domingo, 2 de junio de 2024

Sinfonía nº 4 de Mendelssohn, "Italiana": discografía comparada

Esta comparativa de la Sinfonía Italiana de Mendelssohn ha sido una verdadera pesadilla. La dejé a medias hace ya muchos meses y hasta ahora no la he cerrado. En falso: tengo varias pendientes de escuchar. Pero ya no espero más. Ahí va, confiando en que a ustedes les resulte de interés.

 


1. Barbirolli/Orquesta Hallé (EMI, 1948). Desgrana el maestro londinense sin prisa alguna el Allegro vivace inicial, dejando que la música respire, realizando una notable labor de concertación –gran claridad en los planos sonoros, pese a algún desajuste– y manteniendo ese difícil equilibrio entre elegancia y fuerza que necesita Mendelssohn, pero no logra sacar a la luz la sensualidad y la poesía que esta música necesita. Tampoco lo consigue en el Andante con moto, aunque sí que se muestra sabio a la hora de atender a su amargor e incluso obtiene acentos muy lacerantes. Encanto, ternura y ensoñación siguen sin aparecer en el tercer movimiento, en el que se imponen la adustez dramática y la decisión del Trío. La personalísima recreación se cierra, con perfecta coherencia, con un Saltarello de carácter áspero y escarpado, lleno de nervio pero sin luminosidad alguna, sino muy a mala leche. Deficiente la toma. (7)

 

2. Celibidache/Filarmónica de Berlín (BP, 1950). Aún estamos en la posguerra. La Berliner Philharmoniker se la reparten entre un Furtwängler aún demasiado cercano en el tiempo a los cumpleaños de Hitler y un joven de raza gitana lleno de talento que, como Furt, miraba con el rabillo del ojo la amenaza Karajan. Lo cierto es que hacer Mendelssohn le tocó a Celi, y este dio la campanada ofreciendo una interpretación de muchísimo fuste: madura antes que juvenil, de tempi amplios y gran elegancia melódica, sin contundencias ni rigideces, interesada mucho antes por la poesía que por la efervescencia y la trepidación, y atenta a no hacer demasiado leve esta música. Eso sí, a pesar de que el tratamiento de planos sonoros se encuentra bastante cuidado, ni la orquesta ni la batuta poseían el enorme virtuosismo que alcanzarán más adelante. Buen sonido monofónico. (8)

 

 

3. Toscanini/Orquesta de la NBC (RCA, 1954). Eso de que “Toscanini fue la persona que más daño le ha hecho a la música” (sic) no es sino una de esas tremebundas barbaridades que de vez en cuando salían de la boca de Celibidache, pero queda claro que es difícil encontrar a un director más opuesto en sus maneras al rumano que el mítico maestro nacido en Parma. Sea como fuere, el nervio, la incisividad, el indesmayable vigor rítmico y ese punto de “descaro” italiano que caracterizaban a su batuta le permiten triunfar por todo lo alto en un primer movimiento pletórico de electricidad, luz y frescura. Muchísimo menos bien el segundo: hay que admirar el formidable diseño rítmico de la cuerda grave, pero la sensualidad y la poesía brillan por su ausencia. El tercero posee intensidad, mas no cantabilidad ni elegancia: en el Trío sobran contundencias de dudoso gusto. En el Saltarello conclusivo se podían esperar resultados similares a los del movimiento inicial, pero no: se imponen la rigidez y la machaconería, amén de la sequedad de los timbalazos. (7)

 

 

4. Cantelli/Orquesta Philharmonia (EMI, 1955). Se supone que Cantelli fue discípulo de Toscanini, pero en absoluto se reconocen aquí las características del maestro de Parma. Antes al contrario, su joven colega ofrece una lectura no particularmente briosa ni incisiva, tampoco de especial vivacidad rítmica, sino más bien bañada por una luz dorada y sensual. Se encuentra expuesta sin prisas, con nobleza y con cantabilidad, sin descuidar ciertos toques amargos y lacerantes en el tercer movimiento, todo ello con un perfecto equilibrio de planos y haciendo gala de un gusto exquisito. Lástima que el segundo movimiento se quede más bien corto en poesía. Buen sonido monofónico, recientemente recuperado en alta definición. (8)

