Cierro a modo de tríptico mis dos anteriores comentarios sobre Sextas de Mahler a cargo de batutas de plena actualidad con una Trágica grabada por Mariss Jansons en noviembre de 2002 al frente de la misma orquesta que la de Gergiev cinco años posterior, la Sinfónica de Londres, y editada por el mismo sello, que no es otro que el de la propia London Symphony, lo que garantiza -dicho sea de paso- un precio realmente tentador, pero también una toma sonora no tan perfecta como podría ser. ¿Resultados? Pues todo lo irregulares que se puede esperar viniendo del talentoso pero desconcertante director letón.
El primer movimiento, correctísimo en su planteamiento a medio camino entre lo épico y lo trágico y muy atento al equilibro de planos, no termina de levantar el vuelo: sin ser blando o domesticado (como sí ocurre en las más recientes grabaciones de Abbado), suena un tanto rutinario e impersonal, echándose de menos garra y tensión interna. El Andante moderato, de nuevo dicho con mucha corrección, le queda frío por mucho que la batuta intente aparentar pasión en el clímax. Al scherzo le pasa como al primer movimiento: todo está en su sitio pero faltan visceralidad, aristas, rabia… Y al llegar al cuarto el nivel sube estratosféricamente. Aquí Jansons sí se vuelva en lo expresivo y ofrece una lectura implacable, tensa y sincera, aunque se desinfle un tanto en el final, que debería ser más siniestro y terrible.
Ni que decir tiene que el actual titular de la Concertgebouw, que aquí se mantiene alejado de efectismos y que en todo momento se muestra como un músico con talento, le gana la partida a un Gergiev al que la London Symphony le suena muchísimo peor. Ni que Haitink vence a Jansons no sólo por poseer un instrumento superior como es la Sinfónica de Chicago, sino porque tiene mucho más capacidad para desmenuzar la partitura de manera pormenorizada y, sobre todo, para mantener una tensión constante e implacable a lo largo de los ochenta minutos de partitura, que se dice pronto. En fin, tres muestras de cómo está el panorama directorial de nuestros días… y de cómo mezclar a grandes maestros (Haitink) y a batutas solventes (Jansons) con estafadores de la música (Gergiev) es casi un insulto.
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