"Increíble", me dice una persona del mundillo musical. "La elección busca titulares: tenía que salir una mujer", me comenta otra. Lo cierto es que el nombramiento para la dirección del madrileño Teatro de la Zarzuela de Isamay Benavente, cuya gestión en el Villamarta de mi tierra conozco demasiado bien, me ha producido estupor, indignación y tristeza.
Porque esta señora ha contratado repetidamente a cantantes mediocres y ha impulsado la carrera de batutas incapaces de poner en pie una obra medianamente complicada. Porque considera que las etiquetas "modernidad" e "inclusivo" equivalen a Rafa Villalobos. Porque ha mantenido al teatro jerezano en la ruina económica sin dignarse a enseñar las cuentas a la alcaldesa. Porque siempre ha pensado que la crítica musical debe escribir para respaldar incondicionalmente su proyecto, y además ha actuado en consecuencia. Y, sobre todo, porque ha practicado durante años el amiguismo más descarado sin mostrar el más mínimo sonrojo, muy particularmente en lo que a su antecesor y mentor se refiere, un Paco López omnipresente en la programación villamartina repitiendo una y otra vez los cinco títulos de siempre en la lírica y apareciendo en crossovers, danza y los espectáculos que hiciera falta.
¿Que se avecina en La Zarzuela? Probablemente repertorio casposo, producciones de Paco López ambientadas bien en un cortijo andaluz, bien en una bodega jerezana, una buena cantidad de danza española a cargo del mismo regista, dos o tres provocaciones para aparentar valentía y, por descontado, el beneficio económico de las agencias afines. Tampoco me extrañaría lo más mínimo que se llevara a Carmen Guerra, en su momento pareja del más rastrero adulador que haya tenido el Villamarta –el difunto José Luis de la Rosa–, al teatro de la calle Jovellanos. Qué pena de Jerez, qué penita de Madrid, qué pena del mundo de la lírica.
Y ahora, a esperar que a través de Ópera XXI se dé un premio a sí misma, como ha hecho hace tan solo unos meses (aquí).
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