 

5. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1958). Por mucho nervio que aporte Bernstein, y por muy buena voluntad que le ponga a la hora de paladear con lentitud el Andante con moto, lo cierto es que a este Mendelssohn le faltan limpieza, elegancia y sensualidad, como también atención al matiz. Gran parte de la culpa es de una orquesta que se queda corta. Aceptable sonido estereofónico. (7)

 

6. Maazel/Filarmónica de Berlín (DG, 1960). Treinta años tenía Lorin Maazel cuando le pusieron delante a esa joya llamada Berliner Philharmoniker para grabar la Italiana. Se trataba de dar la lección de técnica, y vaya si la dio: lectura dicha de un solo trazo, depuradísima en el tratamiento la orquesta y soberbiamente analizada en cada uno de los planos sonoros. Desdichadamente, la poesía se quedó por el camino: todo suena tan ortodoxo como sensato, sin contundencias ni rigideces toscaninianas, también ajeno a pesadeces y densidades que pudieran venir por parte de la orquesta, pero considerablemente aséptico. El movimiento conclusivo, sin ser ninguna maravilla, es quizá el único realmente satisfactorio. (7)

 

 

7. Klemperer/Philharmonia (EMI, 1960). Cuadratura del círculo: Klemperer mantiene esa sonoridad rocosa y prieta que tanto le gustaba, pero consigue una agilidad y una claridad pasmosas en una música necesitada de una ligereza muy especial. Tal cosa solo lo podía conseguir, claro está, con un superlativo dominio de la batuta y con una orquesta capaz de lo imposible. No solo eso. El de Breslau tampoco es capaz renunciar a ese peculiar distanciamiento de la emotividad que le caracteriza, al desinterés por el arrebato temperamental o por las descargas de electricidad, como tampoco pretende adoptar grandes lentitudes –el fraseo es natural, moderado en los tempi sin bajar la guardia en el segundo movimiento–, pero al mismo tiempo destila un vuelo poético, una sensualidad y hasta una luz mediterránea que pocos directores han sido capaces de conseguir. Por lo demás, el análisis polifónico del último movimiento es una de las cosas más increíble que uno puede escuchar en lo que a técnica de batuta y virtuosismo orquestal se refiere. Excelente sonido tras el reprocesado de 2023. (10)

 

 

8. Szell/Orquesta de Cleveland (CSB, 1962). Al contrario que Cantelli, Szell sí que parece heredar el concepto que Toscanini tenía de esta obra, solo que plasmándolo con una orquesta aplastantemente superior a la de la NBC (¡con qué virtuosismo y limpieza tocan los de Cleveland!), fraseando con menor sequedad e interpretando sin incurrir en los gestos de mal gusto del de Parma. Así, las cosas, comenzamos con un Allegro vivace luminosísimo, lleno de vida y de comunicatividad, si bien alguna frase podría estar paladeada con mayor flexibilidad y sentido de lo cantable. Seguimos con un Andante con moto rápido y por completo aséptico que, como el de Toscanini, solo se interesa por el diseño rítmico. El Con molto moderato, dicho con elegancia y apasionamiento, carece de la sensualidad y la magia poética que la música se merece. Se cierra con un Presto rapidísimo, ágil y con una levedad maravillosamente conseguida, pero también algo mecánico. (8)

 

9. Sawallisch/New Philharmonia (Philips-Brilliant, 1967). Que Sawallisch poseía una técnica de primer orden queda bien claro en esta interpretación increíblemente bien expuesta, dicha sin prisas pero con excelente pulso, clarificada de manera admirable y de apreciable belleza sonora, siempre con una sonoridad a medio camino entre ligereza y densidad apropiada para Mendelssohn, y en perfecta sintonía con una orquesta que suena muchísimo menos personal que con su titular Klemperer, pero con no menor virtuosismo ni musicalidad. También se evidencian su irreprochable gusto y su sensatísima musicalidad. Ahora bien, en lo que a inspiración se refiere, los resultados son irregulares: el primer movimiento es espléndido por su mezcla de entusiasmo, luminosidad y perfecto control, el segundo no termina de elevar el vuelo, el tercero queda un poco soso y el cuarto, sin ser el más electrizante que se haya escuchado, vuelve a convencer por su animación y frescura. (8)

