sábado, 12 de junio de 2010

Meier-Kundry en Valencia

La descoordinación entre el Palau de la Música y el Palau de Les Arts hizo que coincidieran el pasado jueves 10 de junio el segundo acto de Parsifal en versión concierto que programaba la Orquesta de Valencia con el estreno de una Salomé con Zubin Mehta en el feudo de Doña Helga Schmidt. Realicé el viaje de ida y vuelta en el día a la capital levantina por ver a mi adorada Waltraud Meier cantando Kundry, ya que el título de Strauss tendré la oportunidad de verlo la semana que viene. Me mereció la pena la paliza: ha sido una de las cosas más memorables que he visto en mi vida, y no solo por la mezzo alemana sino por todo el trío vocal.

A Simon O’Neill le he escuchado un par de veces junto a Barenboim y su West-Eastern Divan, una haciendo de Siegmund (enlace) y otra de Florestán (enlace). Me interesó bastante en los dos casos, pero esta vez me ha gustado más aún: puede que no sea exactamente un tenor dramático, pero su voz me ha parecido ahora más llena en el centro y más brillante en el agudo, luciéndose –su fiato es muy extenso- con un “Amfortas! Die wunde!” de antología. Y aunque empezó un poco reservón, terminó ofreciendo un Parsifal idiomático, vocalmente sólido y muy entregado en lo expresivo, tanto que no recuerdo a nadie claramente preferible desde tiempos de Kollo, e incluyo aquí a Jerusalem, a Domingo y a quien es hoy intérprete oficial del rol, Christopher Ventris, que fue precisamente quien lo cantó en el Palau de Les Arts bajo la dirección de Maazel el pasado año (enlace).

A Roman Trekel le conozco dos admirables recreaciones videográficas de dos grandes caracteres mefistofélicos de la ópera mozartiana, Don Alfonso y el Conde Almaviva. Aun no en su mejor momento vocal, en Valencia supo ofrecernos un Klingsor muy autoritario y muy sombrío, de los que meten auténtico miedo, pero huyendo de las exageraciones y truculencias que nos suelen regalar algunos intérpretes -históricos o recientes- del rol. Lástima que, como el tenor, tuviera que utilizar atril y partitura.

La que obviamente no utilizó ningún tipo de apoyo (¿cuántas veces ha cantado ya el personaje?) fue la mezzo. Si en la arriba citada producción valenciana de Werner Herzog y Lorin Maazel tuvimos a una Violeta Urmana difícilmente igualable desde el punto de vista vocal, en esta ocasión nos hemos derretido ante una Waltraud Meier que, sin poseer un instrumento de tan considerable calidad (por anchura, volumen y extensión), ha ofrecido una Kundry de antología, evidenciando esa perfecta compresión del personaje de la que ha hecho gala en sus seis o siete grabaciones del título postrero wagneriano, abordándolo –lo que no parece mala idea- desde un prisma sensual y acariciador, y no ofreciendo una hechicera más o menos diabólica.

La voz posee un timbre bellísimo, el legato desprende una morbidez desarmante, la dicción es perfecta y su tan minuciosa como sutil manera de matizar en lo expresivo es la propia de una auténtica señora de la escena. Además la he encontrado mejor en lo vocal que las últimas veces que la he visto en directo o escuchado en retransmisiones, pues aunque el grave no le queda precisamente holgado, en los agudos ha mostrado una gran seguridad: tremebundo ese vocalmente disparatado “lachte” que Wagner escribió pensando no se sabe muy bien en qué. Supo además reflejar toda la acción interior de su Kundry mediante una gestualidad comedida pero muy sincera, sin verse lastrada por la gran rigidez que afectó a sus dos compañeros.

La Orquesta de Valencia cumplió con discreción. No me sonaron bien los primeros violines (mi ubicación en primer fila, justo delante de la Meier, pudo tener algo que ver con ello), pero en general funcionaron de manera aceptable bajo la dirección de un Yaron Traub más atento al equilibrio de planos y a sostener el pulso que a la sensualidad o a la garra dramática de la genial partitura: la inspiración no llegó a aparecer por ningún lado. Ni punto de comparación con el trabajo increíble de Barenboim en Sevilla hace algunos años (enlace) en aquellas inolvidables funciones de la Staatsoper Berlinesa. El Coro Catedralicia de Valencia no funcionó mal, y entre las muchachas-flor (Eugenia Enguita, Raquel Lojendio, María José Suárez, Christiane Roncoglio, Beatriz Días, Mireia Pintó) hubo de todo, bueno y malo. Daba igual: los tres cantantes transformaron lo que podía haber sido una velada musical del montón en una experiencia emocionante en grado sumo. En el público, de todo: algunos salieron corriendo y otros aplaudimos y braveamos hasta reventar.

Ah, en cuanto la eliminación de Metamorfosis de Richard Strauss de la primera parte del programa sin previo aviso y sin disculpa alguna (esta vez no había ni hojilla en el programa de mano), pues un verdadero cutrerío made in Palau de la Música de Valencia. ¡Menuda falta de profesionalidad!

No dejen de leer los comentarios escritos en sus respectivos blogs por Maac y Atticus.

2 comentarios:

maac dijo...

Tenías razón, al final el Siegfriel de O'Neill no es La Scala. Es en La Coruña. Estoy totalmente de acuerdo con la distinción que haces entre la Kundry de Urmana y la de Meier, me parece acertadísima.

Atticus dijo...

Poco más puedo añadir, pues estoy completamente de acuerdo en todo lo que dices.
Quizás destacaría, después de haber asistido ayer a la segunda representación, que el descontrol que hubo entre las muchachas flor fue debido claramente a la mala batuta de Traub, porque ayer estuvo muy pendiente del coro y mejoró muy considerablemente.
Estupenda crónica.

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