Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
Señoras y señores, esta noche el Teatro Villamarta ofrece su producción propia de La Traviata verdiana a cargo de Francisco López... por sexta vez. Pueden comprobarlo en la web del Teatro: 1998 –inolvidable Ángeles Blancas–, 2001 –Arteta–, 2004 –Gallardo Domâs–, 2010 y 2017. Si, es una muy buena producción: tradicional en el mejor de los sentidos, inteligente y sensible. Pero que se haga seis veces en un plazo de veintiséis años –una vez cada cuatro o cinco años, aproximadamente– me parece una monumental tomadura de pelo, sobre todo cuando se ha tratado de un teatro que ha hecho solo tres títulos "grandes" por temporada y ya lleva tiempo haciendo dos.
Que sí, que hay que ahorrar costes tirando de lo que ya tiene la casa. Y que hay personas jóvenes que tienen todo el derecho del mundo a escuchar títulos clásicos en producciones clásicas. Pero esto es demasiao. ¿Cuántas veces han repuesto sus producciones más exitosas el Maestranza de Sevilla, el Cervantes de Málaga o el Gran Teatro de Córdoba? ¿Y el Real? ¿Acaso no es obligación de un teatro público ofrecer un panorama de títulos y artistas lo suficientemente amplio, apostar por la variedad y dar oportunidades a nuevos artistas? Lo peor es que nadie dice nada y se sigue vendiendo la moto de que el Villamarta ha sido un modelo de gestión. Mienten con todo el descaro –ahí están los números, catastróficos desde el punto de vista financiero–, como también lo han hecho desde siempre ciertos chicos de la prensa en lo que a los resultados artísticos se refiere, porque aquí se han escuchado, en ópera, cosas muy buenas, cosas dignas y cosas malas por igual.
Lo he denunciado no pocas veces desde este rincón, y lo seguiré haciendo: después de unos pocos años de brillante gestión, Francisco López convirtió al teatro jerezano en un lugar donde desarrollar con tranquilidad sus proyectos como director de escena. Un teatro plenamente a su servicio, primero mientras él era su director, después en connivencia con su sucesora Isamay Benavente.
El gran misterio es qué pasará con el nuevo director. ¿Cambiará la línea o seguiremos en las mismas? Les aseguro que no tengo la menor idea, porque me han llegado informaciones divergentes entre sí. Por otra parte, por ahí anda una asociación "Por el Villamarta" (leer aquí) cuyo presidente es Francisco Valenzuela, persona estrechísimamente unida a los intereses de Paco López, quien a su vez se encarga de las "relaciones institucionales" de la misma. Es decir, de buscar patrocinadores privados para que el Villamarta siga haciendo producciones líricas. No hace falta ser muy listo para saber quién sería el regista de las mismas. La soprano Maribel Ortega le apoya desde la vicepresidencia: me das pena verla en semejante tinglado.
¿Habrán conseguido su objetivo? ¿Seguirá el Villamarta siendo lo que en las dos últimas décadas, es decir, un coto privado de caza? Lo sabremos cuando se presente la nueva programación, en la que me gustaría que no hubiera, como ha habido hasta ahora, dos o tres producciones –entre lírica, danza y crossover– firmadas por López Gutiérrez. Porque algunos andamos muy hartos de ver siempre lo mismo.
Esta entrada tiene ya algún tiempo, pero desapareció del mapa. Lo inquietante es que yo no la toqué en absoluto. Simplemente, un día ya no estaba ahí. Me advirtió de ello un amable lector, quien además ha tenido la bondad de ayudarme a recuperarla. La presento ahora con no pocas correcciones y algunos discos más, aunque no todos los que hubiese querido. Una pena: volver a esta obra me vuelto a dejar claro que este es el el repertorio que a mí me entusiasma.
1. Furtwängler/Filarmónica de Berlín (DG, 1951).
Ya desde los primeros compases, dichos con una mezcla singularísima de
intensidad y elevación poética, se evidencia que la batuta la empuña
alguien muy especial. Efectivamente. Y aunque el fraseo no alcance esa
sensualidad y ese carácter agónico que sí conseguirán los más grandes
recreadores de la partitura, Furt nos ofrece una recreación de
considerable altura, perfecta en el estilo, admirable en el trazo,
rebosante de sinceridad, atentísima siempre a los aspectos conflictivos
de la música –nada de religiosidad más o menos confiada– y por momentos
–escúchese a partir de 16’15’’ del primer movimiento– de una genialidad
difícilmente superable. Una lástima que el maestro pinche en Finale: ahí
el nerviosismo “del vivo” le puede y no logra encontrar la
concentración necesaria para aunar rebeldía y grandeza. Muy digna la
toma. (8)
2. Walter/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1954). Esta toma en vivo de muy aceptable calidad nos trae a un Bruno Walter que no era ya el de sus años europeos, pero tampoco el de su postrera etapa californiana. El interés que a priori tiene el asunto se da de bruces con la realidad. Esta es una mala interpretación. Mal planificada, mal tocada y mal enfocada en lo estilístico. Los dos primeros movimientos están dichos con prisas y muy de pasada. Ni sensualidad ni espiritualidad. Nada de magia poética. Nulo sentido orgánico del fraseo. Transiciones bruscas. Inexistente sonoridad organística. Hay intensidad y carácter rebelde, eso sí. El Scherzo, llevado a velocidad demencial –no así su Trío– es un desastre: si un director actual lo hiciese con semejante precipitación, brocha gorda y vulgaridad, sería abucheado. Lo menos insatisfactorio es el Finale, expuesto con sentido dramático. El público se hincha de aplaudir. ¡Cómo ha cambiado nuestra percepción de las cosas! (5)
3. Klemperer/Orquesta Philharmonia (EMI, 1960). No hay, como era de esperar, grandes e imponentes brumas místicas en esta recreación. Tampoco –eso hubiese sido aún más extraño con Herr Klemperer– ese punto de sensualidad un tanto terrenal que esta música necesita. Pero sí que encontramos una arquitectura trazada con el estudiadísimo, lógico e imponente vigor de las mejores catedrales góticas, asombrosa claridad y una pasión “romántica” –aquí no puede hablarse de distanciamiento klemperiano– tan incandescente como controlada: la introducción a la coda del primer tiempo resulta memorable, como también lo es un Scherzo construido a base de enormes paredes de granito. Lento e imponente el Finale. La toma se disfruta mucho tras el reprocesado de 2023. (9)
4. Jochum/Filarmónica de Berlín (DG, 1964). Hay
que descubrirse aquí ante un Adagio hermosísimo, maravillosamente
cantado y de una poesía a flor de piel, aunque el enfoque sea más
contemplativo que inquietante y al gran clímax se le pueda pedir una
arquitectura más tensa y escarpada. En cualquier caso, admirable. En el
tercer movimiento sobresale el trío, un prodigio de cantabilidad,
belleza sonora y elocuencia; el resto del Scherzo está bien, aunque cosas
mucho más poderosas se han escuchado. Y en los movimientos extremos
Jochum hace gala de una enorme fluidez y de un buen dominio de la
polifonía, pero frasea con cierta premura, o al menos sin la
concentración debida, pasando de largo ante muchas bellezas melódicas
que debería estar mejor paladeadas y no ofreciendo esa mezcla de
calidez, tensión dramática y grandeza visionaria que esta música
necesita. La orquesta de Karajan ofrece una muy buena prestación, pero
extrañamente las trompetas resultan un punto chillonas. (8)
5. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1970-71). El maestrissimo no
podía consentir que su orquesta tuviera grabada la página con Jochum
para DG, así que acude a los chicos de EMI y, ayudado por una soberbia
ingeniería que luce espléndida tras el reciente trasvase a alta definición, ofrece
una interpretación más perfecta en lo técnico, más organística en la
polifonía, más impresionante en la sonoridad; más poderosa en los
fortísimos y más mórbida en los pianos; más paladeada en el fraseo y más
hermosa en su canto. También más, mucho más insincera, hasta el punto
de que esta lectura no hay quien se la crea. El primer movimiento
seduce, pero termina resultando superficial, amen de dulzón en algunos
momentos clave. El segundo se queda en lo contemplativo y no conmueve;
el clímax, un desmadre. El tercero deslumbraría en su momento a los
amantes de la alta fidelidad, pero hoy suena a Obertura 1812 más
que a otra cosa. Y el Finale es un desmelene de contrastes dinámicos, de
opulencia sin sentido y de espectáculo de cara a la galería. En
definitiva, puro Karajan en la cima de la egolatría. (7)
6. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1975). Adoptando
tempi algo más rápidos que en su registro para EMI, el de Salzburgo se
muestra bastante menos narcisista y más centrado registrando para la
integral DG una interpretación de buen idioma bruckneriano, tan
brillante como pulcra en lo sonoro, perfectamente trabajada en la
polifonía y fraseada con admirable naturalidad, que solo pierde un tanto
por la excesiva tendencia al “trompeterío” propia del maestro, por
centrar su interés antes en la superficie sonora que en la expresión
–por mucha voluntad que le ponga, la cabra tira al monte– y por pasar un
poco de largo ante el sublime tema lírico del segundo movimiento. Muy
buen sonido en el Blu-raay Audio, salvo por unos metales en exceso metálicos. (8)
