Dmitri Shostakovich escribió su Sinfonía nº 15 en 1971, estrenada en enero del siguiente año. En su momento se presentó –las autoridades soviéticas andaban al acecho– como una especie de rememoración más o menos nostálgica y fantasmagórica del pasado. No hay que ser muy listo para darse cuente de que se trata, en realidad, de una de las más pesimistas reflexiones musicales que se han escrito sobre la muerte. Y también, esto en opinión de quien suscribe, una de las mayores sinfonías del siglo XX. Por desgracia, son muchos los directores que han patinado a la hora de enfrentarse a ella. Ahí quedan algunas valoraciones.
1. Mravinsky/Filarmónica de Leningrado (Melodiya, 1972). El maestro de San Petersburgo siempre tuvo una visión excesivamente naif, poco atenta al pesimismo que subyace en los pentagramas, de la música de Shostakovich. Tal circunstancia queda muy en evidencia en esta deslavazada lectura, que alterna momentos muy buenos con otros precipitados o faltos de concentración, en la que se acierta en el aspecto humorístico y mágico de la pieza, mientras se escapa todo el trasfondo nihilista. Pobre la toma. (6)
2. Ormandy/Orquesta de Filadelphia (RCA, 1972). Sorprendentemente afín al universo de Shostakovich, el director de origen húngaro ofrece una lectura temprana y estimable, aunque sin llegar a oler el enorme potencial que la partitura alberga. Decepcionante el primer movimiento, por fortuna nada lúdico, pero tampoco especialmente sombrío, ni tenso, ni sarcástico. El segundo sí que es magnífico, ofreciendo pasajes subyugantes, estimulando Ormandy solos muy emotivos a cargo de los portentosos solistas de la orquesta norteamericana y planificando muy bien la arquitectura hasta alcanzar, en el clímax de la marcha fúnebre central, una fuerza desgarradora. El tercero está bien encaminado, pero resulta un poco precipitado: se le puede sacar mayor partido al sarcasmo y al colorido instrumental. El cuarto comienza con la adecuada concentración; luego no termina de tener muy claro a dónde va ni cómo construir las tensiones; se echan de menos misterio y atmósfera, aunque la orquesta vuelve a rendir a un espléndido nivel. La coda está bien llevada, sin precipitaciones. (8)
3. Kondrashin/Filarmónica de Leningrado (Melodiya, 1974). Acertadísimo enfoque en una lectura que necesita un poco menos de premura en el primer movimiento, mayor socarronería en el tercero y, sobre todo, mayor profundización en el cuarto, que no se precipita pero sí que resulta algo distante. (7)
4. Kondrashin/Staatskapelle de Dresde (Hänssler, 1974). El maestro repite, esta vez en Alemania, con una lectura en la misma línea de su registro de estudio, pero más intensa y visceral en el primer movimiento y con clímax más desgarrados en los movimientos segundo y cuarto. La orquesta está maravillosa, aunque tiene algunos despistes. Las insuficiencias antes referidas siguen ahí, pero globalmente es una lectura de lo más meritoria para haberse enfrentado a una partitura tan solo dos años después de su estreno. (8)
5. Sanderling/Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín (Berlin Classics, 1978). Haciendo uno de unos tempi deliberados, mucho más lentos de los marcados por el compositor para el último movimiento, Sanderling construye una versión particularmente honda, triste y desolada. No es tan sarcástica y descarnada como la de otros colegas, pero en cualquier caso se encuentra llevada con magnífico pulso –la marcha del segundo movimiento podría alcanzar más fuerza- y matizada con enorme acierto en cada una de las intervenciones solistas, de una belleza siempre transida de dolor. A destacar el rico sentido del color orquestal, el espíritu camerístico que preside la interpretación y, más aún, la manera en que establece un espíritu fantasmagórico tan inquietante como fascinante. Lástima que la orquesta se quede un pelín corta en algunos momentos y que la toma sufra compresión dinámica, incluso en el reciente trasvase a SACD. (9)