 


10. Abbado/Sinfónica de Londres (Decca, 1968). En febrero de 1968 un Abbado que aún no había cumplido los treinta y cinco se mete en el Kingsway Hall para dejar constancia de su prodigiosa técnica de batuta. Ciertamente lo consigue: no solo alcanza el adecuado punto de equilibrio entre vigor y agilidad que necesita Mendelssohn, sino que además realiza una disección de la refinadísima polifonía de esta música solo al alcance de unos elegidos, Klemperer aparte. Otra cosa es la expresión: en los dos primeros movimientos la poesía no aparece. Esta llega en el tercero, francamente sugestivo, mientras que el Saltarello es un prodigio de virtuosismo. La toma, pese a ser responsabilidad del gran Kenneth Wilkinson, se ha quedado un poco anticuada. (8)

 


11. Previn/Sinfónica de Londres (RCA, 1970). La sintonía del maestro norteamericano con la música de Mendelssohn queda bien de manifiesto en esta recreación de la más admirable ortodoxia, impecablemente expuesta y dicha con tanta calidez como convicción, que por desgracia pierde un tanto en unos movimientos centrales en los que la poesía no termina de brotar. A veces, la generalmente admirable objetividad de Previn puede ser un lastre. Toma sonora con muchísimo cuerpo, pero también excesivamente metálica. (8)

 

 

12. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1971). Las sonoridades son de una belleza increíble, robustas y tersas al mismo tiempo, empastadas y transparentes, lo que unido a la facilidad de Karajan para unir agilidad y músculo en el trazo, le permite triunfar en los dos movimientos extremos; quizá en el último el trazo volátil de maderas y vientos resulte un punto más aéreo de la cuenta. Los centrales resultan un punto fríos, demasiado estudiados y algo parsimoniosos, sobrando una mezcla de ensoñación y solemnidad que no les conviene a esta música: se echa de menos frescura, aunque cierto es que resulta difícil no dejarse llevar por el voluptuoso tratamiento de la cuerda berlinesa. (8)

 

 

13. Colin Davis/Sinfónica de Boston (Philips, 1976). Contando con la sonoridad ideal de la Boston Symphony de tiempos de Ozawa, con su cuerda mórbida y sus maderas carnosas, Sir Colin se aparta de las visiones más efervescentes e impetuosas de esta música para proponer una visión acorde con el clasicismo intemporal que caracteriza su batuta. De esta manera, la elegancia, la calidez, la nobleza y la poesía poco amarga, pero en absoluto superficial, toman protagonismo en una lectura dicha con extrema depuración sonora y admirablemente grabada por los ingenieros del sello holandés. (9)

 

14. Leppard/English Chamber (Erato, 1976?). Llaman la atención la naturalidad del fraseo, la perfecta arquitectura y la enorme claridad conseguida, pese a que no da la impresión de tratarse en absoluto de un trabajo analítico o cerebral. Por lo demás, nos encontramos ante una lectura relajada en el buen sentido, luminosa sin ser particularmente ligera o chispeante, así como sutilmente matizada. La que la vivacidad se encuentra muy equilibrada con la cantabilidad y la sensualidad, destacando en este sentido un Andante con moto de insuperable vuelo lírico. (9)

 

 

15. Dohnanyi/Filarmónica de Viena (Decca, 1978). Admirable la sonoridad de la orquesta, con su habitual elegancia y también con una transparencia y agilidad formidables, sin que ello suponga caer en lo ingrávido ni en lo nervioso. El fraseo es elocuente, encontrándose los movimientos extremos llenos de entusiasmo y luminosidad, particularmente el último, también muy “festivo” e “italiano” pero cuidando muchísimo la elegancia. Los centrales están muy bien: aunque se puede preferir mayor calidez, triunfan la musicalidad, naturalidad y ausencia de afectación de la batuta. (9)

 

 

