lunes, 10 de enero de 2022

Barenboim vuelve a la Filarmónica de Berlín y a Verdi

Pensaban algunos que, tras sus recientes cancelaciones y su aspecto manifiestamente desmejorado el 1 de enero en Viena, Daniel Barenboim no iba a dirigir el programa de abono íntegramente dedicado a Giuseppe Verdi de la Filarmónica de Berlín. Quizá había incluso quienes se frotaban ya las manos. Pues no: ahí ha estado, tal y como hemos podido comprobar –yo dos veces, el directo y en la repetición– a través de la Digital Concert Hall. Igual de delgado, pero con mejor aspecto. Sin partitura en la obertura de Las vísperas sicilianas, con ella en las otras dos obras. Más intenso en la expresión y con gestos más amplios que en la Musikverein vienesa, pero no por ello mejor músico o con mayor implicación. Sobre la confusión entre lo que se ve y lo que se oye ya he escrito lo suficiente los últimos días como para repetirme.


Vuelta a la Filarmónica de Berlín, pues. Y vuelta a Verdi. Sobre la obertura de I vespri ofrecí una discografía comparada hace años en la que escribí lo siguiente acerca de la filmación de Barenboim con la Staatskapelle de Berlín:

“Lejísimos en lo conceptual de un Toscanini o un Muti, en principio se debe enmarcar en la línea "germánica" de un Fricsay y un Karajan, tanto por la densidad del sonido como por la atención a los aspectos más góticos y atmosféricos de la partitura, así como por la concepción digamos que orgánica del fraseo, entendiendo la dirección de orquesta como –Barenboim dixit– "el arte de la transición". ¿Por qué, entonces, hace cantar el de Buenos Aires a la cuerda berlinesa con más calidez, belleza, ternura y sentido melódico que ningún otro director, Giulini y Abbado incluidos, añadiendo además unos toques anhelantes de lo más apropiados, sobre todo en la melodía que alude al adiós de los condenados? Habría que ir desmontando tópicos.”

Del Festival de Lucerna de 2013 procede una filmación frente a la West-Eastern Divan, no menos memorable a pesar de un desajuste puntual. Esta con la Filarmónica de Berlín ha seguido exactamente el mismo sendero, quizá con un poco menos de tensión interna en la sección final, pero añadiendo un trazo todavía más depurado y una suntuosidad sinfónica que me hizo pensar mucho en uno de los anteriores titulares de la orquesta, un tal Herbert von Karajan.


El Cuarteto de Verdi es una página poco conocida, interesante y hermosa, que en su versión para orquesta de cuerda había sido dirigida por Barenboim en La Scala: aquí arriba tienen la filmación. Ahora vuelve a la obra con una orquesta muy superior, de sonoridad divina y por completo entregada. El maestro dirigió con la pasión y el sentido dramático que le caracterizan, sobre todo en el movimiento inicial, pero que nadie piense que se mostró severo o “germanizante”. Todo lo contrario. En el andantino hubo mucho de sensualidad, de sentido de lo galante y hasta de coquetería –portamenti incluidos–, mientras que el tercer movimiento –prestissimo– alcanzó un rico contraste entre la electricidad de las secciones extremas y la luz mediterránea de su maravillosamente cantado trío. Precisamente, lo que marca esta interpretación es lo mismo que sobresalía en I vespri: el sentido del canto. Ese fraseo natural, flexible y de sentido orgánico, que tanto recuerda a la manera de cantar de un Bergonzi –italianismo en su máxima expresión– y que extrañamente le es ajeno a alguno de los directores latinos más famosos, empezando por Toscanini, quien justamente fue quien por primera vez hizo esta obra con orquesta. La ejecución, portentosa. ¡Y qué bien delineada estuvo delineada la fuga del movimiento conclusivo! Me resulta imposible imaginar una interpretación superior a la escuchada este sábado en Berlín.

Nada menos que las Quattro Pezzi Sacri en la segunda parte. He escuchado o repasado los registros disponibles con la propia Filarmónica de Berlín: dramático Muti (EMI, 1982), místico Giulini (Sony, 1991), refinado Abbado (TDK, 1998) y gélido Thielemann (Digital Concert Hall, 2012). Esta de 2022 ha sido la mejor tocada, y también la mejor cantada: absolutamente portentoso el Coro de la Radio de Berlín, más aún que en la ocasión Thielemann –entonces hubo algún roce en la franja más aguda de las sopranos–. No cabe sino rendirse ante el trabajo realizado por Simon Halsey y Justus Barleben; solo este último salió a saludar, siendo aclamado con toda justicia por el respetable.

¿Y la dirección? Con la excepción de Giulini, la mayoría de los maestros –a los arriba citados hay que sumar a Mehta, a Solti y a un despistadísimo Gardiner– pasan un poco de largo ante las piezas a capella para en las otras dos mirar hacia el mundo operístico. El de Barletta logró en su registro con la Philharmonia un perfecto equilibrio entre lo escénico y lo litúrgico, para en su registro berlinés para Sony Classical llevar esta música directamente al interior de la iglesia. Su Ave Maria y su Laudi alla Vergine Maria con el Coro Erns-Senff alcanzan un grado tal de sensualidad, emotividad y –sobre todo– religiosidad sincera, que no conocen rival alguno. Barenboim, un poco menos otoñal y desmaterializado, es quizá quien más se le acerca.

En las dos piezas con orquesta nuestro artista no alcanza el poder de fascinación del italiano, pero a mi entender globalmente le supera. A él y a todos los demás. El de Buenos Aires se marca, sencillamente, las mejores recreaciones que he escuchado, porque es quien sabe atender mejor que nadie al mismo tiempo a las dos vertientes de estas partituras, la mística y enraizada en lo teatral. Hay muchísimo de elevación espiritual en sus lecturas, pero también una tremenda carga dramática. El Stabat Mater, lacerante a más no poder, recuerda a la escarpadísima recreación de Muti, mientras que el Te Deum sabe ofrecer grandeza sin caer en lo hinchado, sentido de los contrastes sin vulgaridad alguna. Pienso ahora en Gardiner, empeñado en yuxtaponer pasajes relamidos con toscas explosiones de decibelios por completo insinceras. Barenboim planifica de manera magistral las tensiones y concibe el conjunto con pleno sentido orgánico hasta alcanzar un final abrumador. La orquesta, opulenta en el mejor de los sentidos. Divino el coro, y espléndida la soprano Liubov Medvedeva.

La cosa está clara: Barenboim se encuentra acabado y debería retirarse. ¿Verdad? Ah, fenomenal el sonido de la transmisión: los de la Digital Concert Hall cada vez lo hacen mejor.

Foto: Bettina Stoess.

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