Y es que Leonhardt parece encadenado a esa marcada austeridad que él mismo contribuyó a convertir en emblema de la escuela holandesa. Con él no hay concesiones de cara a la galería: sobriedad, concentración, equilibrio y densidad digamos “filosófica” son sus señas de identidad al clave. Hasta ahí, perfecto. Lo que pasa es que hoy sabemos que este repertorio puede, y a veces debe, recibir una dosis mucho mayor de flexibilidad, contrastes, voluptuosidad y fantasía.
Con planteamiento tan espartano, no debe extrañar que la de por sí sobrias músicas de Louis Couperin y de Johann Jakob Froberger que ocupaban la primera parte del programa, a lo largo nada menos que de cincuenta y cinco minutos, nos obligara a realizar un especial esfuerzo de concentración para disfrutar de sus bellezas.
La segunda parte, por el contrario, supuso un alivio al trasladarnos de la severidad del XVII a la gracia y ligereza bien entendidas de la corte de Luis XV, con una amplia selección de las suites para clave de Forqueray que encontró en un Leonhardt igualmente austero pero ahora más comunicativo un admirable defensor. El magnifico instrumento gentilmente cedido por Pilar Tomás contribuyó a la excelencia de los resultados.
Siendo precioso el gran salón que alberga el archivo histórico -en el ático del edificio- y contando éste con una acústica espléndida para el clave, hay que lamentar que un significativo tanto por ciento de los asistentes (calculo que en total habríamos ciento treinta o ciento cuarenta) saliera huyendo tras la primera parte. Por mucho que ésta fuera exigente, disfrutar de tan mítica figura de la música en un recinto así, tan bello, y con tanto recogimiento por parte de todos cuento allí nos encontrábamos, es una delicatessen que debería ser más apreciada.
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