7. Böhm/Filarmónica de Viena (DG, 1976).
Al contrario de lo que se pudiera esperar, no estamos aquí ante una
interpretación otoñal, pues Böhm adopta una óptica juvenil y muy épica
que la que inyecta, eso sí, una maravillosa dosis de vuelo lírico, todo
ello manteniendo la sobriedad y sentido arquitectónico que caracterizan a
su batuta. Ciertamente podría haber paladeado más las melodías y haber
alcanzado mayor profundidad metafísica, pero el resultado es aun así
admirable. A ello ayuda la fabulosa prestación de una orquesta que ya había llegado a su mejor momento en lo que a belleza tímbrica se refiere. (9)
8. Jochum/Staatskapelle de Dresde (EMI, 1976). Un Adagio hermosísimo y aún más paladeado que en su grabación berlinesa (25’54’’ frente a 24’56’’) vuelve a ser el triunfo de un Jochum que se conoce esta música al dedillo, pero que pincha seriamente en un Scherzo sin la fuerza debida y muy lastrado por las insuficiencias de los metales de la formación sajona. El primer movimiento está muy bien, a pesar de algún pasaje un tanto frívolo; la coda es espléndida. Irreprochablemente construido el Finale. (7)
9. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Decca, 1978).
En esta filmación en el Royal Albert Hall Sir Georg no termina de
ahondar espiritualmente en el trasfondo de los pentagramas, pero es
difícil resistirse ante tamaña ejecución orquestal y, sobre todo, ante
la perfectísima planificación horizontal y vertical de toda la
arquitectura, siempre dentro de un punto de vista expresivo que consigue
un excepcional equilibrio entre la brillantez propia del maestro y la
serenidad y concentración mas poéticas. Admirables el primer movimiento
y, sobre todo, el tercero. La filmación se encuentra disponible no solo en DVD, sino también en la plataforma Stage+ (9)
10. Barenboim/Sinfónica de Chicago (DG, 1979). La
apuesta de Barenboim, como en todo su Bruckner de los setenta, es la de
potenciar los aspectos más incandescentes, escarpados y visionarios de
la música del autor, consiguiendo en los dos últimos movimientos unos
admirables resultados gracias en buena medida a la potencia, solidez y
brillantez de los metales de la formación norteamericana. Los dos
primeros, sin embargos, necesitarían enriquecer esta perspectiva con una
dosis mayor de sensualidad, espiritualidad y hondura, y quizá también
con mayor concentración en el fraseo, cosa que justamente el argentino
logrará en su recreación de 1992. (8)
11. Chailly/Sinfónica de la Radio de Berlín (Decca, 1984). Todavía el muro estaba en pie. El milanés toma su orquesta, la antigua del sector norteamericano de la ciudad, y se la lleva a la Jesus-Christus-Kirche –toma de amplia dinámica y apreciable sentido espacial– para realizar su primera aproximación a Bruckner. Frasea sin prisas y sin nerviosismo, deja cantar a la música y permite que una luz sensual ilumine los oscuros rincones brucknerianos, pero la bisoñez se deja notar: el discurso horizontal no es unitario y las tensiones no progresan. En el Adagio Chailly extrae mucha belleza, solo belleza, al igual que en el Scherzo solo quiere ver carácter épico. El sabor agridulce y los conflictos dramáticos de esta música se le escapan. Solvente e inspirado el Finale hasta llegar a una coda en la que, de manera desconcertante y más bien pretenciosa, decide ralentizar el tempo. (7)
12. Giulini/Filarmónica de Viena (DG, 1986). Ya
desde un arranque en el que el maestro italiano despliega su mágico
legato y la Filarmónica de Viena la inconfundible sonoridad de sus
violonchelos, las cartas quedan todas ellas boca arriba. Esta va a ser,
ante todo, una interpretación noble, luminosa y relativamente serena.
Afirmativa en el mejor de los sentidos, esto es, en absoluto exenta de
carga dramática y de claroscuros, plena de sentido orgánico a la hora de
plantear tensiones y distensiones, pero muy alejada del carácter
combativo, de las angustias existenciales y de la visceralidad en los
clímax con que otros grandes directores abordan la página. El canto más
hermoso y dulce –mas no blando ni dulzón– se impone sobre las demás
consideraciones en una interpretación puede que algo unilateral, pero
ante la que no no puede sino caer de rodillas. La toma es espléndida. (9)
13. Giulini/Filarmónica de Viena (Memories Excellence, 1986).
Esta toma del 10 de junio es paralela a la grabación sin público de DG,
pero las cosas salieron mucho menos bien. Por descontado que el idioma
es irreprochable y que el buen gusto, el cálido aliento lírico y el
humanismo de Giulini están presentes, pero su inspiración es irregular.
Flojea el primer movimiento, rápido y algo nervioso, sin mucha magia
sonora, poso reflexivo o espiritualidad. El segundo no está del todo
paladeado (22’28’’ frente a los 24’08’’ del disco oficial), pero es muy
hermoso y posee un atractivo sabor anhelante, punzante e incluso
exaltado. Magnífico el tercero, y muy bien el cuarto, aun sin poseer –lo
mismo ocurría en el registro oficial, reconozcámoslo– especial grandeza
ni inspiración. (8)
14. Colin Davis/Sinfónica de la Radio Bávara (Orfeo, 1987). Interpretación
muy hermosa y apolínea que no termina de sonar a Bruckner ni de
profundizar en el sentido de la partitura. Desconcierta así el primer
movimiento, con momentos bellísimos pero de sonoridad algo liviana, por
momentos en exceso elegante y poco implicado en el drama. El Scherzo,
colocado por deseo de Sir Colin en segundo lugar, está muy bien, pese a
que la percusión resulta excesiva. El adagio es hermosísimo, aunque
mucho antes lírico y apolíneo que agónico. Bien el Finale, sin terminar
de ofrecer toda la garra dramática, la tensión y el carácter visionario
deseables. (8)
15. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1988). De
entrada, vuelven a impresionar la calidad de la ejecución y
planificación, absolutamente portentosas. La batuta se muestra siempre
tensa, intensa y sincera, muy brillante al tiempo ajena a la retórica
superficial y al efectismo. Otra cosa es que se eche de menos una
versión más personal, más lírica y emotiva, en los dos primeros
movimientos. El tercero es absolutamente genial, poderosísimo y
apabullante pero en absoluto descontrolado. El Finale, no del todo
visionario, es prodigioso por su fuerza, brillantez y sólida construcción. Toma de sonido admirable. (9)
16. Karajan/Filarmónica de Viena (DG, 1989). El
de Salzburgo vuelve a la carga, con las mismas virtudes y menos
defectos. Venga, vamos a reconocerlo: la sonoridad es tan increíblemente
bella, la ejecución tan prodigiosa, la construcción arquitectónica tan
impresionante, el fraseo tan elocuente y el enfoque (¡qué diferencia con
respecto a las ocasiones anteriores!) tan ajeno tanto a la retórica
como al efectismo, que se perdona por completo la relativa falta de
profundidad y de sentido visionario. (9)
17. Celibidache/Filarmónica de Múnich (Sony DVD y SACD, 1990).
En su primera grabación oficial de la partitura, Celi ya demuestra
conocer a la perfección todos sus secretos ofreciendo una sonoridad
perfecta para el autor, una planificación perfecta de las tensiones a
pesar de la lentitud –genial la manera en la que va construyendo la coda
del primer movimiento–, una portentosa clarificación de la polifonía,
una concentración fuera de serie y, sobre todo, un fraseo altamente
cantable que sabe ser al mismo tiempo sensual, reflexivo, tierno y
espiritual, sin que falte una enorme grandeza visionaria en los clímax.
Eso sí, con tempi aun más lentos, en sus dos registros posteriores
logrará paladear aún más las melodías y conseguir una más emotiva magia
sonora, aunque en todos los casos los dos primeros movimientos,
sublimes, convencerán más que un tercero algo falto de nervio y un
cuarto no del todo dramático. Imagen 16:9 con mejora anamórfica, pero
discreta calidad en lo que a definición se refiere. El SACD suena muy
bien, aunque no tanto como las otras sinfonías de la misma caja. (10)
18. Sinopoli/Staatskapelle de Dresde (DG, 1991).
He aquí una idiomática, encendida y brillante recreación, más impulsiva
y espontánea que arquitectónicamente preparada, dotada asimismo de una
amplia cantabilidad italiana y de un buen sentido de las atmósferas.
