Como el villano de Batman, Lorin Maazel tenía dos caras: la buena y la horrorosa. La gracia es que podía enseñarlas en un mismo concierto, incluso en un mismo disco. Por ejemplo, este de la serie Eloquence de DG que trae las Sinfonías nº 7 y 8 de Dvorák con la Filarmónica de Viena.
La Séptima se grabó en la Musikverein en febrero de 1983. En ella hace uso de su técnica prodigiosa para trabajar a la orquesta con pinceles muy finos, aclarando texturas y haciendo que la fWiener Philharmoniker despliegue su increíble potencial de belleza sonora. También para trazar la arquitectura con solidez y ofrecer algún detalle que, la verdad sea dicha, se podía haber ahorrado. En cualquier caso, lo importante es que se cree la obra y alcanza un buen equilibrio entre los aspectos líricos y los dramáticos, redondeando una versión pudiendo parecer un tanto superficial, y ciertamente quedándose lejos de la mezcla de efusividad y desgarro que otros grandes maestros han conseguido con la extraordinaria página, no deja de atraparnos desde el principio hasta el final.
La Octava es anterior, de marzo de 1981. Ya en los primeros segundos quedan claras dos cosas. Una, que los violonchelos de la formación austriaca no encuentran parangón con los de ninguna otra orquesta que haya existido. Dos, que Maazel va a abordar la obra recreándose en la belleza sonora a su disposición, pero desde una óptica más bien trivial. Así las cosas, el primer movimiento va a ser una yuxtaposición de momentos muy vistosos, grandes hallazgos a la hora de analizar el entramado polifónico y pasajes de irritante frivolidad. El segundo está bien, pero sin que la poesía y la intensidad dramática que han conseguido otros directores salga a la luz. El Scherzo es insufrible, toda una muestra de amaneramientos y cursilerías que deberían haber llevado al productor discográfico a rechazar el resultado. Y el Finale, pues muy animado pero bastante superficial, rematando en una coda increíblemente hortera. En fin, cosas de Maazel Dos Caras.
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