Me reprocha un amigo que la mayoría de los discos que comento en este blog son antiguos. Tiene razón. Pero aquí va una novedad: los conciertos para violín de Johannes Brahms y Erich Wolfgang Korngold en grabación realizada por RCA (con toma demasiado reverberante) en la Musikverein de la capital austríaca entre el 12 y el 19 de diciembre de 2006. Los protagonistas fueron un Nicolaj Znaider que se confirma plenamente como uno de los mejores violinistas del panorama mundial (en el que no escasean precisamente los grandes nombres asociados al instrumento), y un Varely Gergiev que vuelve a relevarse como un monumental bluff del mercado discográfico.
El violinista danés lo tiene todo. Su sonido es poderoso, homogéneo, acerado y un punto hiriente, recordando no poco al del extraordinario Perlman. Su virtuosismo no conoce mácula. Y su poderoso olfato musical le hace ofrecer interpretaciones de una sinceridad y fuerza expresivas sobrecogedoras. Su recreación del bellísimo concierto de Korngold, a la altura de la de un Shaham y por encima de una Hahn, de una Mutter o de un Kavakos, por poner ejemplos recientes de grandes intérpretes de la obra, es un prodigio de imaginación y frescura, ofreciendo música a espuertas sin caer nunca -tentación grande de esta partitura- en el preciosismo decadente y ensoñado.
Y qué decir del Brahms. La monumental página no es precisamente fácil en lo técnico ni simple en lo expresivo, pero Znaider se codea sin ningún problema con los más grandes violinitas del pasado siglo ofreciendo una recreación apasionada pero no carente de control, hiriente a más no poder pero no por ello menos bella, encontrando el punto justo entre extroversión e introversión y consiguiendo un sonido y un fraseo puramente brahmsianos. La manera en la que su violín ilumina todas y cada una de las líneas de la partitura, amoldándose a las diferentes situaciones anímicas propuestas, es de las que dejan con la boca abierta. Basta comparar esta recreación con la también reciente y en cualquier caso muy notable de Vadim Repin (dirigida por un Chailly algo despistado) para darnos cuenta de que Znaider es un caso fuera de lo común.
En cuanto a Gergiev, pues lo de siempre. Mucho músculo, mucha robustez sonora y mucho decibelio, con resultados fogosos y a menudo aparentes, pero la brocha gorda de la que se sirve, su desinterés por profundizar en los pentagramas y su incapacidad para diferencia estilos terminan descubriéndonos a un batutero vulgar y mediocre. Su Brahms es tan masivo como superficial. En Korngold, donde en principio podría encontrarse más cómodo, hay verdaderas caídas en el efectismo hortera: ¡menuda coda la del primer movimiento!
Claro que lo más irritante no es eso, sino el “milagro” de hacer que la Filarmónica de Viena, por increíble que parezca, no suene a Filarmónica de Viena. ¿Dónde están esos inconfundibles violonchelos, cielo santo? Con una batuta en condiciones este disco hubiera sido de referencia. RCA se merece no vender un solo ejemplar por haberlo dejado a medias contratando a un director tan mediocre: parece que en “la mula” se puede encontrar, dicho sea a quien le interese imaginar lo que esta grabación, genial en la parte violinística, podía haber sido.
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