16. Bernstein/Filarmónica de Israel (DG, 1978). Lenny triunfa en el primer movimiento, pese a no ser el colmo de la depuración sonora, haciendo gala de esa mezcla de impulso dionisíaco, calidez y control que alcanza en la última etapa de su carrera directorial. En los dos siguientes se queda muy corto: todo está en su sitio, pero la sensualidad y el vuelo poético no hacen acto de presencia. El nivel se vuelve a recuperar en el cuarto, no el más efervescente de los posibles, pero dicho con sinceridad y muy bien diseccionado. En fin, mejor que con Nueva York pero lejos de lo esperable en un director de semejante categoría. (8)

 

 

17. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1978). Batuta y orquesta repiten tan solo ocho años después, esta vez con una toma sonora que, tras su reciente rescate en alta definición, es claramente superior. El concepto sigue siendo el mismo, pero la materialización resulta más satisfactoria: el fraseo es más sensual, mayor la plasticidad en el tratamiento de la orquesta, más sutiles los matices y, en general, superior la inspiración poética. Un modelo de ortodoxia. (9)

 

 

18. Kondrashin/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1979). Notable lectura: sosegada, atenta a la disección del entramado orquestal y ajena a cualquier devaneo sonoro. Le falta un punto de chispa y brillantez, así como de emotividad, para resultar excepcional. (8)

 

19. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Decca y Stage +, 1979). ¡Qué increíble arranque el de la obra! ¡Qué intensidad, qué entusiasmo y valentía! ¡Qué fulgor tan irresistible! En realidad, todo el primer movimiento es una auténtica joya a la hora de poner en evidencia hasta dónde podía llegar la electricidad de un Solti cuando esta se encontraba en sintonía con la partitura, y también –todo hay que decirlo– cuando el maestro era capaz de encauzarla convenientemente. Cierto es que en algún pasaje podría dejar respirar un poquito a la música, pero importa poco si tenemos en cuenta la otra gran virtud de la propuesta, no otra que el increíble virtuosismo de una orquesta que pocos años atrás, gracias precisamente a Solti, ya había alcanzado la cima y que responde con precisión extrema a las exigencias de una batuta que clarifica todas y cada una de las líneas como si tal cosa. Los movimientos centrales, como era de esperar, no llegan a semejante nivel de inspiración: intensísimos pero algo rígidos y sin esa mezcla de sensualidad y ternura que, junto al regusto amargo que Solti sí sabe ofrecer, también necesitan estos pentagramas. El Saltarello conclusivo, un prodigio. (9)

 

20. Sinopoli/Orquesta Philharmonia (DG, 1984). Interesantísima recreación, mucho antes introvertida que luminosa, que tras un irreprochable primer movimiento apuesta en los dos centrales por una singular y arriesgada mezcla de cantabilidad –los tempi son más bien lentos–, sensualidad mediterránea y un muy marcado sentido de lo amargo, incluso de lo patético. Los resultados son reveladores. Una pena que el Saltarello, al que le falta de chispa, no alcance –pese a estar muy bien expuesto– la claridad y el virtuosismo conseguidos veinticuatro años atrás por Klemperer y la misma orquesta. Toma de calidad, aunque algo reverberante. (9)

 

 

21. Abbado/Sinfónica de Londres (DG, 1984). Dieciséis años después Abbado y la LSO vuelven a la carga, esta vez en grabación digital. No muy allá, por cierto, ni siquiera escuchándola en Dolby Atmos: quizá a esto se deba parte de la impresión de que ahora el maestro no se muestra tan atento la claridad orquestal. En lo expresivo vuelve a tratarse de una tratarse de una ortodoxa y sensata interpretación a la que le falta una última vuelta de tuerca, resultando el primer movimiento más cálido y flexible que entonces, mientras que el tercero se encuentra ahora menos conseguido. El segundo sigue resultando más bien frío, mientras que en último, bullicioso y agilísimo, más tarantela que nunca, la batuta propone contrastes dinámicos extremo para llegar por la vía fácil al oyente. (7)

 


22. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1985). Haciendo gala de su habitual brillantez, electricidad y capacidad para tensar la arquitectura, pero evitando cualquier asomo de rigidez mediante un fraseo muy natural y de sutil flexibilidad –lo del tercer movimiento es asombroso, una enorme lección de técnica al servicio de la inspiración poética–, Solti consigue no ya superar su anterior recreación con la misma orquesta, sino ofrecer una interpretación literalmente redonda. Lo es hasta el punto de que podría considerarse como la referencia absoluta, si dejamos a Klemperer aparte: esta es menos personal, y por ello más indiscutible. Siendo extrovertida, luminosa y vibrante a más no poder en los dos movimientos extremos, el maestro esta vez logra también llenar de lirismo y sensualidad en los dos centrales, sin dejar de ofrecer esos interesantísimos tintes amargos que en su filmación había extraído del segundo. La soberbia calidad de la toma potencia más aún si cabe la insuperable ejecución de los chicagoers y la claridad que de ellos obtiene la batuta. (10)

 

 

23. Blomstedt/Sinfónica de San Francisco (Decca, 1989). A sus sesenta y dos años, el maestro sueco-estadounidense se muestra antes como magnífico artesano que como artista en esta interpretación sensata, y muy bien planteada, dicha sin prisas, sonada en el punto justo de equilibrio entre levedad y músculo y no escasa en comunicatividad, pero también un punto prosaica y no especialmente trabajada en las texturas. A destacar la perfecta mezcla de ligereza y nervio que alcanza en Finale, estropeadas por intervenciones excesivas de los timbales. (8)

 

 

24. Brüggen/Orquesta del Siglo XVIII (Philips, 1990). El maestro holandés demuestra que los instrumentos originales y la articulación “históricamente informada” le pueden sentar estupendamente a Mendelsohn, siempre y cuando se eviten el fraseo “a saltitos”, ingravideces y frivolidades varias, al tiempo que adopta un concepto acorde con la aspereza sonora que propone esta renovada tímbrica. Otra cosa es la habitual dificultad de Brüggen para destilar sensualidad, humanismo y calor lírico, de tal forma que tras un primer movimiento espléndido, vienen un segundo aséptico y un tercero francamente flojo del que se salva –eso sí– un trío dramático y valiente. En el Finale pueden resultar atractiva el descaro de metales y percusión, pero el maestro confunde el nervio con el mero nerviosismo; eso sí, en su carácter cabreado recuerda un tanto a Barbirolli. A la toma le falta cuerpo. (7)

25. Flor/Sinfónica de Bamberg (RCA-Sony, 1992). Solo la comparación con las más grandes recreaciones de la página –se pueden echar de menos la efusividad de Klemperer, el nervio de Solti o la claridad de ambos– modera el entusiasmo ante una interpretación de tan maravillosa artesanía como esta, paladeada con naturalidad, cantada con amplitud, sensual en su punto justo, admirablemente equilibrada –como toda la integral mendelssohniana de Flor– entre ligereza y densidad, de irreprochable estilo y de exquisito gusto, en definitiva. La orquesta alcanza el virtuosismo de las mejores, pero está muy bien modelada por la batuta. (9)

 

 

26. Solti/Sinfónica de la Radio Bávara (DVD RM, 1992). Interpretación ágil, luminosa, entusiasta y de extraordinario virtuosismo, que ofrece dos movimientos extremos realmente soberbios y dos centrales que no alcanzan la altura de su registro de estudio, pero que resultan más flexibles y poéticos que los de su anterior toma videográfica. Impresionante la disección del entramado orquestal, realizada sin que se note intención analítica alguna. (9)

 

 

27. Abbado/Filarmónica de Berlín (Sony, 1995). La orquesta es claramente superior a la LSO de las dos grabaciones anteriores de Abbado, pero el milanés se ahora en horas bajas y la hace sonar con una molesta tendencia a la levedad, incluso a lo relamido, incluyendo pequeños portamentos en el primer movimiento. La atención a la claridad de planos sonoros es mucho menos que la de antes. Expresivamente todo es mucho más aséptico y distante, por no decía frío. Faltan vida, contrastes y entusiasmo. Una pena. Sonido no excepcional. (6)

