Pues bien, me quito el sombrero: esta lectura no solo supera con mucho a la registrada veinte años atrás, sino que me parece una de las más interesantes de las realizadas bajo parámetros historicistas. Y eso que sigue habiendo, bajo mi punto de vista, algunos reparos. El mismo arranque de la obra me parece algo lánguido y deslavazado. Hay de vez en cuando ciertas caídas de tensión y alguna que otra rigidez en el fraseo. Incluso en breves momentos -esto parece que es casi ineludible en el mundo de los instrumentos originales- se roza lo pimpante.
Pero hay que reconocer que aquí se nos ofrece una recreación animada, cálida, comunicativa, luminosa y muy matizada, perfecta en el estilo y, lo más importante, llena de esa expresividad que tanto se echaba de menos en sus anteriores acercamientos. Además, se trata de una recreación ajena a los amaneramientos que con algunos intérpretes aqueja a esta música, empezando por Harnoncourt (enlace): The Sixteen no intentan “descubrirnos” nada, sino hacer las cosas lo mejor que pueden.
Y bien que lo consiguen, sobre todo en la segunda y la tercera parte del oratorio, más que en la primera, y no tanto en las arias como en los coros, tratados estos últimos por Christophers con una sinceridad y una fuerza expresiva realmente admirables (¡magnífico al Aleluya!). Aspectos como la afinación, el empaste y la claridad de la parte coral se dan por supuestos. Más sorprendente ha sido la riqueza, imaginación y exquisito gusto del bajo continuo, seguramente el mejor que he escuchado nunca en esta obra.
Las voces solistas, todas ellas de línea marcadamente británica, rayan a menor nivel. Deliciosa, aunque con apurillos en las notas más agudas, la soprano Carolyn Sampson. Catherine Wyn-Rogers (le escuché la obra en Sevilla en 1995 con Menuhin) cumple en lo vocal y se muestra muy voluntariosa en lo expresivo, mostrando toda la unción que la partitura demanda, aunque creo que aún podría profundizar más en el texto. Un privilegio contar con el veterano Mark Padmore (que por cierto cantaba en la referida función del Villamarta, y que ya grabó la obra con Christie y con Colin Davis): aunque su voz empieza a resentirse con la edad, es un placer escuchar esta parte cantada con arrojo y virilidad. Bien a secas Christopher Purves, quien aun necesitando una voz aún más oscura y rotunda, sale más que airoso de la temible aria de la trompeta.
Buen nivel vocal, pues, que no llega a lo excepcional. Si este registro tuviera las voces con que contó Paul McCreesh, sería quizá mi favorito de entre los historicistas. Como no es el caso, sigo prefiriendo -no conozco la de Jacobs- la ya antigua de Pinnock. Claro que de quedarme con una sola grabación, escogería seguramente la última de Sir Colin Davis (enlace). Y ahora que Robert King ha vuelto al trabajo, a ver si se decide a grabar El Mesías.
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