6. Haitink/London Philharmonic (Decca, 1979). El holandés no termina de cogerle el pulso a esta partitura y nos ofrece una lectura sobria y objetiva, muy equilibrada entre el dramatismo, la ironía y el nihilismo, excelentemente tocada, pero a la que le falta de un poco más de implicación emocional en el bien planteado cuarto movimiento, que le queda un tanto soso y mortecino. (8)
7. Rozhdestvensky/Sinfónica del Ministerio de Cultura de la URSS (Melodiya, 1983). El maestro siempre optó por un Shostakovich extremadamente virulento, y por ello nos ofrece una versión expresionista ante todo: sarcástica, ácida, rebelde y plagada de aristas. El primer movimiento, rápido, anguloso, llega incluso a resultar agresivo (¡brutales timbalazos!). El segundo comienza con un solo de violonchelo doloroso a más no poder, se desarrolla de manera muy inquietante –más que atmosférica– y alcanza su clímax en una marcha fúnebre cataclísmica. El tercero resulta particularmente burlesco. Sólo hay que reprochar un movimiento final algo más rápido de la cuenta en las secciones líricas, esto es, en el “vals”, y una coda precipitada que pierde su carácter mágico y visionario, si bien el clímax de la marcha es aún más apocalíptico que el del segundo movimiento. A destacar el tratamiento áspero de los metales, sobre todo de las trompetas, que por momentos llegan a recordar a Bernard Herrmann. (9)
8. Rostropovich/Sinfónica de Londres (Teldec, 1989). Afín como ningún otro director a la parte más humana del compositor, y no menos acertado a la hora de explorar subtextos, el de Baku nos entrega globalmente magnífica lectura, abstracta y siniestra, que solo pierde en el movimiento conclusivo: resulta más bien rápido y superficial, y en la coda se precipita un tanto. (8)
9. Ashkenzy/Royal Philharmonic (Decca, 1990). Los tres primeros movimientos están muy bien: pueden resultar algo asépticos y superficiales –Ashkenazy nunca quiere hurgar en la llaga, de esta música ni de ninguna–, pero no caen en blanduras ni languideces. Por desgracia, el cuarto resulta bastante deslavazado. Aburre. (6)
10. Maxim Shostakovich/Sinfónica de Londres (Collins, 1990). Que Maxim fuera el encargado de estrenar la obra de su padre le otorga un conocimiento directo de primerísima mano de los deseos del compositor, pero no garantiza la máxima inspiración. En este sentido, y siempre respaldado por una orquesta espléndida que tan solo un año atrás había una realizado una excelente labor en esta partitura bajo la batuta de Rostropovich, lo que aquí nos ofrece es una notable pero un tanto deslavazada lectura que convence más en la forma que en el fondo. El primer movimiento está dicho con ganas, sin trivializarlo pero sin sentir tampoco la necesidad de cargar las tintas en la ironía. En el segundo los solistas saben transmitir la tristeza que desprenden los pentagramas pero el gran clímax dramático suena un tanto artificial, poco preparado, más ruidoso que otra cosa. El tercero es más que correcto y en el cuarto, finalmente, la batuta no captura la magia de la introducción y luego deambula de un sitio a otro sin acumular tensiones y si tener del todo claro qué es lo que quiere decir. El final, correcto pero un tanto anodino. (7)
11. Sanderling/Orquesta de Cleveland (Erato, 1991). Ayudado unos ingenieros de sonido que realizan una labor admirable, el maestro alemán nos entrega un recreación escalofriante que, con tempi aun más lentos pero no menor pulso en el trazo, profundiza en los planteamientos de su registro anterior en una perfecta sintonía con los portentosos solistas de la no menos increíble orquesta norteamericana, quienes aciertan con el tono elegíaco y lacerante de sus intervenciones sin caer, como les ocurre a otros, en lo quejumbroso o lo mortecino. La referencia. (10)
12. Jansons/Filarmónica de Londres (EMI, 1997). Esta interpretación se encuentra muy bien puesta en sonidos y está llevada con ganas desde la batuta, pero no hay ninguna idea detrás de la dirección: jansons se queda por completo en la superficie. Los clímax dramáticos son más bien externos y no se huele la tragedia. No es aburrido el resultado, pero sí bastante aséptico. (6)
13. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1997). La orquesta está increíble. La planificación es fabulosa. Pero Solti deambula de un sitio para otro sin una idea expresiva concreta detrás, con resultados por completo asépticos. Lo único que se puede destacar es el impactante clímax del cuarto movimiento, que por otra parte está llevado con demasiadas prisas. (6)
14. Rostropovich/Sinfónica de Londres (Andante, 1998). En la línea de la grabación anterior de los mismos intérpretes, los tres primeros movimientos son magníficos, en una lectura sobria, dramática y de atmósfera malsana. En el segundo, de tempi lentísimo, se lucen los solistas de la orquesta. Por desgracia de nuevo en el cuarto, lírico y nostálgico pero no del todo nihilista, y a pesar de que los tempi se han moderado y de que en la coda ya no se precipita, se necesita un poco más de profundidad, de magia sonora, y se resiente en comparación con Sanderling. La cuerda grave está aquí bastante mejor captada. En cualquier caso, de escoger una lectura de Rostropovich, esta es la opción. Solo hay un problemilla: se encuentra descatatalogadísima. (9)
15. Barshai/Sinfónica de la WDR (Brilliant, 1998). Apetece volver a a un enfoque dramático, rebelde, aristado y socarrón. Expresionista, para entendernos, aunque no del todo nihilista: si bien el drama se siente en las carnes los movimientos pares, necesitan estar un poco más trabajados y bucear más profundamente en los aspectos más tenebrosos y abstractos. (8)
16. Sanderling/Filarmónica de Berlín (BP, marzo 1999). Aunque pudiera en principio esperarse lo contrario, en los cuatro movimientos el maestro va aquí menos lento que en su dilatadísimo registro en Cleveland ocho años anterior, e incluso la duración global de la interpretación es algo menor que la de 1978. En cualquier caso, esta última recreación a cargo del anciano maestro no ha perdido profundidad con respecto a las anteriores. Si acaso, ha ganado fiereza en algunas frases (¡impresionante la cuerda grave!) y ha suavizado algo la terrible desolación del cuarto movimiento para dar paso, quizá, a una cierta serenidad espiritual. Los solistas de la orquesta –formidable, a despecho de algún resbalón puntual– se muestran más intensos, sinceros e imaginativo aún que los de Cleveland. Una pena que la toma sonora, plagada de toses, no sea tan excepcional como la interpretación. (10)
17. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln (Capriccio, 2004). El enfoque es admirable, acertando la batuta en el carácter atmosférico y siniestro de la obra sin caer en superficialidades y sin precipitarse en el último movimiento. Aun así se echan de menos mayor variedad expresiva y tensión interna: a ratos uno llega a aburrirse. (7)
18. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Mariinski, 2008). Acierta el maestro ruso en un sólido, aunque no del todo mágico, Allegretto inicial. En el segundo movimiento molesta la expresividad sollozante de algunos solistas. Francamente bien el tercero, dicho con el punto adecuado de acidez sin necesidad de cargar las tintas. Muy flojo el cuarto, deslavazado y dicho completamente de pasada, sin matizar en lo expresivo y sin profundizar en sus significados. (7)
19. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 2010). En la misma línea que de su antigua grabación para Decca, pero madurando su comprensión de la obra, el holandés nos ofrece una objetiva y portentosamente planificada recreación, tocada de manera insuperable y dicha en el punto justo de equilibrio entre fantasmagoría e intensidad dramática, sin necesidad de cargar las tintas. Concentrado y ahora nada soso el último movimiento, un minuto más lento que el de la Filarmónica de Londres, echándose únicamente en falta la fuerza expresiva de los grandes clímax que aquí conseguía Sanderling. Los solistas de Ámsterdam, sensacionales. , Gran recreación, por tanto, siempre que se esté de acuerdo con esta visión “desde el más allá” por completo alejada de la visceralidad. Portentosa la toma en sonido HD. (9)