28. Gardiner/Filarmónica de Viena (DG, 1997). Aunque modera tanto las vibraciones como el legato y busca una articulación incisiva, el británico dista aquí de la “tercera vía” que explorará más adelante en las interpretaciones mendelssohnianas con la Sinfónica de Londres. Aquí se limita a que todo suene en su sitio, a buscar el punto de equilibrio entre densidad y agilidad y a permitir que se luzca la belleza tímbrica vienesa. El resultado es una lectura tan hermosa en lo sonoro como aséptica en lo expresivo en la que solo se salva el último movimiento, dicho con cierto entusiasmo y una levedad que no llega a molestar. En realidad, la verdadera aportación de este disco es que incluye, como pistas adicionales al final del mismo, la primera grabación mundial los tres últimos movimientos en la revisión realizada por el propio Mendelssohn en 1834, al año siguiente del estreno de la versión original. Merece la pena conocerlos, particularmente por el cierre del Saltarello, pero tengo serias dudas de que superen a los primeros que salieron de la pluma del maestro, que son los que hoy se escuchan. (7)

 


29. Maag/Sinfónica de Madrid (Arts, 1997). Recreación de admirable e irreprochable carácter apolíneo, elegante y fluida, ligera pero sin sonoridades ingrávidas, de trazo firme, maravillosamente desmenuzada en su polifonía y fraseada con naturalidad y buen gusto, sin caer en lo ensoñado ni mucho menos en lo pesante, pero tampoco en lo trivial. Eso sí, se pueden preferir enfoques más sanguíneos y apasionados, y por momentos puede resultar algo sosa y descomprometida. Se nota que la orquesta no es de primera, pero los madrileños rinden muy bien, particularmente las maderas. (9)

 

30. Brüggen/Orquesta del Siglo XVIII (Glossa, 2009). El maestro holandés no ha variado su concepto de Mendelssohn austero, musical y riguroso en su carácter “históricamente informado”, pero los resultados son distintos. El movimiento inicial ha perdido muchísima fuerza, hasta el punto de que suena más bien desganado. El segundo, por el contrario, quizá resulta ahora menos distante, incluso parece buscar cierta sensualidad en su articulación. Vuelve a ser flojísimo el tercero, para dar paso a un Finale no tan cabreado, más ortodoxo. La toma sigue sin ser ninguna maravilla: distante y algo cavernosa. (7)

 

31. Chailly/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013). Parece mentira que con semejantes mimbres a su disposición, y con una batuta tan técnicamente dotada como la suya, el maestro milanés construya una interpretación tan poco interesante. No es que no tenga animación, que sin duda la tiene, ni que el trazo no sea firme o destienda a la claridad. El problema es lo cuadriculado que resulta, lo parco en matices, lo limitado en sensualidad, el vuelo poético, en calidez humana…En el Saltarello se anima bastante la cosa, pero ya es tarde. (7)

32. Heras-Casado/Orquesta Barroca de Friburgo (Harmonia Mundi, 2015). El trazo es enérgico y decidido, la claridad resulta muy apreciable y el maestro tiene muy claro –en este disco, no en su mediocre Schumann– que hacer uso de instrumentos originales no implica caer en ligerezas sonoras ni en excesivas velocidades en los tempi, como tampoco renunciar al pathos, a los claroscuros expresivos y a la carga dramática que este repertorio –incluyendo esta luminosa sinfonía– sin duda exige. Desdichadamente el resultado es un punto frío, mecánico incluso –segundo movimiento–, alicorto en sensualidad y en vuelo lírico.  Total, otro que se estrella contra la partitura. (7)

 

 

33. Manacorda/Kammerakademie Postdam (Sony, 2015). Si ya es delicadísimo resolver la serie de equilibrios que exige la música de Mendelssohn, Antonello Manacorda añade uno más, el que quiere encontrar entre tradición y renovación, optando por una “tercera vía moderada” –incluso en los metales se mezclan instrumentos “antiguos” y “modernos”– que molestará por determinadas opciones en la articulación a los melómanos que rechazan de plano el historicismo, al tiempo que resultará en exceso convencional a quienes busquen bien las levedades y ligerezas de un Norrington, bien la sequedad y los contrastes extremos de un Harnoncourt. A mí me parece una interpretación muy estimable, sensata en un planteamiento sin estridencias, atenta a las diferentes facetas de la música, cantada con holgura y fraseada con flexibilidad, aunque también un poquito rebuscada en los numerosos –aunque sutiles– matices agógicos y dinámicos que busca la batuta. Por lo demás, el trabajo con las texturas es de calidad y se encuentra recogido de manera formidable por los ingenieros de Teldex Studio. (7)

