sábado, 21 de septiembre de 2024

Shani y Weilerstein triunfan con la Filarmónica de Berlín

Acaba de terminar la transmisión en directo mediante la Digital Concert Hall –venturosamente han desaparecido los problemas técnicos en los live– del concierto de hoy de la Filarmónica de Berlín: Lahav Shani y Alisa Weilerstein hacen la Sinfonía concertante de Prokofiev y el Pelleas und Melisande de Arnold Schoenberg. Triunfo monumental para ambos.

La de Prokofiev es una partitura problemática. Su autor la escribió originalmente en 1933 como Concierto para violonchelo. No quedó contento, probablemente con razón: conozco un par de grabaciones y a mí me parece un bodrio. Dos décadas más tarde, y a instancias de Rostropovich, la partitura conoció una revisión y fue renombrada como Concierto para violonchelo nº 2. Estrenada bajo la dirección de Sviatoslav Richter, la cosa tampoco terminó de funcionar. Recibiendo diversas sugerencias por parte del violonchelista, el autor de Pedro y el lobo ofreció una nueva versión bajo el nombre con que hoy conocemos a la página. ¿Quedó mejor que la obra original? Muchísimo mejor, pero tampoco logró una obra maestra. Solo grandísimos artistas pueden hacer que la audición enganche, y este ha sido el caso.

Weilerstein se apunta otro tanto a su lista de enormes aciertos, pese a que no alcanza la altura de Rostropovich. Quizá no hice bien en escuchar uno de los testimonios del genial artista –la filmación dirigida por Okko Kamu, para concretar– justo antes del concierto berlinés, pero la comparación resulta de enorme interés: el de Baku atiende mejor a la parte expresionista de la escritura, a lo que tiene de rabia y de desesperación, aporta más fuego y por momentos resulta visionario, mientras que su gran admiradora le alcanza, y hasta puede que vaya más lejos, en lo que se supone que es justo la especialidad de Slava, no otra cosa que sacar a la luz ese lirismo humanístico, teñido de nostalgia y recorrido por cierto amargor, que resulta tan significativo en Prokofiev y que tantas veces pasan por alto por quienes solo quieren ver angulosidades. Weilerstein es pura poesía, sin que ello signifique caer en la blandura o en la falta de contrates –pienso en Heinrich Schiff con Previn–, ni dejar a un lado la ironía o la tensión dramática. La norteamericana, además de hacer gala de una técnica descomunal, posee una musicalidad a prueba de bombas. Simplemente, decide enfatizar delicadeza, belleza, ternura y vuelo poético. Justo como hace con la propina, una sarabanda bachiana increíblemente hermosa que ha de poner de los pelos de punta a los dictadores de lo HIP.

Lahav Shahi ama especialmente Prokofiev. ¡Cómo si no iba a ser capaz de tocar y dirigir al mismo tiempo, y de manera portentosa en ambas labores, el Concierto para piano nº 3! En la Sinfonía concertante no revela nada nuevo, pero la altura interpretativa es enorme, coincidiendo con la solista a la hora de permitir que el fraseo respire con naturalidad, que las melodías vuelen por sí solas, que haya espacio para lo risueño y lo picaron, mas sin descuidar precisamente la potencia dramática de la partitura: en este sentido, la coda es absolutamente sensacional. Una dirección de irreprochable idioma y muy equilibrada en la expresión, pues.

El equilibrio lo pierde el maestro israelí en la obra de Schöenberg, una de sus especialidades. Precisamente allá por 2019, cuando en España todavía ningún crítico decía nada sobre el talento de este chico, escribí aquí mismo una reseña de su Pelleas und Melisande al frente de la Filarmónica de la Radio de Francia. Lo ponía por las nubes, advirtiendo de la radicalidad del enfoque. Permítanme que copie el texto, porque exactamente lo mismo de entonces puedo decir con respecto a la interpretación de hoy:

“Shani se aleja de lo mucho que hay de sensualidad, de voluptuosidad, de misterio en las atmósferas, como también se aleja de paralelismos con el universo impresionista. Ni rastro de decadentismo mal entendido, ni tampoco del “bien entendido”. Nada de ver al Schönberg temprano como una especie de Richard Strauss, de recrearse en la belleza de las texturas ni en la opulencia sonora. La suya es una opción radicalmente expresionista: virulenta, encrespada, desasosegante, de clímax al borde del descontrol (¡sin caer en él!), llena de crispación, de rabia y –sobre todo– de dolor. Sincera a más no poder, no hay en ella concesiones al oyente. Hay quienes podrán preferir mayor levedad y coquetería en la escena en que Melisande juega con el anillo, o un carácter más sombrío en la muerte de la protagonista. Pero nadie podrá quedarse impasible ante el dramatismo terrible del asesinato de Peleas, o ante el llanto final de Golaud. Hay que acudir a Barbirolli para encontrar una interpretación así.”

Claro, si esto ofreció con una orquesta que no es de primerísima, imaginen lo que ha hecho con una gloriosa, imponente –salvando pequeñísimo desliz del oboe– Filarmónica de Berlín, a la que ha dirigido sin partitura. ¿Se puede interpretar esta obra de otra forma? Por descontado. Ahí está el vídeo de Abbado con la Joven Orquesta Gustav Mahler, o la filmación de Thielemann en la propia Digital Concert Hall, pero a mí lo de Shani me motiva especialmente. Venga, lo diré: versión de referencia.

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