La segunda fue en Londres, creo recordar que el año pasado (me falla la memoria), en la soberbia producción de Walter Bobbie, con coreografías de Ann Reinking, que lleva años ininterrumpidamente en cartel en Broadway y en el West End, y a partir de la cual Decca realizó la grabación -altamente recomendable- protagonizada por Ute Lemper y Ruthie Henshall. En esa ocasión me quedé maravillado, no ya por la enorme calidad de la música y del libreto, que yo había podido saborear con mayor detenimiento que la primera vez en la estimable película de Rob Marshall, sino por el excepcional funcionamiento de su realización escénica, tan austera en medios materiales -no hay escenografía alguna- como repleta de imaginación, fuerza dramática y sentido teatral.
Por fin la producción ha llegado a Madrid, concretamente al Teatro Coliseum. La vi el pasado sábado 5 de diciembre y la volví a disfrutar muchísimo, entre otras cosas porque el nivel artístico no tiene, a mi modo de ver, casi nada que envidiar a lo que pude contemplar en el West End londinense. Bueno, quizá al cuerpo de baile madrileño, sin duda muy notable, le falte un último punto de agilidad, sincronía y virtuosismo para llegar a funcionar como esos perfectos mecanismos de relojería que se ven en la capital británica.
La orquesta congregada en Gran Vía, por el contrario, se mostró soberbia tanto en virtuosismo como en dominio del estilo, y estuvo estupendamente dirigida por Sergi Cuenca. La verdad, no es muy normal escuchar en España cosas así, por lo que hay que felicitar a todos los miembros de la formación. A ellos se debe en gran medida el buen funcionamiento de esta producción, que no en vano gira -literalmente: los músicos ocupan el ochenta por ciento del escenario- en torno al conjunto orquestal.
Los protagonistas de la acción cumplieron sobradamente: no debemos ser muy exigentes teniendo en cuenta que hay que saber cantar, bailar y actuar con un mínimo de corrección sin vacilar en ninguna de estas tres facetas. La que más me gustó fue Natalia Millán, que si en la Sally Bowles de Cabaret resultaba un punto histérica, como Velma Kelly ha estado perfecta en todos los sentidos. Marcela Paoli, de largas y hermosísimas piernas, se limitó a cumplir como Roxie Hart, mientras que Manuel Bandera, espléndido bailarín, procuró cantar con corrección y jugó la baza de una sonrisa amplia, brillante y cínica muy apropiada para el rol de Billy Flint.
Estuvo muy bien Fedor de Pablos como Amos, el atribulado marido de Roxie. A destacar, finalmente, el reencuentro con Linda Mirabal (¿la recuerda como Beltrana en la Francisquita de Plácido y la Arteta?): su gracejo cubano le venía perfectamente a “Mama” Morton. Si volviese a pasarme pronto por Madrid (no creo que lo haga hasta fin de temporada, salvo que López Cobos renuncie a dirigir Salomé y Holandés), no dudaría en volver a disfrutar con este maravilloso espectáculo que es Chicago. Se lo recomiendo a todo el mundo.
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