es (tiene que serlo, por obligación) muy educado, y además hay, por descontado, gente bastante maja, pero no me parece que sea esta última la que predomina... A mí me dan la impresión de que algunos me miran muy por encima del hombro. ¿Será por lo mal que visto?

Ariodante, tienes razón en que los antiguos acomodadores del Real eran estupendos. Su despido me ha parecido (mejor dicho: ES) una marranada repugnante. También hay que reconocer que los nuevos andan despistados, pero es normal, apenas llevan unas semanas. El que anden vendiendo programas no es culpa suya, sino de Mortier, de Muñiz o del que se le haya ocurrido la ideita. Un saludo.

Ami dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fernando López Vargas-Machuca dijo...

No, si no es mala idea, si lo suyo era saltarse las cintas, pero... ¿y si sale Doña Helga en lo alto de las escaleras y nos muerde? ¡Qué miedo!

Anónimo dijo...

En el tema de los acomodadores del Real, ha sido un cambio a peor, la juventud e inexperiencia es patente pero que se puede esperar cuando su sueldo no llega a 350€ y no les dejan aceptar propinas..? Nadie quiere trabajar en esas condiciones y se tienen que agarrar a este tipo de personal. Y lo se por experiencia....

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Qué quiere que le diga: la explotación laboral avanza en España a pasos agigantados, y va a seguir avanzando con las nuevas reformas. Muy triste.

Anónimo dijo...

Pues aparte de la mala acústica del recinto de l'Auditori y los bochornosos accesos ascensoriles, dentro de la sala citada, que está a una altura de un edificio de 7 u 8 plantas, cuando pasa un vehículo especial con las sirenas sonando, se oyen dentro de la sala!!! A mí me ha pasado en un par de conciertos. De pena.

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