Debería haberlo imaginado, pero la verdad es que fue una sorpresa: mucha gente viaja a Leipzig para escuchar música de Johann Sebastian en la Thomaskirche. Muchísima. Así que les explico de qué va el rollo, por si tienen la oportunidad.
Los conciertos se celebran dos veces por semana: viernes a las seis de la tarde y sábados a las tres. Hora esta última terrible para los españoles, así que mi recomendación es hacer lo que los alemanes: comer a la una. El programa es el mismo en las dos ocasiones. Tres euros cuesta acceder. Las entradas no están numeradas, pero quien quiera sentarse arriba tiene que entrar por un lugar distinto al que yo lo hice, que es una de las dos puertas que da a la plaza de Santo Tomás. Se forman largas colas, pero hay sitio para el todo el mundo. Mucho ojo, porque la mayoría de los asientos miran al altar mayor –justo donde está enterrado Bach–, por lo que ninguno de ellos cuenta con la menor vista de los músicos, que se encuentran en el coro. Seguramente desde arriba se ve mejor. La acústica es mala, pero es la que se conoció en tiempos de Bach. Si se quieren escuchar de manera óptima sus cantatas, mejor un disco bien grabado.
La orquesta es la mismísima de la Gewandhaus; una plantilla reducida, obviamente, aunque lejos de minimalismos "históricamente informados". El coro es, obviamente, el de la Thomaskirche, heredero del que tuvo el propio Bach. Y dirige el kantor de turno: en la actualidad es Andreas Reize, que ya tiene por ahí algunos discos en su haber.
En la página de la Gewandhaus te avisan de la cantata que se va a interpretar ese día, pero no advierten que el programa es mucho más largo, incluyéndose piezas a capella, motetes y páginas para órgano, de Bach o de otros autores. A mí me toco escuchar a Jean-Philippe Rameau, Ko Matsushita, Samuel Scheidt y Ernst Pepping, además de al bueno de Johann Sebastian. La cantata fue la BWV 194, Höchsterwünschtes Freudenfest. Hora y media en total, incluyendo una pequeña predicación.
¿Interpretaciones? De corte "tradicional renovado", es decir, en la línea de un Peter Schreier y similares. Sensatez y musicalidad se ponen por delante de otras circunstancias. No arrebatan, no deslumbran, pero cumplen de manera sobrada. Correctos los solistas vocales, en este caso Julia Sophie Wagner, Oliver Kaden y Tobias Berndt. Y una detalle no poco relevante: cuando llega el coral gran parte del público se pone a cantar, porque en la hojilla del programa se incluye la partitura.
Creo que merece mucho la pena. Tengo la prueba: yo iba con un tremendo codillo y un litro de cerveza oscura en el cuerpo, y ni siquiera entorné los ojos. Eso sí, en cuanto terminó me fue corriendo a Café Bigoti, al lado de la iglesia, donde pude tomar uno de los mejores espressos que he probado en mi vida. Por la noche tenía Lady Macbeth de Shostakovich, pero esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario