El texto siguiente lo he preparado para el libro sobre Barenboim ("Los mejores discos de...") que traigo entre manos haciendo uso tanto de líneas que ya habían sido publicadas en este blog como de anotaciones que permanecían inéditas. Estaba contento con el resultado, pero cuando lo he leído me ha parecido demasiado largo y pesado. Quizá no sea lo que esté buscando el lector al que se dirige el producto y haya que meter la tijera seriamente. Ustedes dirán. En cualquier caso, como aquí hay sitio para cualquier cosa, aquí tienen el texto completo.
BRUCKNER. Sinfonías 1-9. Staatskapelle de Berlín. DG. Grabación: junio 2010 y junio 2012.
Es de justicia arrojar un poco de luz ante el embrollo de grabaciones que conforman esta tercera y última integral de las sinfonías de Bruckner de nuestro artista, en esta ocasión –como no puede ser menos– al frente de su Staatskapelle de Berlín.
En primer lugar, Barenboim realiza filmaciones para el sello Accentus de las sinfonías “de madurez”, esto es, de la n.º 4 a la n.º 9. Estas tienen lugar en junio de 2010 en la Philharmonie de Berlín, y se publican en formato DVD y Blu-ray con una calidad de sonido absolutamente excepcional; quizá de las más satisfactorias de música sinfónica jamás escuchadas en un equipo doméstico junto con, no casualmente, las sinfonías de Mahler por Riccardo Chailly registradas por el mismo sello. Paralelamente DG edita en disco compacto la n.º 7, que no es exactamente la misma que la de Accentus porque las duraciones difieren (puede consultarse a este respecto la magnífica discografía disponible en https://www.abruckner.com/); la toma de sonido de esta última deja que desear.
Ya en junio de 2012 Barenboim completa la serie con las sinfonías n.º 1 a 3, dejando fuera –al igual que en su ciclo con la Berliner Philharmoniker, no así en Chicago– la Sinfonía 0. Las tomas se realizan en la Musikverein de Viena, pero esta vez solo en audio. Comercializadas primero por Peral Music, finalmente DG se decide a editar conjuntamente las pistas sonoras de todas estas grabaciones en una caja de nueve compactos que no poseen en modo alguno la suntuosidad técnica de aquellas ediciones de Accentus, pero al menos permiten tener en un solo volumen la nueva visión bruckneriana de nuestro artista. Eso sí, incansable como es este, en 2017 aprovecha una visita a la Philharmonie de París para volver registrar con imágenes las n.º 1, 2 y 3. Estas filmaciones, que obviamente nada tienen que ver con las del ciclo de DG, no han sido comercializadas en soporte físico, pero sí que se han asomado por varias plataformas de streaming.
Aquí me voy a referir exclusivamente a la serie de 2010 y 2012, que es la más accesible para el melómano. La recepción por parte de la prensa especializada llega a resultar desconcertante. Fíjense en lo que dice el crítico más “antibarenboiniano” de España, Enrique Pérez Adrián, en referencia a los DVDs de Octava y Novena (Scherzo n.º 305, marzo 2015):
“Las dos versiones que ahora nos trae Accentus en estos dos DVDs (…) nos presentan por fin el mejor Bruckner que Barenboim nos ha dejado hasta la fecha: elocuencia, equilibrio, pasión, contraste, perfecta construcción, vivacidad anímica y canto sosegado (fenomenales Adagios, sobre todo el de la Octava, resaltado además por ser la Edición Haas de la segunda versión 1887-1890) se dan a manos llenas en estas dos recreaciones que podemos definir como un acabado y casi perfecto ejercicio de estilo (…). La Staatskapelle de Berlín ha mejorado ostensiblemente por virtuosismo, brillantez y empaste, de tal forma que nadie que vea estos conciertos echará de menos a las Filarmónicas de Viena o Berlín, a la Staatskapelle de Dresde o a la Concertgebouw tocando estas músicas (…). La realidad es que con estas películas Barenboim pasa a engrosar, ahora sí, la nómina de los brucknerianos más eminentes, por sus logros en los que brilla el idioma adecuado, la pureza de timbre, el fraseo refinado y una paleta cromática digna de los mejores maestros.”
Ahora agárrense, porque llega David Hurwitz en Classics Today (www.classicstoday.com, lectura bajo pago):
“Nadie tiene por qué endilgar al público tres ciclos completos de Bruckner. (…) Barenboim no es tan interesante; sólo un ego monstruoso unido a una falta total de autocrítica lo explica. (…) Su ciclo de Chicago tenía la frescura de un nuevo descubrimiento; el ciclo de Berlín era más aburrido, y este es el más aburrido (y descuidado) de todos. Tomado de interpretaciones en directo, hay numerosos desequilibrios, acordes y pequeños deslices del conjunto que resultan molestos al repetirse. (…) Barenboim no parece dispuesto a confiar en la dinámica de Bruckner. Una y otra vez, se niega a dejar que la orquesta toque un verdadero forte cuando Bruckner lo exige. En su lugar, crea una especie de niebla sonora de la que los metales emergen, como Fafner de su guarida, durante unos pocos compases en el clímax antes de retirarse de nuevo a la oscuridad general.”
Cuatro puntos sobre diez le pone este señor al ciclo, que califica bajo la etiqueta “CD from Hell” (sic). Raramente suelo coincidir con las cosas que dice Hurwitz, pero en este caso concreto discrepo de manera especial.
A mi entender, este Bruckner de Barenboim sigue siendo dramático, rebelde y desgarrador, cómo no. Permanece muy alejado de la religiosidad pseudomística, de la blandura y de la mera delectación en el sonido. Y continúa sin buscar la espectacularidad por sí misma, poniendo en su lugar todo el edificio sonoro al servicio de la emoción más sincera. Pero ahora se aprecian un legato digamos “amoroso” digno del mejor Giulini y, por qué no decirlo, un carácter místico y reflexivo hasta ahora arrinconado por el conocido temperamento dramático del argentino.
Lo diré de otra manera: este Bruckner de Barenboim resulta más rico en concepto que el hasta entonces había ofrecido, pues hay espacio en él, por así decirlo, para el humanismo, para la ternura, para el amor incluso, así como la reflexión religiosa bien entendida. Palabras que Barenboim rechazaría de plano aplicadas a la interpretación musical, un arte que para él no es traducible en términos extramusicales, pero que a los aficionados nos permiten aproximarnos a una realidad difícil de aprehender de otra forma.
¿Tiene esto que ver, como afirma Barenboim en las entrevistas promocionales, con la circunstancia de que la Staatskapelle de Berlín, de sonoridades tornasoladas muy diferentes de la brillantez de Chicago y de la oscuridad de la Berliner Philharmoniker, sea una orquesta de foso acostumbrada a frasear con la cantabilidad que exige la voz humana? Es posible, pero también es cierto que las nuevas maneras encajan con lo que se ha apreciado en lo que va de centuria en la evolución del maestro: Barenboim entra en un nuevo estadio mental donde el conflicto da paso, si no a la reconciliación, sí a un diálogo más fluido entre opuestos. También a la posibilidad de admitir que sí, de que con todos sus sinsabores, hay también una enorme dosis de amor y de belleza para contemplar en este mundo.
En lo que se refiere a la Sinfonía n.º 1, los 46’29’’ frente a los 49’46’’ de su gloriosa interpretación con la Berliner Philharmoniker comienzan confirmándonos que en este tercer ciclo Barenboim aligera no solo las texturas sino también los tempi, intentando quitar pesadez y retórica a la orquesta bruckneriana, al tiempo que busca un enfoque más lírico, diríamos que “más humano”, pero no por ello precisamente falto de garra dramática: el último movimiento, escarpadísimo y lleno de fuerza tan rabiosa como controlada, es de escucharlo para creerlo. El primer movimiento ha perdido un punto en inspiración y ganado algún portamento innecesario. El Adagio vuelve a alejarse de lo contemplativo, o al menos del misticismo mal entendido, pero ahora –2’15’’ más rápido– pierde en carácter anhelante para resultar más distendido. ¿Quizá más optimista?
