viernes, 17 de junio de 2022

Nuevo Réquiem de Verdi por Barenboim

Tras varias semanas con el alma en vilo –llegué a pensar que su dilatada carrera podía haberse acabado–, Daniel Barenboim tiene previsto volver a las andadas el próximo domingo en un concierto al aire libre frente a su Staatskapelle de Berlín haciendo la Cuarta de Schumann y la Quinta de Tchaikovsky. Se retransmitirá en vivo a todo el mundo desde la web de la Staatsoper. Momento de escuchar el que hasta ahora es su último testimonio musical: el Réquiem de Verdi con la Filarmónica de Berlín del pasado 12 de marzo.

Releo lo que escribí aquí mismo y no aprecio cambios sustanciales con respecto a los escuchado a través de la Digital Concert Hall berlinesa:

“En esta nueva recreación el maestro, inspiradísimo, me ha recordado a Barbirolli por la lentitud generalizada de su lectura, lentitud no solo clarificadora –todas las líneas están maravillosamente expuestas– sino también generadora de una atmósfera particularmente densa, siniestra y opresiva. La diferencia es que mientras el director londinense apuesta por el nihilismo más desolado, con el de Buenos Aires hay espacio para la espiritualidad; una espiritualidad digamos que “profana” –no sé hasta qué punto es válida la contradicción–, cargada de esa sensualidad tan particular de Barenboim en su “estilo tardío”, que más que apelar a una divinidad parece atender a la voluntad de trascendencia del ser humano sin necesidad de un “más allá”, lo que por otra parte no parece casar mal con lo que sabemos de la vida religiosa –más bien escasa– de Giuseppe Verdi. 
Todo esto lo lleva Barenboim a cabo con un fraseo admirablemente natural y muy flexible, de amplia cantabilidad, elevado sentido del color y no pocos detalles creativos, por descontado que ajeno a la retórica vacua que amenaza en los pasajes menos inspirados de la partitura, que haberlos los hay, aunque también es cierto que sin ofrecer la garra electrizante de otros maestros. La de Barenboim es más bien una interpretación “de anciano director” en el mejor de los sentidos, dicha no desde la inmediatez operística (lo que no impide que haya momentos encrespadísimos) sino desde la más emocionada reflexión”.

Añado ahora que en la lectura de Berlín, inspiradísima y con detalles reveladores –figuras de las maderas antes del Tremens factus sum ego de la soprano–, globalmente portentosa, he apreciado algún momento esporádico no del todo concentrado por parte del maestro, así como algunos desajustes con la orquesta, que por lo demás es muy superior a la de La Scala. También el coro es mejor: ¡qué increíble lección del Coro de la Radio de Berlín!


El cuarteto, todo él, reemplazaba al inicialmente previsto –Elena Stikhina, René Pape, Anita Rachvelishvili y Fabio Sartori–, pero funcionó de manera satisfactoria y equilibrada. La soprano Susanne Bernhard pudo con su terrorífica parte, y además lo hizo con intensidad emocional. Marina Prudenskaya, mezzo lírica de voz oscura, oreció unas intervenciones con más autoridad que carácter sensual. El tenor Michael Spyres no posee en modo alguno la fuerza dramática de Kaufmann, pero su voz es hermosa y su canto sorprendentemente italiano. Tareq Nazmi es un bajo de voz potente y cavernosa que a algunos no gustará. A mí sí que me ha convencido.

Sea como fuere, el cuarteto de La Scala resulta preferible a este. En todo lo demás, me quedo con esta realización berlinesa para comprender cómo Barenboim concibe esta página. De la antigua con la Sinfónica de Chicago no puedo hablar: no la recuerdo bien.

Ah, realicé la audición en lujurioso Dolby Atmos, pero ayer por la noche esta modalidad desapareció de la aplicación. Misterios.

1 comentario:

Ángel Carrascosa Almazán dijo...

Acabo de esuchar en Digital Concert Hall el Requiem de Verdi de Barenboim de hace un par de meses. Absolutamente admirable, estoy muy de acuerdo con tus apreciaciones. Pero me gustaría subrayar que los cuatro cantantes previstos, verdaderas estrellas, pudieron ser sustituidos con muy poco tiempo por otros cuatro que han resultado ser más que buenos, incluso sobresalientes, en cuatro partes tan tremendamente comprometidas: creo que la soprano Susanne Bernhard y, quizá más aún, el bajo Tareq Nazmi, van a dar mucho juego en los próximos años. El tenor Michael Spyres, con la voz un poco más llena que la que le conocía, me ha sorprendido favorablemente por su afinidad con Verdi, que no me esperaba. Pero para mí el solista más extraordinario ha sido sin duda la mezzo Marina Prudenskaja, que siempre me ha gustado mucho, pero creo que nunca antes tanto como aquí: su voz también se ha oscurecido y "dramatizado", y su musicalidad y fuerza expresiva me han parecido desbordantes.
Insisto: es asombroso que haya bastantes cantantes jóvenes que no conocíamos que logren alcanzar estos niveles.
Ángel Carrascosa

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