sábado, 20 de julio de 2024

¿El Beethoven más moderno? ¡Klemperer!

Vuelta a un viejo conocido, la Quinta de Beethoven de Otto Klemperer y la Philharmonia Orchestra de octubre de 1959. Por enésima vez, pero esta vez en formato alta resolución del reprocesado de 2023, que suena de manera admirable. No tengo mucho que añadir a lo escrito sobre ella en la discografía comparada, pero sí tengo que hacer dos cosas.

Una, reírme en toda la cara de aquellos que afirman que solo con instrumentos originales y maneras "históricamente informadas" se puede hacer plena justicia al repertorio clásico. Sin negar en modo alguno que lo HIP sea no solo válido, sino también necesario, la verdad es que dan ganas de que Herr Klemperer se levante de su tumba y les suelte a esos señores alguna de esas píldoras que él acostumbraba. ¡Como si este Beethoven, el más alejado posible del que sonó en su momento, no nos permitiese apreciar la grandeza de la partitura!

Dos, reivindicar estas maneras como las más rabiosamente modernas a la hora de abordar este universo. Lo fueron en 1959, y lo siguen siendo en 2024. Porque nada hay, al contrario de lo que creen los papanatas antes referidos, de "romántico" en el Beethoven de Klemperer. Nada de las dos grandes vías interpretativas claramente "tradicionales", la del desarrollo orgánico de raíz presuntamente wagneriana, con todo lo que tiene de flexibilidad y subjetividad, representada por los Furtwängler y compañía, y la del ímpetu rítmico, el nervio y la brillantez sonora de Toscanini y sus derivados. Esto es otra cosa, yo diría que abiertamente "antirromántica": extrema severidad en el fraseo, rechazo de la "inspiración del momento", análisis milimétrico de la arquitectura y tensión tan extrema como rigurosamente contenida. 

Pero hay más, una circunstancia que antes un servidor no tenía del todo clara y que cada día me resulta más evidente: la renuncia de Klemperer al "mensaje" de la música. En un Furtwängler o en un Karajan, pongamos por caso, había una –llamémosle así– postura ideológica detrás de la interpretación de la Quinta, trágica en el primero de los casos y épica en el segundo. Sí, ya sé que son contrapuestas: la música lo permite e incluso lo pide, y ahí radica parte de su genialidad. Pero con el de Breslau no hay nada de eso. Justo ahí se encuentra su modernidad: la concepción de unas formas que en sí mismas son expresivas sin necesidad de recurrir al sentimiento, esto es, a valores éticos ajenos a la propia música. 

Piensen ustedes que esa circunstancia fue la que en su momento permitió al Impresionismo –hablo ahora de pintura– abrir la puerta al arte contemporáneo: renunciando a los valores claramente ideológicos –y contrapuestos entre sí– de un Romanticismo y de un Realismo, pintar unos lienzos en los que la mera combinación de colores y formas desprenden una subyugante fuerza expresiva sin que el tema tenga la menor importancia. A partir de esa corriente, y conviviendo con un Expresionismo que en realidad no era sino la continuación del Romanticismo, se llegó en poco tiempo y con naturalidad al arte abstracto: renuncia absoluta a cualquier referencia externa a lo que no sea la propia obra, confianza plena en que las formas son un valor en sí mismas. Traduzco al panorama musical: hay una línea que va claramente de Jeux de Debussy a las Notations de Boulez, que encuentra paralelos con Anton Webern pero que tiene muy poco que ver –aunque parezca todo lo contrario– con un Alban Berg. ¿"Música pura"? Sí, algo así.

Pues bueno, justo eso es lo que hace Klemperer. Mejor dicho, lo que hizo en los quince últimos años de su carrera al frente de la que entonces era la más técnicamente perfecta orquesta del mundo. La gracia es que semejante postura "no ideológica" es, en el fondo, una ideología en sí misma, no otra que la de un señor descreído absolutamente de todo, muy sarcástico en su visión del ser humano –como individuo y como colectividad– que decidió que lo único interesante era analizar con el mayor escepticismo posible los pentagramas que se le ponían por delante. Analizarlos, pero también crear con ellos grandes arquitecturas de granito en los que cada bloque irradia una tremenda presión sobre los que tiene alrededor. Y claro, le salió un Beethoven tan rabiosamente alejado de la tradición como lleno de tensión, de grandeza y de fuerza expresiva. Auténtica y maravillosa paradoja: la de una música genial y la de un intérprete a su altura.

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