Creo que es la cuarta vez que escucho a John Eliot Gardiner y sus English Baroque Soloist en directo. La primera fue en la Catedral de Sevilla, por los fastos de 1992: excelente primera parte de Moisés en Egipto de Haendel y estreno mundial del interesantísimo oratorio La muerte de Moisés, de Alexander Goehr. Luego en Londres, Proms de 1997: horrorosa Novena de Beethoven. Más tarde en Granada: Misa en Do menor de Mozart completada por Robert Levin; mi recuerdo ahí es vago, pero creo que me gustó. La última ocasión el pasado sábado 14, en un viaje relámpago que he realizado a Budapest: Sinfonía nº 84 de Haydn, Sinfonía concertante para violín y viola de Mozart, Sinfonía Linz.
Sir John sigue dirigiendo exactamente igual que siempre, es decir, como un trasunto de Arturo Toscanini con instrumentos originales –“adecuados” es el término que a él le gusta utilizar– y maneras “históricamente informadas”. Muy informadas, habría que decir, porque pocos directores de orquesta con tan extraordinaria cultura en torno a la historia de la praxis musical como la suya. Ahora bien, esto no significa que el británico esté en posesión de la “Verdad” interpretativa, cosa que sencillamente no existe, ni que su opción sea más válida que otras más tradicionales. Tampoco tiene nada que ver con que guste más o guste menos. Por mi parte, me limito a decir lo que a mí me pareció.
En Haydn me gustaron los movimientos extremos, no lo hicieron los centrales. Hubo vigor, gran impulso rítmico, decisión y sentido teatral, incluso cierto carácter combativo, que le sentaron bien a esta música. Lo mismo se puede decir de la sonoridad al mismo tiempo cuidada y áspera, con rusticidad en su punto justo. Los ataques fueron incisivos, que no exagerados, y el sentido del humor propio de Haydn hizo acto de presencia. Pero también es verdad que la sequedad de la articulación, la severidad en el fraseo y la voluntaria renuncia a la sensualidad por la que siempre ha apostado el maestro dejaron su propuesta a medio camino. Soso, demasiado soso el Andante, llegando a incurrir en la blandura en la última de las variaciones.
En la misma línea de estricta severidad neoclásica –un Neoclasicismo muy distinto del de un Böhm, habría que puntualizar– se movió la Sinfonía concertante, aunque aquí el maestro pareció creerse más la música: la dirigió francamente bien, aunque supongo que habrá quienes no disculpen su deseo de apartarse de lo que nuestro artista llama, quizá equivocadamente, “contaminaciones wagnerianas”. En cualquier caso, lo grande de esta interpretación fue lo de una señora llamada Isabelle Faust, que aquí me convenció mucho más que cuando en 2017 le escuché en los Proms el Concierto para violín nº 3 del mismo autor junto a Haitink (reseña): la articulación sigue siendo la misma, es decir, estrictamente HIP, pero la tensión interna –no exactamente lo mismo que “emoción”– ha sido intensa. El viola francés Antoine Tamestit, aun excelente, no llegó a su altura.
La Sinfonía Linz no es precisamente ninguna tontería musical. Gardiner tenía una grabación de 1988 muy notable en su estilo. Quien a ustedes se dirige temía lo peor, porque los nuevos registros que el maestro anda realizando de obras que grabó en aquellos años jóvenes le suelen salir muchísimo menos bien: rapidez insensata, rigidez extrema, sequedad acentuada, ligereza expresiva… De ahí la sorpresa de que esta Linz haya sido, como mínimo, tan buena como la antigua, aunque una vez más mis preferencias personales vayan mucho antes por lo que hace con los movimientos extremos que con los centrales: como en el disco, el Poco adagio le quedó soso. Fue una sensata y vibrante interpretación que me gustó mucho, en cualquier caso; al público húngaro ni les cuento. Al día siguiente, la Academia de Música de Budapest le nombraría Doctor Honoris Causa.
¿Y la orquesta? Había caras jóvenes, pero predominaban las canas. Creo que es su equipo “de siempre”, esto es, el de los últimos veinte años más o menos, que a Gardiner ya le queda poco para llegar a los ochenta. Sonó divinamente, a pesar de que hubo más de un y más de dos desajustes. El nivel técnico de los instrumentos originales es ahora muchísimo más alto del de hace pocas décadas, pero los que siempre han estado entre los más grandes siguen conservando su trono.
Ah, dos cosillas más. Una, la enorme belleza del exterior y de los exteriores del auditorio. Dos, el escaso interés por ahorrar energía que tienen los de Budapest: la calefacción estaba en todas partes exageradísima, incluso para los que somos muy frioleros. Se ve que la sintonía entre Viktor Orbán y Vladimir Putin garantiza el suministro.
1 comentario:
Y qué tal la combinación de los dos austríacos en el mismo programa?. El innovador y el pícaro musical. Las modulaciones o saltos fuera de los cánones establecidos de Mozart en contraste con un HAYDN más civilizado. Cómo lo percibió?.
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