Solo se resiente un tanto por la tendencia de la batuta a las
explosiones sonoras y, para qué ocultarlo, por alguna chapuza de la
ejecución del primer movimiento. (8)
19. Barenboim/Filarmónica de Berlín (Teldec, 1992).
Barenboim redondea su visión de la Séptima y ofrece no solo
una interpretación mucho mejor que la de 1989, sino seguramente la
cumbre de todo su Bruckner grabado. Y es que en este ciclo con la
Berliner Philharmoniker supo equilibrar el carácter dramático y
escarpado con el que interpretaba al compositor en Chicago con ese
componente esencial en este universo expresivo que es el del equilibrio,
la reflexión y –también– la religiosidad. Posiblemente panteísta,
humanista si se quiere, muy alejada del fervor más o menos dulce y
confiado, pero religiosidad al fin y al cabo. Todo ello queda bien de
manifiesto en un primer movimiento más concentrado, más lógico y más
natural en su fraseo, ortodoxo en lo que al concepto se refiere, y más
aun en un Adagio que pese a ser uno de los más lentos de la discografía
–Celibidache aparte– en absoluto resulta moroso o narcisista, tan
perfecta es la construcción de sus tensiones y tan reveladora la mezcla
de espiritualidad, anhelo y vuelo poético que destila la batuta del
maestro. El Scherzo vuelve a ser un prodigio: puro fuego, nada de
exhibicionismo. Pero la gran aportación del de Buenos Aires está en el
Finale, minimizando el carácter épico con el que habitualmente se le
recrea para acentuar el terror –las sonoridades que extrae de la
orquesta son catedralicias, imponentes–, el carácter opresivo y la
rebeldía todo lo posible, cuidándose muchísimo de no caer en el
nerviosismo, y planificando al milímetro hasta llegar a una coda
visionaria, incandescente a más no poder y bastante más ambigua que
afirmativa. La toma, espléndida, se realizó sin público en la
Konzerthaus de Berlín en febrero de 1992. (10)
20. Abbado/Filarmónica de Viena (DG, 1992).
Tras Böhm, Giulini y Karajan, Abbado también quería utilizar a la
Wiener Philharmoniker para dejarnos su visión de la obra. No aporta nada
con respecto a sus predecesores: puro sonido sin emoción. El fraseo es
hermoso, flexible y natural, pero en absoluto se percibe esa mezcla de
sensualidad, carácter agónico y elevación espiritual que esta música
demanda. Ni siquiera suena muy a Bruckner. Antes al contrario, en algún
momento se percibe cierta tendencia hacia una inconveniente ligereza.
Tampoco la planificación resulta especialmente depurada, e incluso el
Scherzo llega a ser un tanto vulgar. (7)
21. Celibidache/Filarmónica de Berlín (Blu-ray, 1992).
En su "triunfal retorno" –así se definió el evento– al podio de la
Berliner Philharmoniker, el rumano ofrece una visión ante todo
equilibrada y meditativa, controladísima, de arquitectura perfecta en la
que, a pesar de la extraordinaria lentitud de los tempi, la tensión
está perfectamente administrada. Todo está recreado y desgranado con
tanta calma como detalle sin perder de vista la estructura global. No
hay lugar para los arrebatos ni para visiones al borde del abismo, pero
no por ello deja de haber una intensísima emoción espiritual que incluye
su buena dosis de potencia dramática. En cualquier caso, teniendo en
cuenta semejante enfoque, se entiende que los dos primeros movimientos
sean por completo sublimes mientras que los dos últimos, aun espléndidos
y en perfecta coherencia con el resto, no tengan la carga de
electricidad y fuerza visionaria de otras recreaciones. La orquesta,
frente a su habitual de Múnich, ofrece una seguridad, potencia y
brillantez asombrosas, aunque Celibidache nunca se recrea en ellas.
Bellísima su sonoridad densa y oscura, al igual que resulta admirable la
claridad polifónica. Una pena que la gama dinámica de la toma no sea
mayor, porque estamos ante un verdadero hito de la discografía
bruckneriana. (10)
22. Celibidache/Filarmónica de Múnich (EMI, 1994). Obviamente,
esta es una interpretación parecida a la suya en Berlín dos años
anterior. Se nota, desde luego, que la orquesta es inferior. Los tempi
no son ahora tan lentísimos (79’10’’ frente a 86’15’’). Quizá por eso no
se consiga la misma increíble elevación poética del primer movimiento,
pero a cambio los clímax del mismo son más escarpados y rebeldes. Quizá
también los dos últimos movimientos son aun más convincentes, aunque la
orquesta manifieste ahí sus limitaciones. A destacar el hallazgo lírico
que supone el trío del Scherzo y la monumental construcción polifónica
del final. (10)
23. Harnoncourt/Filarmónica de Viena (Teldec, 1999). “No
puedo distinguir mi interpretación de la interpretación tradicional”,
decía Herr Nikolaus en una entrevista de 1994 recogida en el libro La música es más que las palabras. Y ciertamente parece ser así cuando arranca esta Séptima registrada
en vivo en la Musikverein vienesa. Sensatez, equilibrio y cierta
musicalidad parecen que van a presidir esta interpretación que, poco a
poco, va evidenciando una sonoridad excesivamente ligera que borra de un
plumazo el carácter organístico de la música de Bruckner, así como un
considerable distanciamiento expresivo. Pero en el Adagio la frivolidad
hace acto de presencia, y uno se pregunta si el cacareado respeto a las
indicaciones metronómicas de la partitura al que Harnoncourt se refiere
en el mismo texto es tal, o más bien deseo de llamar la atención. Por lo
demás, su empeño en diferenciar secciones aporta claridad a la hora de
comprender la estructura de la obra, pero a cambio se pierde continuidad
en el discurso. En el Scherzo aparece el Harnoncourt “de toda la vida”:
sequedad, agresividad y muchísima rigidez. Puro mecanicismo y
espectáculo de decibelios de cara a la galería. En el Finale hay exceso
de nerviosismo, y la única grandeza que hace acto de presencia es la que
pueden aportar los plateados metales vieneses. (5)
24. Wand/Sinfónica de la NDR (DVD TDK, 1999).
La fluidez, la naturalidad y el estilo están garantizados, pero Wand
adopta una postura acomodaticia y domestica de manera considerable la
partitura, restando rebeldía a los clímax y eludiendo los aspectos más
visionarios. La orquesta se queda corta, sobre todo en los metales, lo
que acentúa más esta circunstancia. El resultado es tan correcto como
aburrido. El DVD recorta un poco la gama dinámica. (6)
25. Ozawa/Orquesta Saito Kinen (Philips, 2003). Pasado un arranque con cierta tendencia a la blandura, el maestro oriental se centra ofrece una recreación muy fluida y natural, expuesta con la elevada depuración esperable en su batuta, en la que la búsqueda de la máxima belleza sonora a través de un enfoque eminentemente lírico termina dejando de lado los aspectos más inquietantes de esta música. No satisfará del todo a los brucknerianos de pura cepa, pero sí que seducirá de manera considerable a una gran cantidad de melómanos no muy proclives a soportar grandes tensiones. De manera consecuente, el Scherzo no resulta muy demoníaco, mientras que el Finale resulta más vistoso que lleno de grandeza. La orquesta se comporta bien, aun distando de ofrecer la pátina de las grandes formaciones europeas acostumbradas a este repertorio. (8)
26. Thielemann/Filarmónica de Múnich (DVD CMajor, 2006). El
controvertido maestro, sin duda buen conocedor del idioma bruckneriano,
se toma las cosas con calma para optar por la delectación melódica,
recrearse en la belleza sonora y adoptar una inequívoca pose de
transcendencia, pero lo cierto es que tampoco logra dotar de continuidad
al primer movimiento, que bajo su batuta resulta un tanto plúmbeo. La
parsimonia vuelve a hacer su aparición en un Adagio muy paladeado pero
más contemplativo que doliente, e incluso por momentos un punto dulzón;
el clímax apabulla sin terminar de resultar visionario. Magnífico el
Scherzo, viril y decidido, en el que Thielemann demuestra manejar las
masas sonoras con apreciable plasticidad. Grandioso e imponente un
Finale en el que el maestro no logra ocultar su búsqueda de la
opulencia, resultando a la postre un tanto hinchado y culminando en una
coda de puro desmelene decibélico admirablemente recogido por la toma. (7)
27. Nézet-Séguin/Metropolitain du Grand Montréal (Atma, 2006).
Lectura de pulso irregular, muy deslavazada, cuya mayor virtud es la
enorme cantabilidad de la batuta del joven Yannick, que frasea con
efusividad y hondo sentido humanista, y su principal defecto la
incapacidad para acumular tensiones en grandes estructuras. El primer
movimiento resulta en este sentido muy flojo, con frases hermosas aquí y
allá pero en conjunto aburrido, salvo un final lleno de grandeza.
