Mi agradecimiento a todas las personas que, a través de diferentes medios, se han lamentado de que este blog paralice su actividad. Seguirá cerrado, al menos hasta principios de 2022, por una mezcla de cansancio, tristeza y decepción. Quiero compartir con ustedes, no obstante, este artículo que ha sido publicado hoy por La Voz del Sur (enlace) e invitarles a acudir, si es que les resulta factible hacerlo, a la conferencia que espero ofrecer este miércoles 27 de octubre a las 18:30 en el Alcázar de Jerez de la Frontera sobre uno de mis temas favoritos.
Las Cantigas de Santa María, entre tres mundos
Este es el título de la conferencia que tendré la ocasión de pronunciar el próximo miércoles 27 de octubre en el Alcázar de Jerez dentro del homenaje a Alfonso X que en el 800 aniversario de su nacimiento rinden la Asociación Jerezana de Amigos del Archivo y la Universidad Pablo de Olavide.
¿Qué tres mundos, se preguntarán algunos? No, el asunto no gira en torno al manido tema de la convivencia entre las culturas cristianas, árabe y judía. Los tres mundos son el hispano, el cristiano europeo y el que rodea el Mar Mediterráneo. Puede que a alguien le sorprenda que considere “lo hispano” como un único mundo, cuando para muchos se trata de dos distintos, enfrentados entre sí en el marco de eso que se conoce como “Reconquista”. Pues miren ustedes, aunque en modo alguno se pueda hablar durante el medievo de una unidad política conocida como España –ni siquiera en época visigoda, con los suevos haciendo lo que les daba la gana por ahí arriba y los bizantinos dando vueltas por aquí abajo–, yo creo que como concepto territorial e histórico sí que existía una España medieval. Una España plurinacional, mal que le pese a algunos. ¿Cómo se autodenominaba a sí mismo Alfonso X? Pues “Rey de las Españas”. Que se enterasen bien todos, especialmente su suegro Jaime I, porque de lo que se trataba era de reivindicar la hegemonía de Castilla en el territorio peninsular, de Norte a Sur, de Oeste a Este.
Mas no olvidemos que en su Estoria de España Don Alfonso incluye a Al-Ándalus, por derecho propio. Lo digo porque andan ciertos historiadores actuales afirmando el carácter inapropiado de términos como “hispanomusulmán” o “España musulmana”. Me temo que sus prejuicios ideológicos les hace tener una visión sesgada de la realidad. ¡Claro que Al-Ándalus es España! Y la cultura andalusí, concretamente la que se desarrolla entre Abderramán II y la disolución del califato, una de nuestras más espléndidas contribuciones a la historia europea. Luego se podrá discutir largamente sobre hasta qué punto la civilización aquí desarrollada es deudora de la oriental –quizá bastante–, hasta qué punto existe una continuidad con el periodo visigótico –Al-Ándalus está plagado de mozárabes hasta el siglo IX como mínimo–, o quizá también sobre la manera en que tanto el islam oriental como el peninsular beben de una misma fuente: la antigüedad tardía, romana y cristiana al mismo tiempo. Pero España es todo lo que va desde los Pirineos hasta Gibraltar. Un todo plural, plagado de encuentros y de desencuentros, marcado por los enfrentamientos bélicos –cristianos contra musulmanes, cristianos contra cristianos, musulmanes contra musulmanes–, y en cualquier caso de una riqueza cultural extraordinaria. Las Cantigas se alimentan parcialmente de ese sustrato, aunque no solamente de él.
