Lo recogió mi madre de debajo de un coche hace trece años. La idea es que me hiciera compañía en el destino definitivo que me habían adjudicado, allí en la Sierra de Segura. Pensábamos que era una gata y le pusimos por nombre Blanquita. Resultó ser macho, rubio y de ojos azules. Se encariñó de mi madre y se quedó aquí en Jerez: al final a quien hizo compañía fue a ella. Mucha. El otro viejo gato, Felipe, vivía aparte: no se podían ni ver.
Cuando volví a Jerez ocho o nueve años después se aficionó cada vez más a mí. Le encantaba que le acariciara el lomo y que le rascara las orejitas. Era muy manso y cariñoso a más no poder. A mi madre la acompañaba por toda la casa. También era muy comilón. Cuando hace ahora trece meses entró una gatita nueva se convirtió en su padre, ejerciendo de protector y maestro.
Hasta hace nada han estado muy unidos. El fin de semana pasado Blanquito empezó a respirar mal. Fuimos al veterinario de urgencias y nos dijeron que el corazón estaba bastante mal y que tenía los pulmones encharcados. Ha aguantado ocho días adicionales a base de pastillas para la función diurética. A veces se mostraba muy cansado, pero la mayor parte del tiempo ha estado medianamente bien, incluso feliz. Hoy ya no. Al mediodía tomó su ración de sol, pero esta tarde le costaba respirar: en la foto se le ve desconcertado. Hace un rato se ha ido, en un suspiro.
Muchas gracias, Blanquito. Nos has dado mucho cariño y nos has hecho muy feliz.
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