Tercera sinfonía: magnífico trazo, formidable sonoridad, belleza sonora... Pero al final a Mäkelä le pasa lo que a tantos directores, se queda en la parte más o menos distendida y pintoresca de la página y no logra extraer la poesía que albergan los pentagramas, que terminan pareciendo más superficiales de lo que en realidad son.
La Cuarta es una música muy distinta en carácter, sombría y llena de tristeza. A mí me recuerda muchísimo a mi adorado Bernard Herrmann que, claro está, es posterior en el tiempo. Mäkelä decide no hurgar en la llaga: todo está francamente bien, pero no hay ni atmósfera, ni lirismo lacerante ni desgarro emocional. Lo siento, pero no es suficiente para hacer justicia a esta obra maestra.
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