Comparando esta Segunda con la de 1997, que era ante todo lenta, honda y trascendida, se nota aún mejor la evolución de nuestro artista en busca de una mayor dosis de sensualidad y, por qué no, de luz mediterránea, de la que hasta ahora nos tenía acostumbrados. En este nuevo acercamiento a la obra, considerablemente más rápido que el anterior con la excepción del Scherzo –muy combativo, pero con un trío bellísimo– el maestro resta robustez a las texturas –que siguen siendo densas y carnosas– y hace cantar a la orquesta con una efusividad, una ternura y un humanismo para derretirse. Lo más interesante es que esto lo consigue no solo no perdiendo, sino incrementando la electricidad y el empuje de los momentos más extrovertidos –ayudan los tempi más ágiles–, que ganan ahora en frescura, en rebeldía y en carácter visionario. Interpretación de referencia.
La Tercera sinfonía marcó cimas en los ciclos anteriores, particularmente por sus movimientos extremos. En su nuevo acercamiento, el carácter apremiante, escarpado hasta rozar el desbordamiento que convertía la audición de aquellas recreaciones en una experiencia límite, se ha suavizado para dejar que la música fluya con mayor naturalidad, sin tantas aristas, con una respiración más cantable.
Si sus anteriores registros de la Sinfonía Romántica se caracterizaban por su carácter dramático, hasta el punto de que en aquella grabación primeriza en Chicago la arquitectura llegaba a venirse abajo, esta última lo hace por su naturalidad. Podría dar la impresión de que se ha perdido intensidad, pero no es eso: se ha limado la energía que sobraba y se ha planificado de manera más sutil el ascenso a los clímax. Lo dice con acertadísimas palabras Jesús Trujillo Sevilla en Scherzo (nº 287, julio-agosto 2013):
“La nueva versión que propone Barenboim de la Cuarta de Bruckner escapa a las antiguas elucubraciones místicas, obvia los modelos lapidarios y monumentalistas o evita los alardes musculares y las tensiones al límite: la suya es una visión arrolladoramente humana y plástica, plagada de contrastes expresivos, con timbres no por cálidos menos feroces, y dulces vaivenes de tempo, de gran sensualidad. (…) También asombra la gran riqueza de matices en el excepcional y variadísimo Scherzo (entre la locura, la agitación o el lirismo más incandescente), uno de los más fascinantes que haya tenido oportunidad de escuchar jamás. (…) Una interpretación maravillosa, de las más grandes publicadas en soporte alguno.”
La Sinfonía nº 5 convence mucho menos al referido crítico (Scherzo n.º 290, noviembre 2013):
“Después de una Cuarta de antología, el pianista y director nos sorprende con una Quinta (filmada al día siguiente, el 21 de junio de 2010, en la Philharmonie berlinesa) inquieta, nerviosa, tumultuosa…, por lo general, en exceso. Para quien esto escribe la vía interpretativa adoptada por Barenboim (…) no ayuda a infundir la unidad necesaria a la obra globalmente y al primer movimiento, en particular, tan complejo desde el punto de vista arquitectónico. (…) Conceptualmente, el Adagio es bastante novedoso. Es una visión, también, ansiosa, borrascosa, alejada de la habitual corriente paisajística y contemplativa. (…) (El) último es, en mi opinión, el movimiento que mejor funciona con estos preceptos interpretativos, el que logra unos niveles de tensión más elevados y un discurso más fluido y natural”.
Comparto estas apreciaciones. Y no voy a ocultar que los tempi resultan considerablemente más rápidos que en ocasiones anteriores (68’57’’ frente a los 75’39’’ en Chicago y los 71’47’’ con la Filarmónica de Berlín). Pero también me gustaría señalar cómo la polifonía está expuesta de manera magistral, muy especialmente en un Finale construido de manera memorable –las secciones fugadas se explican hasta en el menor detalle– en el que convergen con absoluta lógica todos los conflictos. Y que los solistas de la formidable orquesta ofrecen intervenciones llenas de intención.