Notable el andante, que culmina en un clímax muy logrado. Bien a secas
el Scherzo, a cuyo trío se le podría sacar más partido. Mal el último
movimiento, nervioso y muy pimpante, culminando en una coda en exceso
premiosa y sin la amplitud necesaria. La orquesta se queda corta y
parece menos grande de la cuenta. (7)
28. Welser-Möst/Orquesta Cleveland (DVD Arthaus, 2008). El
maestro vienés adopta un enfoque antes lírico que épico, obteniendo una
sonoridad muy adecuada de la orquesta y desplegando un fraseo muy
bruckneriano, si bien en más de un momento resulta algo tímido, en
exceso delicado. Muy bien el primer movimiento, aunque su final es más
apabullante que visionario. Solo correcto el segundo, prosaico,
superficial y algo falto de concentración, concluyendo sin magia alguna.
El tercero empieza sin mucha fuerza, atraviesa un trio muy rutinario y
después mejora bastante. Bien el cuarto, que no obstante debería estar
más matizado en lo expresivo y cuya coda resulta precipitada, muy poco
grandiosa y nada visionaria. Gran trabajo de la orquesta, con unos
chelos de hermosísima sonoridad. (7)
29. Barenboim/Staatskapelle de Berlín (Blu-ray Accentus y CD DG).
Ante todo llama la atención la premura de los tempi, pues Barenboim se
despacha la obra en menos de 66 minutos, cuando su versión de Chicago
alcanzaba los 66’36’’ y la de Berlín los 70’41’’. En este sentido se
nota mucho que el adagio de Teldec le duraba 24’54’’ y este tan solo
21’34’’, siendo intensísimo pero no estando ni mucho menos tan
paladeado. Globalmente, la interpretación ha perdido algo de
profundidad, de hondura filosófica, ganando en agilidad, naturalidad y
lógica constructiva. Se trata, en cualquier caso, de una lectura
perfecta de idioma, incandescente a más no poder ya desde los primeros
compases, por momentos visionaria y ajena a cualquier retórica. Soberbia
la orquesta, de sonido empastado y profundo, con una cuerda de gran
flexibilidad y unas trompas admirables. Como siempre, la polifonía es
muy organística y está plenamente atendida. El Blu-ray ofrece una
impresionante calidad de imagen y sonido, y por ello es muy preferible a
la edición paralela realizada en DG en una caja con todas las sinfonías
a cargo de los mismos intérpretes. Por cierto, la Séptima editada
en solitario en compacto por el mismo sello no es exactamente la misma:
se grabó en el mismo mes que esta, pero las duraciones dejan claro que
es una toma por completo distinta. (9)
30. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013).
No puede decirse, claro está, que esta no sea una buena lectura. No
puede ser de otra forma con la orquesta más adecuada en todo el planeta
para este repertorio y con una batuta que no solo logra –asunto no
fácil– planificar los dilatadísimos arcos de tensión, sino
que además se mantiene muy alejado tanto de la pesadez como de los
excesos en los que se puede caer en esta música. Por desgracia, y como
era de prever, hay una falta de sintonía evidente entre Sir Simon y el
mundo de Bruckner: aunque los decisivos aspectos épicos están bien
atendidos, se echa de menos esa particular mezcla de sensualidad,
reflexión filosófica (no necesariamente “espiritual”) y carácter
visionario. Y sobre todo falta grandeza. Rattle resulta un tanto frío y
distanciado, incluso soso. No solo eso: se evidencia cierta tendencia a
hacer sonar los primeros violines con una ingravidez inconveniente. (7)
31. Nelsons/Gewandhaus de Leipzig (DG, 2018). Sonoridad
hermosísima y plenamente bruckneriana, cantabilidad maravillosa,
construcción de tensiones y distensiones plena de naturalidad…. Pero
todo ello dentro de un concepto místico en el peor de los sentidos, es
decir, de una elevación espiritual en la solo hay espacio para la
contemplación más serena, apolínea y equilibrada, no así para la duda,
para la inquietud. Las peores sospechas se confirmaron a continuación en
un Adagio de belleza suprema –más de la cuenta: la sonoridad de la
cuerda resulta en exceso pulida– y que se escucha sin emoción, así hasta
llegar a un clímax sin rastro de espiritualidad agónica ni de carácter
visionario. Alguien me dirá que el concepto de Celibidache, a todas
luces el mayor recreador de esta partitura, era igualmente místico. Pues
sí, pero con el rumano se apreciaban una desazón interna y una fuerza
dramática, bien soterrada pero en todo momento presente, que aquí no
hace acto de presencia. Nelsons no indaga en las notas: se limita a
transfigurar los pentagramas creyéndose a pies juntillas eso del “buen
Dios”. Más que correcto el Scherzo, pero las puertas del infierno no se
intuyen ni de lejos; el trío es pura rutina. El Finale me pareció
correctísimo, pero a estas alturas un servidor ya estaba deseando que
terminara la audición. Ingeniería mejorable en el CD. Por cierto, la interpretación también la podrán encontrar con imágenes, concretamente en la plataforma Symphony Live. (7)
32. Haitink/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2019). A sus noventa años, Bernard Haitink se despide de la Berliner Philarmoniker con una Séptima de
absoluta perfección dentro de su enfoque marcadamente apolíneo. Nadie
puede esperar aquí grandes claroscuros dramáticos, tensiones extremas,
sonoridades escarpadas ni éxtasis visionarios. Es la suya una lectura
clásica en el mejor de los sentidos, por completo equilibrada en la
expresión, concentradísima en el fraseo, materializada con una belleza
sonora que, siendo difícilmente superable, no ofrece la menor concesión
al narcicismo ni a la opulencia, revestida de un sereno carácter
contemplativo y dicha desde más allá del bien y del mal. Es decir, justo
desde el lugar en el que se sitúa quien ya lo ha dicho y vivido todo en
el mundo musical. Habrá quien eche de menos mayor emotividad e
incandescencia –el sublime tema lírico del Adagio podría estar más
paladeado–, pero no por ello se puede calificar a esta interpretación de
superficial. Lo que tenemos es aquí es Bruckner en su más ortodoxa
sonoridad y en su más incuestionable esencia. La orquesta está
formidable, aunque el maestro holandés no solo no subraya su
personalidad –estamos en el polo opuesto a un Karajan o un Barenboim–,
sino que opta hacerla sonar con una ligereza bien entendida –nada que
ver con las ingravideces de un Abbado– diríase que camerística, aun sin
renunciar al componente organístico, “catedralicio” de esta música: la
cuerda grave y los metales de la formación berlinesa, en
conjunción con una batuta que levanta el edificio de manera modélica, convierten al
cuarto movimiento en toda una experiencia. (9)
Debería haberlo imaginado, pero la verdad es que fue una sorpresa: mucha gente viaja a Leipzig para escuchar música de Johann Sebastian en la Thomaskirche. Muchísima. Así que les explico de qué va el rollo, por si tienen la oportunidad.
Los conciertos se celebran dos veces por semana: viernes a las seis de la tarde y sábados a las tres. Hora esta última terrible para los españoles, así que mi recomendación es hacer lo que los alemanes: comer a la una. El programa es el mismo en las dos ocasiones. Tres euros cuesta acceder. Las entradas no están numeradas, pero quien quiera sentarse arriba tiene que entrar por un lugar distinto al que yo lo hice, que es una de las dos puertas que da a la plaza de Santo Tomás. Se forman largas colas, pero hay sitio para el todo el mundo. Mucho ojo, porque la mayoría de los asientos miran al altar mayor –justo donde está enterrado Bach–, por lo que ninguno de ellos cuenta con la menor vista de los músicos, que se encuentran en el coro. Seguramente desde arriba se ve mejor. La acústica es mala, pero es la que se conoció en tiempos de Bach. Si se quieren escuchar de manera óptima sus cantatas, mejor un disco bien grabado.
La orquesta es la mismísima de la Gewandhaus; una plantilla reducida, obviamente, aunque lejos de minimalismos "históricamente informados". El coro es, obviamente, el de la Thomaskirche, heredero del que tuvo el propio Bach. Y dirige el kantor de turno: en la actualidad es Andreas Reize, que ya tiene por ahí algunos discos en su haber.
En la página de la Gewandhaus te avisan de la cantata que se va a interpretar ese día, pero no advierten que el programa es mucho más largo, incluyéndose piezas a capella, motetes y páginas para órgano, de Bach o de otros autores. A mí me toco escuchar a Jean-Philippe Rameau, Ko Matsushita, Samuel Scheidt y Ernst Pepping, además de al bueno de Johann Sebastian. La cantata fue la BWV 194, Höchsterwünschtes Freudenfest. Hora y media en total, incluyendo una pequeña predicación.
