jueves, 27 de noviembre de 2025

Algunas grabaciones del Orfeo y Eurídice de Gluck (I)

Anda Cecilia Bartoli haciendo el Orfeo y Eurídice de Gluck en una gira por España: espero escucharla el sábado en el Teatro de la Maestranza. Se trae una edición rara de la partitura, la de Parma de 1769. Tan rara, que no he encontrado ninguna grabación de ella.

La que a mí más me gusta es la original de Viena de 1762. Breve, despojada y directa al grano. Reforma operística pura. Funciona de maravilla y es la que más se graba últimamente. La de Parma, al parecer, estaba pensada para un castrato soprano, así que se adaptará mejor a los medios actuales de una Bartoli que debe de haber perdido registro grave. La de París de 1774, ideada para tenor, añade mucha música nueva y maravillosa, al tiempo que pierde coherencia y unidad dramática. Está muy bien el arreglo de 1859 preparado por Berlioz para Pauline Viardot, que se puede hacer tanto en francés como en italiano. Finalmente están las infinitas variantes que el director de turno desee proponer cogiendo de aquí y de allá, que es lo que se acostumbraba a hacer hasta no hace mucho.

A partir de aquí, hay muchas posibilidades interpretativas, incluyendo una con barítono que confieso desconocer. La verdad es que un servidor disfruta con todas ellas, aunque voy a confesar mis preferencias: la edición de Viena me gusta más en versión rigurosamente historicista, con continuo abundante y cantada por contratenor, mientras que para las diferentes “versiones largas” me quedo con la voz de mezzo e instrumentos modernos.

Lo que viene a continuación no es una discografía comparada, porque son pocas las grabaciones que se comentan. Menos aún es un estudio de la evolución interpretativa de la ópera. Se trata simplemente de ordenar mis notas para que el interesado por acercarse a esta genial creación tenga algunas ideas de por dónde meterle mano.

Comenzamos el recorrido, que seguirá un orden cronológico, con el registro de Sir Georg Solti al frente de las huestes del Covent Garden de Londres, buena grabación realizada por Decca en 1969 que posee unas voces para caerse de espaldas. Pocas veces se ha escuchado una intérprete femenina tan adecuada para papeles masculinos como la de Marilyn Horne. ¡Qué pasta vocal la de esta señora! A la absoluta suntuosidad del instrumento se añade una técnica belcantista de primerísimo orden –justo la que le permitió triunfar en Rossini–, un fraseo cuya enorme intensidad no atenta en modo alguno contra el equilibrio clásico y una sutileza para los matices digna de la mayor admiración. Junto a ella se encuentra otro instrumento supremo, el de una Pilar Lorengar que, siendo lírica pura y haciendo gala de una expresividad muy carnal, perfila la Eurídice menos frágil y más atractiva que uno se pueda imaginar. Junto a ellas, el Amore de nada menos que Helen Donath.

¿Y Sir Georg? Pues fatal en el primer acto: plúmbeo y fuera de estilo. Semejantes tempi y articulación no le sientan nada bien a Gluck. Busca el pathos y consigue pesadez. Pero hete aquí que llegan las furias, Solti despierta y el nivel interpretativo sube de manera fulgurante. Aquí está el maestro incisivo, vibrante y profundamente teatral, el de las descargas de electricidad y la inmediatez expresiva bajo el más absoluto control. Su danza de las furias –ya saben, cortada y pegada por el propio Gluck de su maravilloso ballet Don Juan– es una de las cosas más grandes que le he escuchado a este director en el campo operístico, que ya es decir. Las danzas del Elíseo son lentas, pero de ellas sí que consigue extraer poesía, justo como hace en un tercer acto que arranca –cosa bien difícil, aunque Gardiner lo conseguirá– con enorme ímpetu teatral. Luego solo hay reparos para el fundamental Ché faró senza Euridice, que la batuta lleva de manera algo prosaica.