De nuevo con unos tempi más rápidos que en sus grabaciones anteriores (de 58’08’’ y 54’46’’ se ha pasado a tan solo 52’50’’, claramente por debajo de la media de lo que suele durar la versión Nowak), Barenboim ofrece de la Sinfonía n.º 6 una interpretación extraordinariamente arrebatada, por momentos furiosa, en la que siempre –o casi: la coda final resulta en exceso apresurada– logra equilibrar la fuerza interna con esa lógica constructiva, esa respiración natural en el fraseo y ese sentido cantable que caracterizan este nuevo ciclo. En este sentido, la interpretación supera a la irregularmente construida que grabó junto a la Sinfónica de Chicago, y asimismo avanza sobre la que hizo con la Filarmónica de Berlín en lirismo y espiritualidad.
La Sinfonía n.º 7 quizá sea la menos lograda. Llama la atención la premura de los tempi, pues Barenboim se despacha la obra en menos de 66 minutos, cuando su versión de Chicago alcanzaba los 66’36’’ y la de Berlín los 70’41’’. En este sentido se nota mucho que el Adagio de Teldec le duraba 24’54’’ y este tan solo 21’34’’: intensísimo, pero no tan paladeado. Globalmente la interpretación ha perdido algo de hondura filosófica, ganando en agilidad y lógica.
En la Sinfonía n.º 8 la mayor aportación del nuevo acercamiento es su naturalidad y su cantabilidad, atestiguando la afirmación del maestro de que el trabajo en el foso de su orquesta le permite realizar estas aportaciones. El primer movimiento resulta apremiante, deteniéndose poco en crear atmósferas para optar por el dramatismo implacable. El segundo no se ve lastrado por el nerviosismo de su interpretación con la Filarmónica de Berlín. El tercero mantiene un enfoque anhelante que, pese a su incandescencia, sabe hacer fluir a la música con lógica portentosas. El cuarto, quizá el más redondo de la interpretación, acumulando tensiones de manera tan sutil como implacable, cargándose de garra hasta alcanzar una coda no tan furiosa como en sus grabaciones anteriores.
Queda la Novena. Frente al entusiasmo de Pérez Adrián antes señalado, a mí me parece que en el primer movimiento el maestro parece perder la concentración en algún momento y decir algunas frases de pasada, e incluso que se entrega a cierto nerviosismo para preparar el gran clímax de la sección central. El segundo, demoníaco a más no poder, ofrece una gran cantidad de matices que distinguen las diferentes exposiciones de los temas y aporta subrayados reveladores en la orquestación. No dudo en calificarlo como genial. Magnífico el tercero, intensísimo en los clímax y trazado con absoluta firmeza, aunque se podría echar de menos el lirismo humanista de Giulini; al final, abordado antes desde la serenidad que desde el nihilismo, se le podría sacar aún más partido.
4 comentarios:
A mí este es el ciclo que más me gusta, porque en efecto Barenboim consigue lo imposible aquí: cuadrar el círculo. De alguna forma combina los dos ciclos anteriores en uno, con la frescura del primero y la arquitectura del segundo. Lo "micro" y lo "macro" está maravillosamente equilibrado, el detalle, la espontaneidad y la expresividad con el cálculo, la proporción y la progresión. Casi milagroso. Es verdad que los dos ciclos anteriores tienen sus joyas (la Séptima en Berlín, por ejemplo), pero como ciclo este, que era el tercero, consiguió dejarme con la boca abierta.
Por cierto, este tercer ciclo es el que más me recuerda a Furtwängler de los tres. Esa expresividad única, ese todo orgánico.
¡Aquí consigue Barenboim hacerse Furtwängler!
A mí lo que no me gusta es mi texto. Hay que cortarlo.
Sí, a mí este ciclo es el que más me gusta de los tres, PERO no lo puedo recomendar al melómano que se está introduciendo en este mundo por culpa de la toma sonora de los CD. Si hay dinero para comprarse los Blu-rays de la 4 a la 9, genial. Pero son carísimos. Por tanto, la de Teldec es la que integral tiene mejor relación calidad-sonido-precio. Por cierto, los dos ciclos de Jochum me parecen muy estimables, pero claramente menos logrados.
Me parece fabuloso como ejecuta el crescendo inicial (y sucesivos) del primer movimiento de la tercera. Enardece, ¡vaya trampolín!.
Ricardo de los Rios.-
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