Me decía una veterana del Maestranza que nunca ha habido en sus elencos voces tan buenas como en aquella ya lejana época en la que se encargaba de la lírica Giuseppe Cuccia. Cierto. Pero no es menos verdad que, amén de consentir a batutas impresentables que destrozaron algunos títulos –Daniel Lipton enchufado por Carlos Álvarez en Macbeth, Maurizio Arena en Il Trovatore–, mantuvo al teatro sevillano dentro de un conservadurismo alarmante. A mí Cuccia me llegó a decir, en la única ocasión en que hablé con él, que mientras tuviera las cosas a su cargo allí no se vería Lulu. Me hubiera gustado que el gestor siciliano presenciase la reacción del respetable ayer sábado tras la segunda función de Jenufa. También me hubiera gustado que estuviese Rafa Villalobos, ese que afirma que con su próxima Tosca sevillana, intensa y repetidamente abucheada en el Liceu, tiene como misión hacer pensar al público, hacerle salir de su confort burgués e invitar a la reflexión.
Miren ustedes, señores Cuccia y Villalobos, el público no es idiota. No viene a escuchar principalmente voces, sino espectáculos que globalmente funcionen. No viene a deleitarse, sino a emocionarse y a pensar. Está perfectamente preparado para escuchar más, muchísimo más que los cuatro títulos en italiano de siempre. Y se muestra perfectamente receptivo a propuestas escénicas minimalistas, comprometidas y desgarradas, alejadas del mero deseo de hacer pasar el rato, siempre y cuando estas sean coherentes y se encuentren al servicio del drama, no de la egolatría desaforada del regista de turno. Porque esta recreación del título de Leoš Janáček fue vitoreada con enorme intensidad por un público puesto en pie, muy consciente de haber asistido a una experiencia difícilmente repetible por estos lares.
Principal responsable del rotundo éxito ha sido Robert Carsen. Confieso ser rendido admirador del arte del regista canadiense. De hecho, la primera de mis dos únicas visitas a La Scala la hice para ver su formidable Candide de Bernstein. En vídeo le conozco alguna cosa menos convincente, pero nunca olvidaré, en el Teatro Real, su Diálogos de Carmelitas ni su Katia Kabanova. Este otro título de Janáček ha estado a la misma altura. Es decir, la máxima posible. Escenografía mínima: todo el suelo de arena y un conjunto de puertas que el propio coro iba desplazando en función de las circunstancias. Iluminación hermosísima. Dirección de actores estudiada al milímetro. Fenomenal habilidad para mover a las masas y para desarrollar escenas paralelas. Intensidad dramática.
Añadamos a todo ello un rico conjunto de metáforas en absoluto forzadas, necesitadas de un espectador activo, mas no de explicaciones en el libreto –en cualquier caso, muy ilustrativa la entrevista a Carsen publicada por el Maestranza–; esto es, metáforas evidentes sin caer en lo explícito. No tengo más remedio que pensar en las Carmelitas de Paco López en el Villamarta (comentadas aquí), en las que unos textos proyectados en la pared desmenuzaban las circunstancias de la dramaturgia (“miedo a la muerte” y cosas así), e imágenes de dictadores del siglo XX aludían sutilmente a los paralelismos con el periodo del terror de la Revolución francesa. O también en ese no menos pretencioso espectáculo sobre Lorca que he tenido la oportunidad de verle a López en el teatro jerezano –no he tenido ganas de escribir sobre él– en el que el poeta granadino aparecía vestido con un sambenito en el que rezaba la palabra “maricón”. ¡Qué gran sutileza la de López! ¿Por qué no añadió también que a Federico lo fusilaron los del bando rebelde? Robert Carsen, insisto, no toma por imbécil al espectador ni necesita explicitar nada: todo está ahí, perfectamente engrasado con una naturalidad pasmosa, rebosando sabiduría teatral y aunando sin problemas la reflexión, la belleza y la emoción, ingredientes que se dieron de la mano con especial felicidad en un final –la lluvia regeneradora tras la liberación final, ya sin prisión alguna– en la última escena de la ópera. Una auténtica maravilla: sin la menor duda, una de las mejores propuestas escénicas de toda la historia del Maestranza.
En la próxima entrada diré algo de la vertiente musical. Adelanto que el gran triunfo ha sido el de Ángeles Blancas.
Fotografías: Guillermo Mendo
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