¿Interpretaciones? De corte "tradicional renovado", es decir, en la línea de un Peter Schreier y similares. Sensatez y musicalidad se ponen por delante de otras circunstancias. No arrebatan, no deslumbran, pero cumplen de manera sobrada. Correctos los solistas vocales, en este caso Julia Sophie Wagner, Oliver Kaden y Tobias Berndt. Y una detalle no poco relevante: cuando llega el coral gran parte del público se pone a cantar, porque en la hojilla del programa se incluye la partitura.
Creo que merece mucho la pena. Tengo la prueba: yo iba con un tremendo codillo y un litro de cerveza oscura en el cuerpo, y ni siquiera entorné los ojos. Eso sí, en cuanto terminó me fue corriendo a Café Bigoti, al lado de la iglesia, donde pude tomar uno de los mejores espressos que he probado en mi vida. Por la noche tenía Lady Macbeth de Shostakovich, pero esa es otra historia.
Hay varias personas interesadas por conocer mi opinión sobre la reseña escrita por Javier del Olivo sobre mi libro de Barenboim en Platea Magazine (aquí). Pienso que no me corresponde opinar sobre la opinión: ahora yo estoy en "el otro lado", lo que implica distanciarme de todas las críticas. Ahora bien, ha pasado un tiempo y creo necesario puntualizar algunas cosas.
1) Javier del Olivo ha demostrado educación y profesionalidad extremas. Envió un email a la editorial para agradecer el envío, realizó la reseña a la mayor prontitud y en cuanto estuvo publicada lo hizo saber. Todo lo contrario ha ocurrido con los otros medios a los que se envió: de Ritmo, Scherzo, Mundo Clásico, Diario de Sevilla y El Correo de Andalucía no hay la menor noticia, ni siquiera acuse de recibo. En cuanto a El País y ABC, no han tenido la deferencia de indicarnos una dirección para enviarles el volumen. Sin comentarios.
2) El contenido del artículo es lo que debe ser: su autor cuenta a los lectores lo que le ha parecido el libro. Si quiere dedicar la mitad del texto a aquello que no le ha gustado de él y concederle la misma importancia que lo que sí le ha gustado, en su derecho está. Punto. Ahora bien, en una cosa se equivoca rotundamente: el texto no es ningún "ajuste de cuentas" –es la expresión que utiliza–, contra nada ni contra nadie. Todo lo que se cuenta en él sobre el mundillo de la crítica es para explicar a las nuevas generaciones los porqués del desarrollo de dos grandes líneas de opinión sobre Barenboim en España, cristalizadas en los grandes enfrentamientos que tuvieron lugar entre Ritmo y Scherzo desde finales de los ochenta hasta principios del nuevo siglo, más o menos. No conozco manera de convencer a nadie de que esto es así, pero sí puedo afirmar en este blog y con total claridad que de "venganza", nada de nada. Bajo ningún concepto. Parafraseando a Leonard Bernstein, "lo sé porque lo escribí yo".
3) Evidentemente, el artículo me ha entristecido. ¿Creen ustedes que soy de piedra? Pero esto es lo que hay: por mucho que haya invertido una enorme cantidad de horas de mi vida en él y no me lleve un solo euro, debo aceptar las reglas del juego. El libro debe ser enviado a todos los medios que se pueda y aceptar su opinión.
4) Yo sigo satisfecho con el resultado. Con todos sus errores e insuficiencias, creo que es un buen libro. Y me siento orgulloso de ser el autor de la que creo que es la primera monografía sobre un director de orquesta escrita directamente en castellano. Monografía que, además, evita el habitual –y mucho más comercial– enfoque biográfico para centrarse en las maneras estéticas del artista en cuestión: cuáles son sus maneras de ver las cosas, qué aportan en su contexto y cuáles son las alternativas. No es musicología, porque ni quiero ni puedo hacerla, pero sí es una obra que puede servir como primer paso para el estudio de las aportaciones de este singular artista, como también de ayuda para aquellos aficionados que deseen adentrarse en el campo de la interpretación del repertorio sinfónico escuchando con criterio los discos puestos a su disposición en las diferentes plataformas de streaming.
Ya conté que pusieron (¡finalmente!) vuelos directos de Jerez de la Frontera a Leipzig, que los precios de la primera semana fueron de aúpa y que los de este "finde" han sido mucho más bajos: 113 euros ida y vuelta, más lo que cuesta dejar el coche en el aeropuerto. Descubrí el chollo tan solo un día antes del vuelo y allí me planté. ¿El inconveniente? Que el avión de regreso ha sido hoy domingo con salida desde el aeropuerto alemán a las seis de la mañana. Ya se sabe que quien algo quiere, algo le cuesta.
Gravemente herida durante las guerras napoleónicas primero, en la Segunda Guerra Mundial después, Leipzig es una ciudad hermosa: aquí las intervenciones de época comunista me han parecido mucho menos horrendas que en otras localidades alemanas. El casco histórico es pequeño, muy limpio y bastante agradable para pasear. La gastronomía es buena, de precio caro. El Museo de Bellas Artes alberga piezas de mucho interés, entre ellas una de las versiones de La isla de los muertos de Arnold Böcklin.
Hay mucho turismo, pero de calidad: no podía imaginar que hubiera tanta, tantísima gente en busca de Johann Sebastian Bach. Yo también, claro. La bella plaza de la iglesia de Santo Tomás es el punto neurálgico que congrega a todos los visitantes. Allí precisamente tenía mi hotel. Está muy bien eso de dormir a unos pocos metros de donde reposan los huesos del Kantor, y en una cama cuya cabecera se decora con una de sus cantatas. Más aún que te despierten las campanas de la Thomaskirche. Y no digamos salir y encontrarte con la estatua del maestro. La iglesia de San Nicolás no la pude ver por dentro, aunque ello no me dio demasiada pena: el aspecto gótico del interior se ha perdido.
Ya les contaré algo más de los conciertos que se pueden escuchar en la Thomaskirche viernes y sábado, así como de la función de la Lady Macbeth de Shostakovich que pude disfrutar en la ópera. Ahora estoy me encuentro muy cansado y debo guardar mis energías para las clases de preparación de la selectividad.
Para mí lo más interesante está en el recital de Radvanovsky y Beczala, la Ariadna en Naxos dirigida por García Calvo, la velada con Netrebko (¡sin su marido, menos mal!), la Carmen con Garança, Yuja Wang tocando y dirigiendo a la Mahler Chamber, los pianos de Trifonov y Argerich (¿de verdad Martha va a salir a tocar sola en un escenario, de verdad?), la Gewandhaus con Nelsons, Perianes con la Philharmonia y la OJA con Eschenbach. ¡Tremebundo! Y aún hay muchas, muchísimas cosas más de calidad e interés, con independencia de la cuota sevillana García-Viardot que supongo había que cubrir.
Personalmente, me sobra la presencia de Rafael Villalobos en un título muy deseado, Ifigenia en Táuride. Al señor Chichon –tengo mal recuerdo de su Lucia en Valencia– comprendo que haya que incorporarlo, porque si no la Garança no canta. Y lo de El murciélago es una pena, porque muchos esperábamos la llegada de esta maravilla a Sevilla y lo hace de la mano de alguien que la dirige mal, el sobrevaloradísimo Minkowski, que encima viene con sus instrumentos originales.
Por lo demás, no salgo aún de mi asombro de la calidad y variedad de la programación. Se lo juro. ¡Bravo por los responsables!
Ya les hablé en esta entrada en la conferencia que tuve el inmenso honor de impartir en el Palacio Ducal de Medina Sidonia, en Sanlúcar de Barrameda. Aquí tienen el vídeo recién publicado, por si a ustedes les interesa. Por mi parte, hoy mismo me largo a ver al bueno de Johann Sebastian, que los vuelos que acaban de poner de Jerez a Leipzig han pasado de ser muy caros a tener precios irrisorios. Me quedo en un hotel junto a la mismísima Thomaskirche. Ya les contaré, porque también hay estreno de una nueva producciónde la Lady Macbeth de Shostakovich.
Publiqué inicialmente esta comparativa el 25 de junio de 2022. No me gustó el resultado. He vuelto a escuchar varias versiones, me he acercado a otras nuevas y he pulido considerablemente el texto. Aún sigue sin convencerme del todo, pero está mejor que antes. Pido disculpas por no haber atendido a todas las peticiones de audición, pero si seguía una grabación tras otra no iba a terminar nunca.
Una vez más, recordar que las puntuaciones del uno al diez no tienen importancia. Lo interesante es ver cuáles son las maneras en que puede abordarse esta música, cuáles son las intenciones del maestro de turno y si las cosas funcionan o no. ¿Un solo director? Me quedo con tres: Barbirolli, Bernstein y Berglund. El maravilloso clasicismo de Sir Colin Davis es una gran opción, pero no me parece tan imprescindible.