 

34. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 2022). El maestro catalán graba las dos versiones de la sinfonía, la original a la que estamos acostumbrados y la revisada. Lo hace, obviamente, bajo rigurosísimos parámetros historicistas. En cualquier caso, se la pega. Primer movimiento sensato y musical, dicho sin prisas, sensual y tornasolado, pero ni la orquesta ni la batuta son técnicamente de primera. Falta claridad, sobre todo en unos fortísimos ensuciados por los timbales. Segundo apresurado y aséptico, sin apenas vuelo poético. El tercero empieza con los peores tics historicistas, cursilerías incluidas; luego se queda en lo simplemente trivial. Cuarto muy vibrante, muy mediterráneo y con un punto de frenesí de danza popular que le resulta de los más adecuado, pero una vez más la percusión es machacona y lo ensucia todo. Toma de sonido mejorable. (6)

15 comentarios:

Fouquier de Tinville dijo...

¿Celibidache era gitano? Me quedo de piedra.

Observador dijo...

Gracias, Fernando, por esta primera parte.

Observador dijo...

Fouquier de Tinville,

Yo me enteré por el extracto de una entrevista a Barenboim que aparece en un viejo VHS Teldec -luego publicado en DVD- titulado "THE ART OF CONDUCTING" (1994).

Fouquier de Tinville dijo...

¡Muchas gracias!

Yo no lo había leído nunca antes. No me sorprende del todo.

Siempre me pregunté cómo sobrevivió Celibidache en el Berlín nazi de la guerra, siendo extranjero y con esa pinta de no-alemán que tuvo siempre. Imagino que gracias a la protección decidida de Furtwängler. En las entrevistas el rumano siempre fue muy poco concreto.

Pablo Daffari dijo...

Celibidache no solo no era gitano, sino que era nacido en Rumanía pero de padres griegos. El apellido de la familia era Kelibidaki.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Estoy seguro de haber leído o escuchado que era gitano, pero es muy posible que mi fuente estuviera equivocada. Muchísimas gracias por la aclaración.

Observador dijo...

¿Acaso Barenboim mentiría con el origen étnico de su respetado colega? Además, no necesariamente tiene que ser gitano en su totalidad, es decir, puede compartir un 50 o sólo un 25 % de dicha sangre. Y también puede que, teniendo raíces gitanas, no haya practicado dichas costumbres y creencias.

Fouquier de Tinville dijo...

No me extraña que sea cierto. No lo sabía y me ha sorprendido. El propio Celibidache no dijo nada, que yo sepa. Tampoco creo que Barenboim tenga ningún incentivo a inventarse nada o a mentir intencionadamente sobre eso, pero claramente dice algo que le han contado, y que podría no ser verdad. Es un tema interesante por varios motivos. El origen griego de la familia Celibidache también tiene su interés, pues su amigo Karajan tenía el mismo origen. Uno gitano y el otro nazi, lo que son las cosas.

Observador dijo...

Fouquier,

¿Cómo sabes que Barenboim "claramente dice algo que le han contado, y que podría no ser verdad"? No sabemos quién se lo contó. Tal vez lo sabe del propio Celibidache (desde niño conoce al rumano). Otra cosa, ¿de dónde sacas que Karajan era amigo de Celibidache, además tildarle de nazi? Nazi era Oswald Kabasta, no Karajan. Karajan, como otros, fue un oportunista que deseaba desarrollar su actividad musical bajo cualquier régimen (democrático, fascista, comunista, etc.). Y así lo hizo, ya que dirigió en democracias, dictaduras y tiranías (hasta en la URSS en 1969). Se afilió al Partido nazi para poder dirigir. Así tenían que hacer muchos músicos no consagrados, tanto en el Tercer Reich como en la URSS, por citar dos totalitarismos. Además se casó con la judía Anita Gütermann. No hay que fiarse de todo lo que digan ciertos críticos y/o periodistas.

