Dicho esto, me lo pasé bien en el concierto. Se abrió la velada con la versión para cuerdas de La Muerte del Ángel, de Astor Piazzola, que recibió una interpretación entusiasta por parte de la orquesta bajo la dirección de un total desconocido para mí, Isaac Karabtchevsky, veterano director brasileño que a continuación dirigió con enorme sensatez e irreprochable estilo una obra estupenda, el Concierto para arpa de Alberto Ginastera. Claro que aquí quien se lució fue la solista Gwyneth Wentink, que hizo sonar a su instrumento con adecuada “rusticidad” e interpretó con un entusiasmo, una concentración y una capacidad para establecer tensiones sonoras realmente admirable. De propina pudo lucir una sensibilidad mucho más refinada con la Sarabanda de William Croft.
Primera sinfonía de Tchaikovsky, “sueños de invierno”, en la segunda parte del programa. Fue la de Karabtcheski una lectura muy lenta: casi cincuenta minutos, más de cinco por encima media de las versiones en compacto (espero ofrecer pronto una comparativa discográfica en este blog). Fue lenta y algo parsimoniosa, particularmente en un segundo movimiento paladeado con delectación y quizá más ensoñación de la cuenta. Pero fue también una lectura de irreprochable arquitectura, magníficamente desmenuzada -se escuchó todo- y conducida sin altibajos hacia un final ajeno a la retórica y el efectismo. Un buen trabajo, sin la menor duda. El maestro brasileño y la orquesta no tienen culpa de que hace pocos meses le escucháramos en el otro Palau, en el Les Arts, la misma obra a Lorin Maazel y su estupenda Orquesta de la Comunidad Valenciana. Y claro, esa es otra historia si hablamos de estilo, belleza sonora, refinamiento, matices y garra dramática (enlace).
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