Si no me fallan los datos, Don Giovanni de Mozart fue la primera ópera grabada por Daniel Barenboim. La editó EMI en 1975 y desde entonces ha pasado sin pena ni gloria. Hoy he tenido la oportunidad de escucharla, y ahí va mi opinión.
La interpretación que realiza el de Buenos Aires, muy lejos de resultar “romántica", es de un severo neoclacisismo, muy en la línea de todo el Mozart que había hecho a lo largo de los sesenta y primera mitad de los setenta con la English Chamber Orchestra, que aquí vuelve a estar maravillosa. La hace sonar con músculo, pero también con una depuración sonora extraordinaria. El fraseo es amplio, la cantabilidad extraordinaria y lo del “dramma”, faltaría más conociendo cómo se las gastaba el maestro por aquellas fechas, se pone en primer plano frente a lo “giocoso”.
Ahí está el problema: su enfoque no solo resulta en exceso unilateral, sin que además el discurso adolece de falta de agilidad, chispa y variedad expresiva, como también de verdadero sentido teatral. Lógico, estando a la batuta un joven que apenas había pisado el foso operístico. Dicho esto, la musicalidad del maestro se encuentra presente en todo momento y hay muchísimos números dichos con una concentración y una elevación poética sublimes; por ejemplo, las dos arias de Zerlina, el trío de las máscaras o la introducción del “Mi tradi”. El clave de Walter Baracchi ha quedado anticuado.
En el elenco me parece muy atendible el Don Giovanni de Roger Soyer, que probablemente ganaría mucho en escena. Por el contrario, deja bastante que desear el Leporello vulgar y permanentemente cabreado de Geraint Evans. Antigone Sgourda hace una Donna Anna correcta sin más; mejor, con sus irregularidades, la Donna Elvira de Heather Harper. La que sí está estupenda es Helen Donath, deliciosa Zerlina. Alberto Rinaldi no llama la atención como Masetto, mientras que Luigi Alva, aun menos blando y más autoritario de lo que era de esperar, lo pasa canutas en la coloratura de “Il mio tesoro”. Peter Lagger no mete demasiado miedo como el Comendador; de hecho, su gran escena final resulta floja por parte de todos, Barenboim incluido. Ya tendrá este último oportunidades para hacer mejor las cosas.
3 comentarios:
Raro esto de que la versión de Barenboim que comentas destaque por su dramatismo pero, al mismo tiempo, no dé la talla en la escena de la cena a partir de la aparición del Comendador, que es uno de los momentos donde ese drama es más necesario… Entiendo que será así y que Barenboim tuvo oportunidad de madurar muchísimo con los años, pero no deja de resultar curioso.
Tiene usted toda la razón: es una paradoja sorprendente. O a lo mejor es que yo tengo a Klemperer muy metido en la cabeza.
Klemperer es otro que se vuelca en lo dramático, y su escena del Comendador es inolvidable, por cómo acumula tensión sin parar en ella.
Para mí la versión que mejor equilibra todo es la de Giulini, con un reparto estelar que curiosamente iba a ser para Klemperer.
Uno y otro son las dos referencias que tengo del enfoque adusto, trágico incluso, y del drama-comedia. Me recuerdan a la Perversidad (1945) de Fritz Lang, que es la versión puramente dramática y trágica de la misma historia que trata Renoir años antes (1931) en La golfa, por buscar un paralelismo cinematográfico.
Con cualquiera de los dos enfoques es muy difícil superar esas dos referencias, aunque me quedan muchas por conocer.
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