Europa y el Mediterráneo, decía. La lírica de los trovadores occitanos y de los troveros del norte de Francia está por completo presente en el cancionero mariano dirigido por el Rey Sabio, fundamentalmente en lo que se refiere al concepto del amor cortés: María como, en palabras de Carmen Rodríguez Suso, “epítome de la mujer cantada por la lírica cortesana”. Sobre eso no puede haber discusión, si bien la polémica ha sido larga en torno si la estructura viene del zéjel islámico o del virelai francés. Para liar más el asunto, el mismísimo Ramón Menéndez Pidal defendía el origen islámico del propio concepto del amor cortés, así que ya ustedes dirán. En lo que a la música propiamente dicha se refiere, Maricarmen Gómez Muntané ha detectado un muy amplio abanico de fuentes que nutrieron a las Cantigas, desde las que poseen origen litúrgico –del canto gregoriano, para entendernos– y las que vienen de la renovadora Escuela de Notre Dame parisina hasta aquellas que corresponden al mundo de trovadores y troveros franceses, a las que hay que sumar las que entroncan del repertorio lírico español y podrían remontarse hasta las antiguas jarchas mozárabes.
¿Y las miniaturas? Teóricamente estamos en el momento de consolidación de la pintura del gótico lineal. La fuerza de los talleres de iluminación del entorno parisino tiene que dejarse notar forzosamente, si bien mi expertísimo amigo Fernando Gutiérrez Baños ha detectado puntos de contacto con la vanguardia londinense que reinterpretaba modelos parisinos en el palacio y la abadía de Westminster en tiempos de Enrique III. ¿Casualidad que la infanta Leonor de Castilla, hermanastra de Alfonso X, se casase con el futuro Eduardo I? Aun así, tanto Fernando como todos los demás grandes especialistas insisten en que es imposible explicar las miniaturas de las Cantigas solo con el gótico lineal: el interés por el volumen, el tratamiento del color, el diseño del espacio, la concepción de los fondos y determinadas iconografías apuntan en direcciones muy diferentes. ¿Hacia Al-Ándalus? Posiblemente: ahí está el códice de los amores entre Bayad y Riyad conservado en el Vaticano. Y aún con ello no basta.
Por eso debemos ampliar nuestra mirada. Está el Mediterráneo. Está la corte de Federico II y sus descendientes en Nápoles y Sicilia, tierras ya fertilizadas por musulmanes y normandos. La madre del Rey Sabio era Beatriz de Suabia, prima de Federico, a su vez Emperador del Sacro Romano Germánico. De ahí precisamente que el monarca que conquistó Sharish y la transformó en Jerez de la Frontera aspirase una y otra vez al trono imperial, y que buena parte de su impresionante actividad legislativa y cultural estuviese planteada imaginando la corona sobre su frente. Se ha insistido que el segundo proyecto de Cantigas hasta alcanzar la cifra de cuatrocientas (tras cerrar una primera serie de solo cien) tiene mucho que ver con semejantes aspiraciones. Por otra parte, la reciente tesis doctoral de Laura Molina López “El Infante Don Fadrique y la estela del arte suabo en el Reino de Castilla en la segunda mitad del siglo XIII” ha dejado bien claro cómo la efervescencia cultural italiana tuvo mucho que ver con la de la corte de nuestro Alfonso X.
Claro que también el Mediterráneo, no lo olvidemos, es el mar por el que van y vienen los cruzados, se trasmiten leyendas y milagros, se van transmitiendo y modificando diferentes tradiciones musicales de carácter oral y se desarrolla un intenso comercio de manuscritos entre diferentes reinos y culturas. Ahí están las ilustraciones a las Maqamat de al-Hariri realizadas en Bagdad por el miniaturista al-Wasiti pocas décadas antes de nuestras Cantigas, en las que no pocos especialistas han querido encontrar paralelismos que se explican por la existencia de un intenso flujo cultural dentro de un espacio con muchas más raíces comunes de las que algunos quieren ver. Sin ese Mar Nuestro, el de aquella antigua Roma que durante todo el medievo miran con el rabillo del ojo cristianos y musulmanes, Alfonso X no hubiera podido sentar las bases de un intenso renacimiento cultural al que le deberá mucho no solo el Renacimiento propiamente dicho, sino también nuestra civilización occidental tal y como hoy la conocemos.
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