Al año 1982 corresponde la filmación en DVD que procede del Festival de Glyndebourne. Al frente de la Filarmónica de Londres, Raymond Leppard sigue en italiano la versión de Berlioz. El norteamericano dirige con tensión, vuelo lírico y efusividad dentro de criterios por completo tradicionales. Sus lentitudes no son las de Solti: lo serán en minutaje, pero no en pulso interno en lo que al primer acto se refiere. En el segundo, eso sí, Solti resulta preferible. En cualquier caso, es el de Leppard Clasicismo del bueno, sereno y efusivo, denso en su punto justo y dotado de adecuada teatralidad. Hay que destacar cómo la batuta diferencia la progresión expresiva de los diferentes segmentos –recitativos y arias– de las intervenciones de Orfeo, en este caso una soberbia Janet Baker. De acuerdo en que el instrumento de la insigne mezzo británica se muestra algo gastado y en que la artista encuentra problemas en el aria adicional que cierra en primer acto, pero su expresividad a flor de piel, su sinceridad, su elegancia y su nada relamida sutileza no conocen parangón. ¿Se nota que es la cantante femenina de cualquier cuerda que más me gusta de todo el siglo XX? Bien a secas la Euridice de Elisabeth Speiser y el Amor de Elisabeth Gale. Masivo y con desigualdades el Glyndebourne Festival Chorus bajo la dirección de Jane Glover.

Este problema no es nada en comparación con la rancia, fea y muy pasada de moda la puesta en escena de un Sir Peter Hall que no logra sacar el menor provecho del pequeño escenario de Glyndebourne. Feos los figurines neoclásicos, y muy pobretonas las coreografías. Resultando ridículos el Amor y las Furias, lo que se ve se salva parcialmente por la muy buena actuación escénica de la Baker. Existe una versión en CD, que desconozco; arriba les dejo el YouTube con el audio de los Proms, que sirve para conocer lo que allí se hizo sin lastimarse los ojos.

Saltamos a 1989 con John Eliot Gardiner poniéndose al frente de la Orquesta de la Ópera de Lyon y de su sobrenatural Coro Monteverdi para hacer en francés la versión de Berlioz. Su dirección no puede calificarse como historicista, pero la articulación se encuentra claramente renovada con respecto a las otras lecturas con instrumentos modernos: la graduación de las gafas es la correcta y ahora vemos las cosas muchísimo más claras, mucho más ajustadas al estilo. Otra cosa es que el maestro, que nunca ha sido precisamente el colmo de la efusividad poética, se empeñe en hacer un Clasicismo severísimo y distante. Así dirige a la orquesta y lo mismo hace con su coro. La gran baza es Anne Sophie von Otter, que será sueca pero se muestra francesa a más no poder. Maravillosamente francesa, por dicción y por fraseo. Pura morbidez que acaricia y eleva espiritualmente sin tener la intención de conmovernos. En cualquier caso, la voz se encuentra en óptima forma y su canto es exquisito. Sorpresa Barbara Hendricks: instrumento insulso, pero esta vez cantante implicadísima en la expresión. Brigitte Fournier está irreprochable como Amore, así que el doble CD no sufre grandes desigualdades y termina disfrutándose muchísimo.

En 1991 Gardiner vuelve a la carga, esta vez con la versión original vienesa. De manera coherente, hace uso de instrumentos originales y de una voz de contratenor, pero no acertó con Derek Lee Ragin: el norteamericano canta bien, salvando sus cambios de color, pero resultar lánguido y afectado, por no decir escasamente viril. Mejor Sylvia McNair y Cyndia Sieden. Los English Baroque Soloist son formidables, si bien su fundador sigue insistiendo en una severidad que en el futuro otros intérpretes historicistas demostrarán que era innecesaria, incluso inconveniente. El Coro Monteverdi canta con exquisita y gélida perfección.

Termino esta primera parte del repaso con un verdadero fiasco, el protagonizado en 1998 por Arnold Östman y los conjuntos del Teatro de Drottningholm en un registro editado por Naxos. Están bien Euridice y Amore, Maya Boog, Kerstin Averno respectivamente. Los conjuntos suecos cumplen con dignidad. La dirección, superficial y a menudo confusa, puede resultar aceptable merced a su empuje y vitalidad. Pero quien no tiene perdón es Ann-Christine Biel, una soprano de timbre oscuro, no precisamente holgada por abajo y muy discreta en su línea de canto. Olvídense.

 

CONTINUARÁ

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