domingo, 16 de febrero de 2025

Villalobos: postureo en vez de progresismo, musculitos en lugar de canto (versión corregida y aumentada)

Advertencia: este artículo no le ha a gustar a nadie. Probablemente, por una cosa o por otra, irrite a casi todo el mundo. Allá usted si lo lee hasta el final.

Llego de la Ifigenia en Táuride de Sevilla con una mezcla de irritación y tristeza, con la sensación no solo de que –una vez más– me han tomado el pelo como espectador, sino también –y sobre todo– de que no se puede hacer nada contra individuos como tan peligrosos como el regista Rafael Villalobos. ¿Peligrosos para quién o para qué? Para la ópera, para empezar. Por su cada vez más obvia falta de talento –un Warlikowski o un Tcherniakov, pongamos por caso, hacen el mismo tipo de mamarrachos, pero con ellos hay un trabajo teatral de primerísimo orden–. Por absoluta falta de respeto a la música y al libreto. Por su prepotencia a la hora de considerarse muchísimo más culto, sabio e inteligente que el público; un público al que tiene (¡a estas alturas de la película, cuando ya se han producido todas las revoluciones habidas y por haber!) por una masa aburguesada e intelectualmente pasiva que viene tan solo a pasar el rato, pero que gracias a su compromiso va a vivir la verdadera experiencia de la ópera. Por su afán de provocar para que se hable de él y conseguir hacerse un nombre en el mundillo. Por su manera de mentir diciendo que no pretende provocar. Y por su mal gusto estético: para quienes no le conozcan, baste decir que el horroroso Pedro Almodóvar y el muy sobrevalorado Michael Haneke son dos de sus referentes.


Pero es también peligroso, peligrosísimo para otras cosas: para la causa progresista en general y las causas feminista y LGTB en particular. Les hace muchísimo daño. Porque lo suyo es puro postureo de cara a la galería. Es imponer “porque sí”, porque toca, siguiendo las más obvias y burdas convenciones sobre el asunto, cuando el verdadero progresismo es todo lo contrario de la imposición. Vale, de acuerdo, este último argumento es el que hoy utiliza con total desvergüenza la ultraderecha para decir que lo suyo es “la auténtica libertad”, cuando dejar que los poderosos tengan total ausencia de limitaciones para machacar a los débiles es una de las peores formas de coartar las libertades –libertad es una de las palabras favoritas de Trump, de Milei y de los ultras de cualquier religión–. Pero ustedes me entienden lo que quiero decir.

Y si no lo entienden, permítanme un ejemplo de mi profesión. Este año la Junta de Andalucía –que es PP y no PSOE, dicho sea de paso– ha realizado un tremendo recorte en el temario de Historia del Arte de segundo de bachillerato. Se eliminan una gran cantidad de temas y autores de enorme relevancia, incluyendo el paleocristiano, el almohade, Fray Angelico, Piero della Francesca, Alberti, Bramante o Palladio, entre otros. ¿Saben para qué? Para meter a cuatro mujeres artistas que, siendo excelentes, no han realizado ninguna de las aportaciones decisivas de los citados: Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, La Roldana y Camille Claudel. En el tema que acabo de terminar con mis alumnos le han dado la patada al pobre de Tiziano, y con él a toda la pintura veneciana, para meter a la buena de Sofonisba. Así se hace ver a los alumnos, dicen, que las mujeres también estaban ahí. Pues miren ustedes, el verdadero feminismo no es eso. Es enseñarles ciertas obras de Tiziano coleccionadas por nuestros austrias y decirles que, lejos de ofrecer “mujeres objeto al servicio de la mirada lúbrica del varón de la opresiva sociedad heteropatriarcal”, son ni más ni menos que la primera gran reivindicación del cuerpo desnudo de la mujer como objeto pictórico preferente, como algo de extrema belleza, como una realidad tan perfecta como la del varón –hacia este no había habido problema alguno en el siglo y medio anterior– y, por ende, como algo que no es fuente de pecado, sino todo lo contrario. Hay que explicarle al alumnado las cosas en su contexto, el del siglo XVI, sin mistificaciones de ideologías que solo encuentran sentido en nuestro mundo actual. Y luego podemos continuar, por ejemplo, contándoles que Goya dará un paso más haciendo que la mirada de la fémina rete a la del varón con unos ojos mucho menos complacientes, más desafiantes, pero no por ello menos impregnados de erotismo. Yo lo llevo haciendo así veinticinco años, y hasta una vez les ofrecí un recorrido por el Museo del Prado con el tema de la visión de la mujer en la pintura.