20. Petrenko/Royal Liverpool Philharmonic (Naxos, 2010). Tras un primer movimiento bien planteado, en el punto justo entre misterio e ironía, pero no del todo apoyado por unos metales que no son gran cosa, sorprende la extrema lentitud de un Adagio que se estira hasta los 17’25’’ (superando el récord de los 16’20’’ de Sanderling en Cleveland) sin que se pierda el pulso, consiguiendo así ofrecer un carácter particularmente fantasmagórico al que también contribuyen de manera decisiva unos solistas muy atinados en sus intervenciones. El tercero resulta más socarrón que virulento y permite que se luzcan las maderas de la esforzada orquesta inglesa. Por desgracia pincha el cuarto, de nuevo lento –no tanto como el segundo– pero esta vez convenciendo poco debido al carácter más bien tristón y mortecino; escasa en garra dramática el clímax de la marcha, y sin una idea expresiva detrás la coda. La toma podría ser aún mejor. (8)
21. Haitink/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). Una vez más, acercamiento sobrio, riguroso y de perfecto equilibrio entre lo onírico, lo sarcástico y lo ominoso, sin cargar las tinta en ninguno de estos aspectos y, por eso mismo, resultando un punto menos intenso y descorazonador de lo que debería. Con Haitink, como siempre, el análisis distanciado se impone frente a la vehemencia. En cualquier caso, los resultados son dignos de toda admiración: en esta partitura antes camerística que sinfónica los primeros atriles desempeñan un papel absolutamente fundamental, y los de la Filarmónica de Berlín poca competencia encuentran en virtuosismo y carácter certero en la expresión. Además, produce escalofríos ver al maestro con ochenta y seis años a sus espaldas, y siendo consciente de quién le espera a la vuelta de la esquina, dirigir los últimos compases de la obra, significando estos lo que significan. Quizá por ello el público de la Philharmonie le aplaudiese con especial calor. (9)
22. Rozhdestvensky/Staatskapelle de Dresde (CD radio, 2017). Dada la enorme calidad interpretativa, no quiero dejar de comentar esta grabación radiofónica de circulación restringida. Aquí el maestro se aleja muchísimo de su rabiosa, tremenda grabación de los 1983 para Melodiya, adopta una extrema lentitud (54’03 de duración total y 19’13 el segundo movimiento, superando el récord absoluto de los 17’25’ de Petrenko) y se acerca muchísimo, diríase que alcanzando un asombroso parecido, a los dos últimos testimonios de Kurt Sanderling. Y no con menor grado de genialidad: en el primer movimiento se podrá preferir el carácter de implacable denuncia –auténtico dedo en la llaga, y hurgando para producir el mayor dolor posible– que tenía su registro soviético, pero la fantasmagoría de los otros tres, nihilista a más no poder pero recreada sin caer en lo lastimero ni en lo mortecino, resulta escalofriante, siempre con la colaboración acertadísima de los solistas de la formación sajona. Además, y al contrario que en registro de Melodiya, en el cuarto paladea mejor la música –haciendo caso omiso del tempo indicado por el compositor– y logra no precipitarse en su fascinante coda. Y en general los picos de tensión, sin ser ni mucho menos tan rabiosos como los del disco de los ochenta, ofrecen apreciable potencia dramática. La orquesta destila su contrastada belleza sonora, particularmente en la cuerda grave, si bien es cierto que a lo largo de todo el concierto sufre alguna vacilación y que en el primer movimiento cae en algún serio desajuste. (9)
3 comentarios:
Excelente comparativa.
Mi tercera sinfonía favorita de Shostakovich, sólo un poco "atrás" de las Octava y Cuarta.
Por desgracia ha la fecha no he podido encontrar por ninguna parte la lectura de Sanderling con la Filarmónica de Berlín: teniendo ya en mi colección las versiones de Cleveland y la Sinfónica de la misma ciudad, se me hace agua la boca.
Un abrazo,
Cristian.
Cristian, el disco Sanderling lo conseguí por dos euros en un maravilloso mercadillo que ponen los domingos en la Isla de los Museos de Berlín. Basta con que usted me diga una dirección de correo...
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