1. Ormandy/Orquesta de Philadephia (CBS, 1954). Con un instrumento no solo suntuoso, sino también ideal para esta música, y haciendo gala de un apreciable dominio de la agógica –flexible, no siempre convincente–, el maestro demuestra su conocimiento y amor hacia la partitura con una recreación que se aleja del mero lirismo paisajista –carnosas, sensuales maderas en el segundo movimiento– para atender como es debido a las asperezas, las tensiones y las cargas de electricidad que la Quinta demanda. Eso sí, en el movimiento intermedio hay apresuramientos que restan valor al resultado, justo como ocurre en un Finale que podría estar mejor construido y no verse tan lastrado por el nerviosismo. Excelente la toma monofónica. (7)
2. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1957). Aun tendrá que alcanzar un grado mayor de inspiración determinados pasajes, y desde luego trabajar más a fondo con una orquesta que evidencia limitaciones –aun así, increíble cómo manera las texturas–, pero Sir John ya ofrece aquí una magnífica lectura en su característica línea seca, tensa, obsesiva y expresionista, electrizante mucho antes que paisajística o ensoñada, alcanzando una auténtica cima en un tercer movimiento lento, poderoso, soberbiamente construido y con instantes de mágica inspiración. Sonido estéreo que en alta definición suena muy digno para la época, pese a las inevitables distorsiones. (9)
3. Karajan/Filarmónica de Berlín (Sony, 1957). Esta toma de origen radiofónico deja en evidencia que la Berliner Philharmoniker, como en tiempos de Furtwängler, distaba de ofrecer en director la seguridad y redondez que habitualmente asociamos con ella. Efectivamente, los estudiadísimos registros de estudios para DG serán “otra cosa”. Por otra parte, interesa ver lo que aquí hace un Karajan aún por madurar, o al menos por encontrarse a sí mismo. La deuda toscaniniana aún está ahí. Los tempi son más bien rápidos, demasiado en un Andante mosso bastante trivial, las sonoridades tienden a la aspereza y la sequedad en los ataques se hacen presentes, aunque también está ahí esa tendencia a los grandes contrastes dinámicos y ese cuidado en el empaste de la cuerda que caracterizarán al Karajan posterior. La poesía brilla por su ausencia: el público disfrutaría del espectáculo, pero se emocionaría poco. El sonido, monofónico, es digno pero muy interior a las buenas tomas estéreo de la época. (7)
4. Karajan/Philharmonia (EMI, 1960). El maestro vuelve a dejar testimonio de su temprana visión de la obra, tan distinta de la que ofrecerá años después, pero esta vez con la perfección que ofrece el estudio y con la superlativa participación de la Philharmonia, más adecuada que la berlinesa para plasmar este concepto seco y espartano, sin mostrar todavía esa tendencia tanto a la dulzura como al exceso, por mucho que los contrastes dinámicos sean grandes y la brillantez esté asegurada. Por otra parte, ahora sí consigue la unidad en el trazo, con empuje y atención a la claridad; cae quizá en cierto exceso de nerviosismo en la sección central del segundo movimiento, pero ofrece a cambio considerable decisión en todo el final, hasta el punto de que los acordes finales suenan muy poco separados entre sí, para lo que estamos acostumbrados. Buen sonido si se escucha en SACD. (8)
5. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1961). La dirección del aún relativamente joven Bernstein es extrovertida y muy comunicativa, también muy volcada en los contrastes sonoros, siempre dentro de un perfecto estilo al que contribuye el sonido rústico de la orquesta. Quizá en exceso: los metales suenan no solo broncos, sino también algo pobretones. Desdichadamente, le falta algo de control de la arquitectura, más impulsiva que planificada, así como un mejor análisis de planos sonoros. Pincha en este sentido el primer movimiento, más nervioso de la cuenta. En el segundo destaca el excelente tratamiento de la cuerda. En el Finale el maestro paladea los pasajes claves con enorme concentración, pero otorgándoles asimismo un carácter algo hinchado, incluso retórico e insincero, lo que a su vez conduce a que a la arquitectura le falte unidad de trazo. Lo hará muchísimo mejor en el futuro. (7)
6. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1965). Tan solo cinco años después. de su grabación con la Philharmonia, Karajan es ya el que todos conocemos, ofreciéndonos así un concepto “romántico” tanto en sonido como en expresión dentro de una idea en buena medida contemplativa y sensual de esta música. Así las cosas, esta nueva recreación es bien distinta a aquella: más hermosa, pero también más ampulosa e hinchada, y con cierta tendencia a la dulzura. Ciertamente impactan la robustez y la belleza del sonido, como también la capacidad para generar texturas densas y opresivas, así como la claridad del entramado orquestal, pero el maestro cae en lo ampuloso y pesante, e incluso en algún momento del primer movimiento tiene alguna frase demasiado “amable”. Sonido redondo, cálido y confortable en BR-A y en Atmos. (8)
7. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1966). El maestro británico madura definitivamente su acercamiento a la obra ofreciendo una genial recreación, expresionista y muy tensa, pero asimismo llena de control, consiguiendo una arquitectura de tensiones perfecta y una asombrosa disección del entramado orquestal en el que cada línea melódica se encuentra matizada con enorme acierto. En el primer movimiento, inquietante y lleno de malos presagios, hay que destacar como ni siquiera en esos instantes más delicados –hacia el minuto seis– en el que muchos directores se desinflan, Barbirolli deja de mantener la tensión interna. En el segundo, apartándose por completo de lo bucólico y optando por mantener un fraseo en marcado stacatto, tampoco baja la guardia: los acentos lacerantes de la cuerda producen escalofríos. Lleno de fuerza pero nada retórico ni hinchado el final, que acaba en acordes secos e implacables a más no poder. La toma sonora resulta áspera incluso tras la restauración en alta definición. (10)
8. Bernstein/Sinfónica de Londres (DVD ica Classics, 1966). Lenny se deja llevar por la presencia del público y ofrece, siempre con ese espectacular manejo de las masas sonoras que le caracteriza y dejando bien clara su tendencia a disfrutar del sonido por sí mismo, una recreación ante todo directa, vibrante, impulsiva, dicha de un solo trazo, cargada de fuerza, que alcanza clímax poderosos a más no poder sin dejar por ello de ofrecer la adecuada delectación melódica en los pasajes líricos, pero también algo epidérmica, más impulsiva que meditada, y por ello carente todavía de esa concentración interior, de esa naturalidad en el fraseo y de ese refinamiento en el tratamiento de los diferentes planos sonoros de los que hará gala en su increíble recreación veinticuatro años posterior con la Filarmónica de Viena, no obstante anunciada aquí en un Finale de enorme grandeza. La toma sonora dista muchísimo de convencer, aunque la realización televisiva de Humphrey Burton, en blanco y negro, está por encima de la media de la época. (8)
9. Maazel/Filarmonica de Viena (Decca, 1966). El trasvase a alta definición de la formidable toma realizada por los ingenieros del sello británico nos permite disfrutar plenamente del soberbio trabajo de clarificación de planos realizado por un Maazel a punto de cumplir los treinta y seis años y ya dueño de una técnica de primerísimo nivel con la que logra, al mismo tiempo, hacer zona a la Filarmónica de Viena de manera rústica y escarpada, dentro de una propuesta expresiva fresca, afilada, recorrida por electricidad y nervio interno, indisimulada en su búsqueda de brillantez, pero en absoluto grandilocuente ni pesada. Se queda corta en lo que a calor, efusividad y vuelo poético se refiere, sobre todo en un movimiento central dicho un tanto de pasada. En contrapartida, la acumulación de tensiones hacia el clímax final resulta impactante. (9)
10. Barbirolli/Orquesta Hallé (Testament, 1968). Una vez más, el típico Sibelius de Barbirolli: áspero, dramático, tenso y electrizante, nada romántico. En esta ocasión se le puede reprochar un excesivo nerviosismo en algunos pasajes, limitación que compensa con algunos hallazgos extraordinarios. (9)
11. Celibidache/Sinfónica de la Radio Sueca (DG, 1971). A pesar de lo admirable de una arquitectura de tensiones construida sobre unos tempi muy lentos, de echan de menos algo más de belleza y efusividad lírica. El final, grandioso pero sin un ápice de retórica, es un verdadero triunfo. (8)
12. Berglund/Sinfónica de Bornemouth (EMI, 1973). Cuarenta y cuatro años tenía el director finlandés cuando realizó el primero de sus cinco acercamientos fonográficos a la página. Demostró en él amor por esta música, un plausible acercamiento a medio camino entre lo romántico y lo expresionista y un gran cuidado formal a la hora de ir desgranando la música, sin prisas ni nerviosismo, pero no logró trazar correctamente la arquitectura: las líneas de tensión avanzan con dificultad y a veces se bordea el aburrimiento. Tampoco su lectura es del todo poética ni hace gala de una particular creatividad. Lo mejor, un Finale con muy buenos momentos. (7)