Pero no, eso no vende. Hay que darle demasiadas vueltas a la cabeza. Lo suyo es imponer mujeres artistas por la fuerza, aunque no aportasen nada tan relevante como lo que nos dieron los grandísimos señores que han salido disparados por las exigencias de equidad. Y luego están, ya fuera del aula y a nivel muy general, la cursilada esa del “lenguaje inclusivo”, la censura de autores literarios non gratos, la modificación de textos literarios clásicos o el rechazo de artistas por haber sido sospechosos de maltratar mujeres. ¿Sacarán algún día de la historia del arte a Alonso Cano, presunto asesino de su segunda esposa?

Ustedes conocen las consecuencias: que la gente conservadora le termina cogiendo asco a estas actitudes y que, por ende, se radicaliza cada día más. A nadie se le escapa que el rechazo a eso que los de derechas llaman “cultura woke” –etiqueta asquerosa, pero que denomina una realidad que existe: la imposición del progresismo por la fuerza– es una de las causas –no la única– de que un multimillonario psicópata tenga el botón de la guerra nuclear, de que la ultraderecha haya resucitado en Europa o, sin irnos tan lejos, de que 188.813 sevillanos hayan votado a un partido manifiestamente racista, xenófobo, machista y homófobo como es VOX. De las crecientes agresiones física a homosexuales en España y de las escandalosas cifras de violencia doméstica machista, ni hablemos. Estamos mal, y la paradoja es que precisamente quienes se autoproclaman verdaderos paladines de la defensa de estos derechos, como el señor Rafael R. Villalobos, son quienes están arrojando más gasolina al fuego del odio, la intolerancia y la reivindicación de los valores tradicionales más siniestros.

En fin, ya escribiré la crítica de esta Ifigenia en Táuride de Gluck. Puedo decir que no me ha gustado en lo escénico –obvio–, y que en lo musical me ha dejado a medias. Buena protagonista, buena directora musical, altamente meritoria labor del coro femenino y, vaya tela, un barítono y un tenor mediocres en el canto pero que (¿se lo imaginan?) estuvieron siempre desnudos de cintura para arriba enseñando sendos torsos de muchísimas horas de gimnasio. Cosa probablemente de Villalobos, que debe de haber tenido mano en el proceso de casting y ha decidido entregarnos musculitos en lugar de canto. Pero esa es otra historia. Mejor mañana o pasado, cuando se me pase el cabreo.

Post Scriptum

Recibo dos feedbacks de dos amigos. Uno de izquierdas, confesándome que no me ha gustado un pimiento el artículo. Otro que dice que es de izquierdas, pero que considera al presidente Pedro Sánchez "un psicópata narcisista" (sic) y cree que vivimos en una dictadura, diciéndome que "por fin me he caído del caballo". Las líneas de este último me han abierto los ojos en otro sentido: la necesidad de hacer algunas puntualizaciones para que no se malinterprete mi texto.

NO, claro que NO vivimos en una dictadura. Dictadura es lo de Francisco Franco, ese al que algunos historiadores con escasa ética quieren blanquear diciendo que su gobierno "fue simplemente un régimen autoritario"; ese mismo al que algunos o muchos españoles querrían resucitar, empezando por los cientos de miles de votantes de VOX y del partido del tal Alvise Pérez. Felizmente estamos en una democracia, y con unos gobiernos de coalición –hablo del gobierno central, de autonomías y de ayuntamientos– en los que, para lo bueno y para lo malo, se ven obligados a llegar a acuerdos partidos de distintas sensibilidades, incluyendo los extremos del espectro político. Se llama diálogo, ¿saben? Y es bastante saludable para una democracia. En cuanto a Pedro Sánchez, pese a sus muchos defectos, me parece un buen presidente y le seguiré votando. Apúnteme esa gentuza nacionalcatólica que vota a VOX y que se mueve en las cúpulas del poder en la lista de futuros represaliados, por favor; me consta de buena tinta que aquí en Jerez alguno ya lo ha hecho.

Finalmente, claro que NO podemos confundir "gobiernos de izquierda" ni "gente de izquierda" con "dictadura woke". Esta última existe, pero no son lo mismo: eso es lo que pretenden que creamos la ultraderecha Trump en EEUU, las de Santiago Abascal e Isabel Díaz Ayuso en España y todas las que hay por ahí. Dictadores woke –repito que el término me da asco, pero es el que hay– son ciertos políticos concretos, ciertos artistas concretos –entre ellos Rafael Villalobos, que por mucho que se autoproclame abanderado de lo LGTB es un clasista de libro– y, por qué no decirlo ya que hablamos de ópera y de Sevilla, algunos críticos musicales que han pedido públicamente que se cambien las dramaturgias de óperas como Carmen o Madama Butterfly para ajustarlas a "la sensibilidad actual". ¡Toma castaña pilonga! No, miren ustedes, la inmensa mayoría de la gente de izquierda NO somos así. No se dejen engañar por los que, cada vez con menor disimulo, quieren volver a las auténticas dictaduras.

Ah, las fotos son de la web del Maestranza y corresponden al magnífico Guillermo Mendo.

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