Fouquier de Tinville dijo...

Vamos a ver:

"Barenboim claramente dice algo que le han contado". ¿Cuál es la alternativa? ¿Hizo un estudio genealógico de Celibidache tirando de archivos y análisis de ADN? Obviamente se lo contó alguien, y muy probablemente el propio Celibidache. Pero al parecer sólo a él. Puede ser verdad después de todo.

No he dicho que Karajan y Celibidache fueran amigos. Era un comentario irónico. Debí entrecomillarlo. No se podían ver. Que Karajan se afilió de forma temprana al partido nazi, y que durante mucho tiempo mintió sobre la fecha de su afiliación, es algo conocido por todo el mundo. Era un oportunista, por supuesto, pero afiliado al partido. Hubo muchos directores que siguieron trabajando (con problemas) sin afiliarse, y otros se marcharon. Probablemente el odio que le tenía Furtwängler (y Celibidache) viene de ahí. A ellos los nazis les puteaban y Karajan se afiliaba, no para "poder dirigir", sino para utilizar el carnet para maniobrar, trepar, imponerse a otros, acabar quizás con la carrera de más de uno, etc. Los nazis mataban con criterios raciales, pero para Karajan aquello era una oportunidad. Obviamente después de 1945 ningún exnazi insistía en seguir siendo nazi. Es más, le quitaban hierro al asunto o lo negaban. Esto me recuerda a aquella broma de Billy Wilder en "Un, dos, tres": el asistente del director de la Coca-Cola en Berlín, que estuvo en las SS, pero que asegura que fue conductor de metro y que no se enteró de nada de lo que pasaba arriba hasta que acabó la guerra.

Karajan era un pájaro de cuenta, como Karl Böhm o Leni Riefenstahl.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

"Karajan era un pájaro de cuenta, como Karl Böhm o Leni Riefenstahl."

Sí, estoy de acuerdo con eso. En cuanto a la raza de Celibidache, me parece que es algo que debemos reservar al terreno de la anécdota. No merece la pena darle vueltas al asunto.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Debo añadir una cosa: detesto profundamente a la gente que se junta con los poderosos que son claramente "hijoputas" solo para medrar. No encuentro justificación posible.

Fouquier de Tinville dijo...

Furtwängler, Knappertsbusch o Strauss cedieron, intentaron adaptarse, pero aquello les repugnó (a partir de cierto punto), pasaron a resistirse y lo pasaron mal. Debieron pensar, como muchos, que aquello no era para tanto, que todo volvería a la normalidad pasado un tiempo, que una cosa era la propaganda y otra la política real, que había cosas buenas y malas en los primeros años de los nazis, etc. A fin de cuentas, en aspectos culturales, los nazis eran nacionalistas, y la cultura y la música recibieron especial atención y protección. Pero claro, cómo mirar para otro lado cuando empezó la persecución de los judíos (y no sólo ellos), su reclusión y "desaparición" masiva, la guerra, la represión a todos los niveles, la degradación de la cultura, convertida en vulgar propaganda o prohibida... etc... Yo no culparía demasiado a los citados porque entiendo que se dejaran llevar o se autoengañaran un tiempo, porque no necesitaban trepar, y sobre todo porque llegado un punto se resistieron, o se rebelaron, pero ya era tarde. Y pagaron un precio, antes y después de 1945. Más de lo que merecían.

Nada que ver con Karajan o Riefenstahl, que son personajes del régimen. Otra cosa es que tuvieran más o menos talento y lo que pasara con ellos después de 1945. Karajan evitó tratar el tema siempre que pudo, y mucho menos la confrontación, porque sabía que tenía poca defensa. Se protegió haciéndose todo lo poderoso que pudo. En este caso el poder no lleva a la depravación, sino más bien al revés. Normalmente se retroalimentan de alguna forma (y hay otros ejemplos, no políticos, en el mundo de la música).


Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Sí, estoy de acuerdo con todo eso.

Observador dijo...

Furtwängler no fue un "hijoputa", fue un gigante que hizo lo que pudo ante un régimen totalitario. No tenía por qué irse de su amada tierra natal. Y estaba obligado a trabajar para subsistir.

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