13. Colin Davis/Sinfónica de Boston (Philips, 1975). Como EMI y Decca ya tenía en Europa sus respectivas integrales de Sibelius, los holandeses se ponen al día echando mano de la orquesta de Ozawa, cuyas suntuosas cuerdas y maderas -metales a menor altura- son recogidas por una toma sensacional para la fecha, y de un maestro que muestra un evidente interés hacia esta música, aunque aún por madurar. Por eso mismo, al tiempo que hemos de aplaudir el suntuoso modelado sinfónico que obtiene su batuta, la generalmente muy notable delineación del tejido polifónico, la inmediatez expresiva del acercamiento y el exquisito gusto que lo preside –ni rastro de excesos ni de caídas en lo contemplativo–, hemos de percatarnos de la discontinuidad de un primer movimiento en que cuenta con momentos excelentes, cierta falta de poesía en el Andante y una relativa falta de grandeza en un Finale que comienza de manera bulliciosa pero no termina de calar a fondo en la música. Desde un prisma de menores conflictos dramáticos y mayor depuración sonora, Sir Colin profundizará en el futuro de manera considerable en esta música que amará como pocas. (8)
14. Karajan/Filarmónica de Berlín (EMI, 1976). Lectura en la misma línea opulenta, densa y grandiosa de su interpretación para DG, muy atenta a la belleza sonora, pero con menor pesantez y ampulosidad. Aun así, el segundo movimiento resulta por momentos en exceso dulce. (8)
15. Ashkenazy/Orquesta Philharmonia (Decca, 1980). Aunque estos no eran sus primeros pasos discográficos como director, Ashkenazy demostró en su ciclo Sibelius no solo un gran talento para manejar tensiones y masas sonoras, sino también un apreciable olfato para interpretar al autor finés en el punto justo de equilibrio entre postromanticismo y modernidad. Lo dicho queda bien claro en esta Quinta austera, dramática, un tanto enrarecida, en modo alguno sentimental o contemplativa, pero no áspera ni particularmente escarpada, como tampoco ajena a la amplitud melódica ni a la belleza sonora. Le ayudan una orquesta aún en espléndida forma y una toma sonora de gran calidad realizada en un Kingsway Hall al que ya le quedaba poco tiempo de vida como estudio de grabación. (9)
16. Rattle/Orquesta Philharmonia (EMI, 1981). Al frente de una orquesta excepcional a la que su batuta modela con pinceles finos, claridad y atención al detalle, el joven Rattle acierta con el lenguaje aportando el punto justo de equilibrio entre tradición y modernidad, sin resultar romántico o hinchado, pero tampoco necesitado de ser particularmente escarpado o electrizante. Su fraseo es natural y posee el carácter nervioso en el buen sentido que demanda esta música, mientras que la tímbrica ofrece el punto adecuado de incisividad. Eso sí, el desarrollo de las tensiones no está del todo conseguido, al menos en un primer movimiento en el que juega tan arriesgadamente con los pianísimos hasta el punto de que la continuidad está a punto de venirse abajo. En el segundo se echa de menos la efusividad poética que proponen los pentagramas. Lo mejor, un tercer movimiento brillante y con garra pero sin retórica, dicho además con un punto amargo muy adecuado, aunque tampoco posea la grandeza y el carácter visionario que ofrecen los grandes directores de la página. (8)
17. Berglund/Filarmónica de Helsinki (Warner, 1986). Trece años después de su primera aproximación, Berglund repite su acercamiento ortodoxo y sensato, de fraseo cálido y ajeno al nerviosismo, pero ahora con las tensiones mejor delineadas y dando la impresión de realizar un más detallado desmenuzamiento del entramado sinfónico, circunstancia a lo que no es ajena una toma sonora superior a la de entonces. En cualquier caso, se siguen echando de menos electricidad y garra dramática. (8)
18. Bernstein/Filarmónica de Viena (CD DG y Blu-ray CMajor, 1987). Sin palabras. Lenny alcanza aquí una de las cimas de su carrera como director ofreciéndonos una recreación lentísima, pero de enorme tensión interna; suntuosa y bellísima en la sonoridad sin caer en ese narcisismo que tanto tentaba a su batuta; romántica y de acongojante efusividad lírica en un planteamiento alejado del expresionismo, mas no por ello ajena a conflictos y contrastes. Dotada, en cualquier caso, de una convicción apabullante y de una emotividad conmovedora. Como lección de técnica, no tiene precio. Uno se queda mudo de asombro ante una arquitectura perfectamente estudiada su planificación de tensiones, permitiendo que el carácter orgánico de la música se desarrolle con total naturalidad. Todo ello obteniendo una plasticidad enorme de una orquesta a la que él sabía hacer sonar con más belleza que nadie, y haciendo gala de un fraseo tan sutil como flexible, lleno de cantabilidad y de humanismo. Tras un final grandioso a más no poder, pero en esta ocasión sin caer en los excesos de ocasiones anteriores, el maestro logra una merecidísima ovación del público que llenaba la Konzerthaus vienesa. Una pena que la espléndida filmación de Humphrey Burton haya sido recortada a formato 16:9 en su trasvase a Blu-ray. Compra imprescindible, en cualquier caso: se incluye sonido DTS-HD MA 5.1. No se conformen con el CD, porque ver a Lenny en acción no tiene precio. (10)
19. Celibidache/Filarmónica de Múnich (MPhli, 1988). Feliz recuperación con espléndido sonido –algunas plataformas lo ofrecen incluso en Dolby Atmos– que nos permite conocer cómo abordaba Celi este repertorio en su época más personal, más genial y –por qué no decirlo– más discutible. El resultado, alejadísimo de la incisividad y la visceralidad expresionistas de un Barbirolli, pero también apartado de los grandes contrastes sonoros de directores más románticos”, recuerda a su Bruckner: tempi muy lentos, fraseo mórbido y de amplio aliento lírico, claridad extrema y, sobre todo, una calculadísima planificación de las tensiones en la que cada frase no es sino el resultado de la anterior, siempre partiendo de un concepto plenamente orgánico del edificio musical que si en el de San Florián se venía en cierto modo constreñido por un diseño heredero del mundo clásico, en Sibelius adquiere todo su sentido. La música fluye como en un manantial y discurre como ella quiere, al maestro le corresponde que lo haga con plena naturalidad y sin interrupciones. Todo ello al servicio de una idea expresiva que, de nuevo como en Bruckner, combina de manera asombrosa la reflexión humanística, la desazón más amarga y la plenitud espiritual. Por lo demás, mucha belleza sonora y una buena dosis de ternura, esto último quizá en exceso: el final del segundo movimiento resulta más dulce de la cuenta. (9)
20. Colin Davis/Sinfónica de Londres (RCA-Sony, 1992). Aun sin tratarse exactamente de una versión "romántica", el maestro británico renuncia a la electricidad y a la aspereza sonoras para plantear una lectura eminentemente natural, fluida, en el que el discurso avanza con pulso firme sin que apenas se perciban los sutiles matices que construyen las tensiones y exhibiendo una gran belleza sonora, jamás relamida o narcisista. Admirables la poesía del arranque y el grandioso final, al que se llega con una naturalidad y lógica pasmosas sin forzar nunca la arquitectura ni caer en la retórica. Interpretación esencial, abstracta, hasta cierto punto distanciada, pero sin caer en la asepsia que atrapará a otros maestros que sigan esta misma línea. (9)
21. Berglund/Orquesta de Cámara de Europa (Finlandia, 1996). Tan diferente es esta lectura a las suyas anteriores que parece que nos encontramos ante otro director. No es cuestión de tempi –más rápido en el primer movimiento, lo contrario en los otros dos–, ni de la formación utilizada. Es el concepto: articulación mucho más marcada, sonoridad más incisiva, mayor protagonismo de la tensión armónica frente a la nobleza del fraseo, mucho mayor relieve de las maderas y de sus células repetitivas que van generando tensión. En resumen, mirada decidida hacia los aspectos más modernos de la escritura de Sibelius. Lo que no entiendo muy bien es la ralentización “espiritual” o “mística” en el minuto seis del movimiento conclusivo, que parece contradecir –quizá desee precisamente eso, el contraste– el planteamiento anterior. (9)
22. Berglund/Orquesta de Cámara de Europa (Medici TV, 1998). Repetición de la jugada, esta vez con imágenes. Importa poco que la filmación no esté a la altura de la tecnología actual, o que la orquesta cometa algún gazapo propio del directo: es un placer ver, además de escuchar, una propuesta tan estimulante, tan llena de nervio como ajena al nerviosismo, tan incisiva sin merma de la belleza sonora, tan sincera y comunicativa dentro de una visión muy apartada del romanticismo por el que apuestan otros directores. Ideal para un primer acercamiento a la página. (9)
