Dicho esto, me lo he pasado bien en la Aida. Y eso que elenco, más bien discreto, fue devorado por una maravillosa Daniela Barcellona a la que el cambio de repertorio le ha sentado estupendamente. Es verdad que su voz resulta demasiado lírica para encarnar a la hija del faraón: es preferible un instrumento más pastoso y más sólido en el grave (hubo considerables cambios de color). Pero la línea es excelente, evidenciando un excepcional control de la respiración, un legato de enorme elegancia, unos agudos segurísimos y una expresividad siempre certera, alejada de la ferocidad y de cualquier recurso más o menos truculento. Su Amneris sonó a Verdi, ciertamente, pero a un Verdi emparentado -como no podía ser menos, viniendo la mezzo de donde viene- con el Bel Canto, lo que me parece un acierto. A ver si en las funciones que les veremos en diciembre le saca aún más punta a un personaje que acaba de debutar.
No me gustó la Aida de Indra Thomas.Tampoco suscribo las afirmaciones durísimas que se han escrito sobre ella (enlace), pero debo señalar que alguien que ha visto todas las funciones me aseguraba que en la de ayer es en la que mejor ha estado. Lo más satisfectorio, a mi juicio, una voz de buena calidad, con cuerpo y esmalte, aunque no del todo adecuada a la esclava etíope (quizá la culpa fue de Verdi, que pide muchísimo tanto por arriba como por abajo). Lo peor, una dicción ininteligible que esta señora debería haber corregido mucho antes de atreverse a salir a un escenario. Aparte de esto, la línea de la Thomas fue muy irregular, alternando momentos buenos, dichos con sensibilidad y buen estilo verdiano, incluso ofreciendo pianísimos de gran belleza, con otros en los que la afinación fue más que dudosa o en los que, sencillamente, la voz parecía habérsela tragado la tierra. Por si fuera poco es una mediocre actriz.
Jorge de León me gustó muchísimo en el dúo final, donde lució una voz bellísima e hizo gala de una enorme sensibilidad. En el resto de la función el instrumento no parecía el mismo. Dio las notas, sí, pero las dio con una técnica limitada, con agudos que no sonaban desahogados y con una escasa capacidad para apianar, no digamos para matizar en lo expresivo. Su entrada en el tercer acto fue penosa. Dicen las malas lenguas que a todo esto se le llama "técnica Leoz", y que el resultado es "poder" de manera aceptable con papeles más o menos pesados durante unos pocos años para luego perder la voz sin remedio; que la nómina de quienes han sufrido evolución semejante termina, de momento, con Carlos Álvarez; y que el joven tinerfeño debería abandonar inmediatamente maestro y agencia si quiere explotar el enorme potencial que tiene. Yo, desde luego, lo tengo muy claro: quiero a un Jorge de León que haga una carrera sólida y duradera, porque tiene muchísimo que ofrecer. Por ello le pediría que se aplicara la sensatez que hasta ahora no parece evidenciar.
El resto, irregular. Algo tremolante pero muy cumplidor fue el Ramfis de Giacomo Prestia, que al menos logró sonar a Verdi. Muy mediocre Gevorg Hakobyan como Amonasro (aunque en diciembre Marco Vratogna puede hacerlo aún peor). Bien el Faraón de Marco Spotti, el Mensajero del Valenciano Javier Agulló y la Sacerdotisa de Sandra Dernández. Mención muy especial para el Coro de la Generalitat y para su director Francesc Perales, que hicieron muchísimo por subir el nivel de la velada. Lo mismo se puede decir de la orquesta, dirigida por un Maazel muy en su línea de los últimos tiempos, es decir, discutibilísimo pero genial.
Es difícil explicar cómo fue su dirección. Quien conozca su grabación de La Scala de 1985 (Chiara, Pavarotti y Dimitrova, sensacional esta última) puede hacerse una idea, porque fue una especie de borrador de lo que hemos escuchado en Valencia. Aquí el maestro ha ido mucho más allá en sus rasgos más personales, para lo bueno y para lo malo. ¿Sonó a Verdi? No. ¿Tuvo teatralidad y carácter narrativo? Tampoco. ¿Cayó en la ampulosidad y en la brillantez por sí misma? Pues sí. Pero... ¡qué increíble despliegue de timbres y texturas! ¡Qué manera de desmenuzar la partitura hasta el último detalle! ¡Qué magia la desplegada en los coros sacerdotales! ¡Qué habilidad para mantener la tensión interna en tempi de semejante lentitud, muy particularmente en el hiper-celibidachano dúo final! En fin, cosas de Maazel.
De la producción de David McVicar ya se ha hablado mucho por ahí. A mí, como su reciente Vuelta de tuerca en el Real (enlace), me ha gustado bastante, sin entusiasmarme. Me parece un acierto haber renunciado por completo a la iconografía egipcia, que resultaría inevitablemente kitsch para un espectador de hoy, para en su lugar haber recreado una civilización imaginaria mezcla de muchas otras en la que brilla con luz propia el imaginativo y fastuoso vestuario de Moritz Junge. La escenografía de Jean-Marc Puissant, eso sí, resultaba más bien fea, y en exceso oscura la por lo demás muy cuidada e interesante iluminación de Jennifer Tipton. Las coreografías en plan samurai de David Greeves para la marcha triunfal me llamaron particularmente la atención porque la idea es casi idéntica (sables aquí en lugar de estacas) a la que ofreció Stefano Poda para resolver la misma escena en la producción -de origen mallorquino, si no recuerdo mal- que vimos hace años en Jerez de la Frontera. A la dirección de actores propiamente dicha se le podía haber sacado muchísimo más partido.
Total, una Aida con suficientes elementos de interés, pese a la pareja protagonista, como para desplazarse a Valencia. Una lástima que me encontrara muy cansado en el cuarto acto y no pudiera disfrutarlo como es debido. Espero hacerlo en diciembre y sacarle todo el jugo a la tremenda escena del último acto de la tremenda Barcellona, y resolver por fin el misterio que todos tenemos en mente: si el futuro titular de Les Arts, Omer Wellber, es un gran director de ópera.
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