He estado una semana en Italia. Primero en Apulia: Barletta, Trani, Bitonto y Trani. Esa zona me gustó muchísimo, especialmente por la espectacular arquitectura medieval que alberga. Luego pasé a Nápoles. La ciudad ha resultado ser todo lo personalísima y fascinante que siempre se ha dicho. Está repleta de arte, y me he emocionado muchísimo viendo cosas como las ruinas de Pompeya o el Museo Arqueológico Nacional. A nivel cultural, antropológico y todo eso engancha por completo. De la gastronomía no me olvido. Ahora bien, creo que no voy a volver allí. Me han desagradado profundamente el ruido ensordecedor, la contaminación asfixiante y la terrible peligrosidad de un tráfico no ya caótico y saturado, sino también extremadamente agresivo. Y me ha dado profundo asco la acumulación de suciedad en todos y cada uno de los rincones de un casco histórico degradado en extremo en el que, claramente, la especulación y cosas mucho peores que la especulación –ustedes ya saben de lo que estoy hablando– han hecho un daño irreparable. ¿Hay que conocer Nápoles? Incuestionablemente, esa experiencia hay que vivirla. Pero yo con una vez he tenido suficiente.
Pude escuchar un concierto, el que la Orquesta y Coro del Teatro de San Carlos ofrecieron el miércoles 7 de julio en la Plaza del Plebiscito –la más grande de la ciudad, con el Palacio Real de fondo– bajo la dirección de quien desde 2016 es su titular, Juraj Valčuha. El precio era relativamente caro –no había muchísimas plazas, por las rigurosas medidas sanitarias que dejaban una enorme cantidad de asientos libres– y la acústica dejaba que desear: si los micrófonos casi siempre son indeseables, en esta ocasión destrozaban tanto la gama dinámica como el equilibro de planos al potenciar a unos instrumentos frente a otros. Pero fue una velada agradable.
Primero Khachaturian y la suite nº 2 de Spartacus. No es una música que me entusiasme, pero el célebre paso a dos que la abre alberga una considerable belleza melódica. El maestro eslovaco dirigió bastante bien, sin dejarse tentar por el empalago y evitando subrayar trompeteríos varios.
El plato fuerte era una obra que adoro desde que era pequeño: Alexander Nevsky. Valčuha parecía comprender las maneras de Prokofiev y supo ofrecer una correcta interpretación, no particularmente atmosférica pero sí dotada de la suficiente fuerza teatral , trazada sin altibajos y expuesta con cierta atención al detalle. El coro, bajo la dirección de Josè Luis Basso, no cantó precisamente en las mejores circunstancias posibles –de nuevo la cuestión sanitaria–, y por ello se le pueden perdonar insuficiencias varias y algún desajuste muy considerable. La batuta, por cierto, le sometió a calderones de lo más exigentes. Lo mejor de la noche vino por parte de la mezzo, una formidable y muy operística Ekaterina Semenchuck a la que le recuerdo espléndidas Leonora y Lady Macbeth en Valencia ya hace años.
Ah, el domingo 11 pude finalmente realizar la visita guiada al interior del teatro: el más hermoso que he visto en mi vida. Si van por allí, no dejen de visitarlo.
1 comentario:
Amigo Fernando, si Nápoles estuviese limpia, pulcra y ordenada... ¿Quién iba a querer visitar otro destino turístico?. Dios, en su infinita sabiduría, la quiso así para que otros lugares tuviesen posibilidad de competición y para disuadir s los cruceristas de acercarse a destrozarla...
Cchiù lontana mi stai, cchiù vicina ti sento
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