23. Berglund/Filarmónica de Londres (LPO, 2003). A sus setenta y cuatro años, el maestro finlandés nos deja su quinto y último documento que nos permite apreciar cómo evoluciona su visión de la página. También el mejor, o al menos el más conseguido dentro del atractivísimo enfoque tardío: un Sibelius anguloso, obsesivo e inquietante a más no poder, poco interesado por la voluptuosidad sinfónica y más bien volcado clarificar cada una de las líneas de la polifonía y subrayar las tensiones que su entrecruzamiento provocan. Muy en la línea de un Barbirolli, pero restando un punto de aspereza y carácter escarpado. A destacar de manera especial la doliente intensidad del clímax final, alcanzando unas cotas de amargor que dejan el corazón en un puño. La orquesta, tratada con depuración sonora admirable, se encuentra muy bien recogida por la toma pese a proceder de un concierto realizado en el complicado Royal Festival Hall. En algunas plataformas de streaming se puede escuchar en alta resolución. (10)
24. Colin Davis/Sinfónica de Londres (LSO, 2003). Sir Colin y su orquesta repiten la jugada, esta vez en directo y con una toma no tan buena como en la ocasión anterior. Importa poco, porque los resultados son, como mínimo, igual de admirables. Su interpretación respira naturalidad, fluidez y elegancia, se despliega una enorme suntuosidad sonora sin acercarse en modo alguno a la opulencia, las masas se encuentran tratadas con enorme plasticidad y las tensiones, aun sin encontrarse en primer plano, sostienen la lectura desde el primer al último compás. Puro clasicismo. (10)
25. Salonen/Orquesta del Festival de Verbier (DVD Medici Arts, 2007). Anguloso, aristado y algo distante, como era de esperar, el notabilísimo primer movimiento. En los otros dos la cosa cambia: el otras veces cerebral Salonen se muestra caprichoso en la agógica, por momentos algo dulzón y más bien insincero en lo expresivo, sobre todo en un tercer movimiento en el que –ralentizando hasta el límite numerosos pasajes– juega a ser Celibidache. La gama dinámica está muy comprimida. (7)
26. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall y Blu-ray, 2010). Recordando bastante a la que hizo con la Philharmonia, el británico ofrece una interpretación equilibrada entre lo romántico y lo moderno, dicha sin retórica vacua alguna, trazada con pinceles finos, pero no muy poética, falta de sensualidad, grandeza y carácter visionario, y con una grave discontinuidad en las tensiones del primer movimiento. La gran ventaja es la orquesta, suntuosa, con una cuerda grave de lo más conveniente y con solistas de musicalidad excelsa. (8)
27. Dausgaard/Sinfónica Nacional Danesa (Blu-ray CMajor, 2011?). Interpretación muy aseada y solvente, mucho antes lírica que dramática, expuesta de manera impecable y dicha con un gusto exquisito por un director que sabe lo que se hace y una orquesta que responde con un estupendo nivel, pero a la que le falta una muy buena dosis de tensión interna y fuerza expresiva para convencer. Todo suena un tanto neutro, incluso plano, mientras que los aspectos más visionarios de esta música quedan relegados. Imagen y sonido, extraordinarios. (7)
28. Vänskä/Orquesta de Minnesota (BIS, 2011). Nada que objetar ante el enfoque de la interpretación, lírico y contemplativo antes que basado en los grandes conflictos de líneas y bloques sonoros. Es posible hacer esta música así, aunque no sea la manera en la que la modernidad de los pentagramas se ponga mejor de manifiesto. El problema está en la discontinuidad del discurso, en los innecesarios tirones de tempo y en las caídas en la laxitud. También en un trabajo de texturas que, sin ser en modo alguno de trazo grueso, no logra clarificar del todo bien los planos ni “explicar” el tejido sinfónico al oyente. Y no parece que sea cosa de la toma, magnífica escuchándola en alta definición, ni tampoco de una orquesta que, con sus obvias limitaciones, se comporta bastante bien. Aburre. (7)
29. Paavo Järvi/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013). El enfoque del director estonio atrapa desde el arranque por su inmediatez, electricidad y carácter escarpado, pero conforme avanza la interpretación uno repara en que el exceso de nervio se lleva por delante la grandeza –fin del primer movimiento– y esa particular mezcla de sensualidad, lirismo contemplativo y desazón –segundo– que anida en los pentagramas. El tercer movimiento es lo más conseguido en esta interpretación vistosa y con gancho, pero algo superficial. (8)
30. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). Beneficiándose sobremanera de la maravillosa sonoridad de la orquesta, trabajada en todo momento con pinceles finos, el maestro británico vuelve a ofrecer una interpretación certera en su enfoque: esencial y despojado de aditamentos, distante del romanticismo y sin voluntad de resultar expresionista, optando más bien por una especia de clasicismo apolíneo y ajeno a la retórica. Ofrece así una lectura muy equilibrada en lo expresivo y perfectamente depurada en lo sonoro, pero también algo falta de tensión sonora, de sensualidad y, sobre todo, de emotividad lírica. Se echa de menos, a la postre, implicación emocional. (8)
31. Paavo Järvi/Orquesta de París (RCA, 2015). El maestro estonio repite una aproximación que parece querer seguir la senda de Berglund a la hora de apartarse de voluptuosidades más o menos “románticas” para subrayar las angulosidades de la escritura. Lo hace con buena caligrafía y apreciable convicción, pero sin llegar a semejante altura: ni delinea el tejido orquestal con semejante perfección ni alcanza su intensidad expresiva. Incurre, además, en cierta aparatosidad inconveniente, sobre todo en las conclusiones de los movimientos extremos. Magnífica la toma si se escucha en formato de alta definición. (8)
32. Mäkelä/Filarmónica de Oslo (Decca, 2021). Veinticinco años contaba el director finlandés cuando realizó este registro, soberbiamente grabado y beneficiado del formato Dolby Atmos en algunas plataformas de streaming. Apostó claramente por un Sibelius "clásico": equilibrio expresivo, elegancia y belleza sonora por encima de otras consideraciones. ¿Resulta válido este enfoque? Colin Davis y la Sinfónica de Londres demostraron que sí, que lo es plenamente. El problema es que Mäkelä no solo pule en exceso las asperezas, se desinteresa por las células de electricidad que recorren esta música y rehúye los grandes conflictos dramáticos, sino que también resulta en exceso laxo –en el minuto seis del primer movimiento se le cae la tensión, como le suele pasar a Rattle– y no transmite la fuerza emotiva que anida en esta música. Así las cosas, triunfa en el movimiento central y se queda a medio camino en los otros dos. Espléndida la orquesta, eso sí, tratada con una plasticidad digna de admiración. (8)
33. Salonen/Sinfónica de San Francisco (SFS, 2022). Esta vez Salonen no apuesta por las angulosidades en el primer movimiento, sino que se apuesta por un distanciado y sereno clasicismo que, en cierto modo, se emparenta con el de su joven compatriota Mäkelä. En el segundo desconciertan los marcados contrastes en los tempi, que no terminan de encontrar una justificación expresiva; la parsimonia con que frasea la última sección puede llegar a irritar. En el Finale, como en su registro de Verbier, vuelve a “hacerse el Celibidache” estirando la música todo lo posible: consigue que el edificio no se venga abajo, pero no alcanza la sinceridad ni la magia poética del rumano. Por descontado, el trabajo con la orquesta es de muy alta calidad. Se disfruta de manera especial en Dolby Atmos: violines primeros y violonchelos suenan a los lados del oyente, circunstancia que a algunos resultará artificioso, pero que a mi entender mejora la claridad. (8)
34. Franck. Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2023). Alguien podría argüir que lo que pretende Mikko Franck es seguir el sendero que se aparta tanto de las opulencia y apasionamiento de las interpretaciones más o menos románticas como de las descargas de electricidad de las que miran hacia lo expresionista para optar, en su lugar, por un sereno y distanciado clasicismo. Podría ser, pero a mí lo que me parece es que el maestro finlandés multiplica las insuficiencias que adoptando este mismo prisma evidenciaron Rattle y –sobre todo– Mäkelä al mostrarse por completo incapaz de inyectar a su lectura un mínimo de tensión interna: por mucho que la exposición resulte pulquérrima, la portentosa arquitectura diseñada por Sibelius se viene abajo. Como la batuta tampoco parece capaz de destilar la suficiente emotividad en el movimiento central, el resultado es una de las direcciones menos logradas que he escuchado de esta sinfonía. La orquesta, aun impecable, parece tocar con cierta indiferencia. Imagen 4K y sonido Dolby Atmos. (6)