Aunque me gusta bastante el género (más que la zarzuela, sin ir más lejos), no soy precisamente un experto en musicales. Tanto es así que no conocía Kismet, una horterada pergeñada por unos tales Robert Wright y George Forrest sobre temas del mismísimo Alexander Borodin -las Danzas Polovsianas en primer plano, claro está- sobre un delirante argumento ambientado en la Bagdad del siglo XI (“A Musical Arabian Night”) que debió de dar pie en Broadway a un tan lujoso como cateto despliegue de escenografía, vestuario y chicas voluptuosas. Arrasó en los Tonys de 1953 y fue pronto llevada al celuloide (con Howard Keel y la dirección de Vincente Minelli: tampoco he visto la película).
Pues bien, hete aquí que he podido escuchar (¡gracias, Amazon, por vender barato discos de segunda mano!) la grabación realizada por Sony Classical en 1990 y me lo he pasado realmente en grande. La idea, vuelvo a repetirlo, es una horterada monumental, pero está realizada de manera tan brillante que el resultado termina enganchando; la belleza melódica de Borodin tiene mucho que ver con ello. Y la interpretación contenida en este disco es sencillamente un prodigio.
Elemento fundamental, sin duda, la batuta de Paul Gemignani, quien al frente de una prodigiosa Sinfónica de Londres hace gala de una brillantez, un colorido, una chispa y un swing realmente excepcionales. Los Ambrosian Singers (si no fueron el mejor coro del mundo, poco les faltó) estuvieron maravillosos. Y los cantantes realizaron todos ellos una excepcional labor in que se notase que sus voces fueron grabadas en Nueva York sobre un registro previo de las partes orquestales.
Un Samuel Ramey ya algo mayor pero artistazo como él solo delineó al mendigo-poeta protagonista con una línea vocal envidiable pero sin sonar a cantante de ópera metido en camisa de once varas. Julia Migenes destiló con picardía y sensualidad toda el erotismo de su personaje. El malogrado Jerry Hadley y una deliciosa Ruth Ann Swenson, por entonces los dos aún bien de voz, compusieron a la parejita de enamorados evitando totalmente la cursilería. El actor Dom DeLuise (sí, el que hacía pareja con Burt Reynolds) es un villano gracioso pero afortunadamente no bufonesco. Y Mandy Patinkin tiene una breve pero divertidísima aparición casi al final de la partitura. Una impresionante toma sonora redondea un disco de esos para dejarse de prejuicios y pasárselo en grande.
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