En una entrevista para El País publicada el pasado diciembre al hilo de su Tristán e Isolda en La Scala, Vela del Campo le preguntaba si había recibido ofertas para realizar ópera en España. La respuesta del director teatral y cinematográfico era descorazonadora: el Liceo había se le había acercado para tantear Desde la casa de los muertos, pero ni el Real ni el Maestranza le habían dicho ni mu. El asunto resulta particularmente grave en el caso del teatro hispalense, toda vez que Patrice Chéreau reside desde hace ya algún tiempo buena parte del año en Sevilla. Incluso el Festival de cine le rindió un homenaje.
Claro que no es la primera vez que el Maestranza deja pasar la oportunidad de colaborar con un director de escena de primerísima fila que vive en nuestra tierra. Herbert Wernicke tenía casa en Zahara de los Atunes pero los señores José Luis Castro y Giuseppe Cuccia no cayeron en la cuenta -o tal vez no quisieron, lo que sería aún más grave- contar con el regista alemán. Cuando falleció en 2002 ninguna de sus producciones había pisado el Maestranza -aún hoy no lo ha hecho-, mientras que nos hemos tenido que tragar unos cuantos bodrios: pienso ahora en Norma, Werther o Il Trovatore. Claro que también se hicieron cosas excelentes como Salome, Tannhäuser o La violación de Lucrecia, todo hay que decirlo.
Pues bueno, ahora viviendo cerca del Maestranza se tiene al ya mítico creador del Anillo del escándalo en Bayreuth (una producción cuya excelencia se confirma con el paso de los años frente a la multitud de mamarrachos que se hacen hoy día en el campo wagneriano), y a Pedro Halffter no se le ocurre proponerle nada. O no quiere, vayan ustedes a saber. A mi esto me parece un desacierto total, por usar una expresión suave. Su reciente Tristán milanés que comento en la entrada anterior ha confirmado su valía para grandes retos. De su no menos reciente Jánacek (aún tengo el DVD sin visionar en la estantería) sólo se hablan maravillas. Y aunque de su Don Giovanni de Salzburgo me han dicho personas que allí estuvieron en su momento que no fue para tirar cohetes, seguro que este título en manos de Chéreau hubiera dado mucho mejores frutos que con un Mario Gas que, a tenor de lo que pudimos ver en escena, quiso cobrar pero no trabajar en su bochornosa producción propia para el teatro sevillano. Qué lástima. Qué ocasión perdida. Y las que vendrán…
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