Empiezo por el final. Si ustedes desean una Carmen folclórica, seductora y agradable para pasar una velada entretenida, la producción que está ofreciendo el Maestranza posiblemente no les vaya a entusiasmar. Pero si lo que busca es un espectáculo teatral de primer orden de esos que te sacuden, te hacen pensar y no se olvidan, no deje de asistir a alguna de las funciones que aún quedan. Porque la ya veterana producción escénica de Calixto Bieito es una de las más interesantes que se han visto hasta la fecha en el teatro sevillano.
La historia seguramente ya la conocen. Veintinueve años después de aquellas funciones con Berganza, Carreras y Domingo de la Expo’92, la genial creación de Georges Bizet tenía que volver al escenario sevillano (¡al lado de la Fábrica de Tabacos y la Plaza de Toros, ahí es nada en Carmen!) en una nueva producción de Emilio Sagi. Las circunstancias de la pandemia obligaron a renunciar y a traer la de Bieito del Liceu, que se ha visto en todas partes y con todos los elencos imaginables. Luego un brote de COVID aplazó el estreno, que tuvo que realizarse con el segundo de los dos repartos congregados, pero al final las cosas han marchado bien. Yo estuve en la función de ayer martes 1 de mayo, segunda de las que se hacen con el referido primer elenco.
No conocía la producción de Bieito, ni he querido verla –circulan varios vídeos, uno de ellos en YouTube– antes de ir al teatro. Mi opinión ha terminado siendo altamente positiva, aunque reconozco que no puede ser plato para todos los gustos –en el mismo Maestranza su Barberillo de Lavapiés fue machacado por la crítica conservadora–. También que tiene muy poco que ver con la idea de opéra-comique en que pensó el compositor. Porque aquí no hay nada de estampas más o menos románticas y pintoresquistas. Ni siquiera contrapuntos cómicos ni pasajes festivos para contrastar con el drama que conduce a los dos protagonistas a un destino fatal. Lo que Bieito plantea es una auténtica patada en el estómago. Y lo hace trasladando la acción a nuestra tierra –Sevilla, Jerez, El Puerto, Barbate y La Línea, sobre todo por ahí abajo– justo anterior a la Expo-92, pero sin traicionar la dramaturgia original: Carmen es una mujer de clase baja, los soldados son legionarios, Escamillo es un torero –en el último acto reza vestido de luces– y los contrabandistas son precisamente eso, además de proxenetas.Lo que ocurre es que el tratamiento más o menos amable de todos los personajes que está en el original, y que también está en buena parte de la música, se trueca aquí en una imagen abiertamente expresionista en la que se ponen voluntariamente en primer plano la vulgaridad, la procacidad y –sobre todo, no es de extrañar conociendo a Bieito– la violencia. Una violencia que es castrense y que es también machista. Todos, absolutamente todos los personajes masculinos de la trama son repugnantes a más no poder. Dancario y el Remendado no son aquí simpáticos pícaros, sino dos delincuentes de alta peligrosidad: no solo asesinan a Zúñiga hacia el final del segundo acto, sino que lo hacen lentamente machacándole el cráneo a patadas. Los legionarios son auténticas bestias pardas. Don José, un animal que solo desea a Carmen para follar: justo antes de cortarle el cuello –la sangre sale a borbotones, aviso–, intenta violarla. Mercedes y Frasquita, dos chonis de libro. Micaela, afortunadamente, no es una pija tonta; tampoco una representación del “orden burgués”, como en aquella horrorosa producción de Emma Dante en La Scala con Barenboim a la batuta. Simplemente, es una mujer que ama y se arriesga.
¿Y Carmen? Pues en esta producción, una víctima más que nunca. Entiendo que no es necesariamente así, que la cigarrera puede también concebirse como una mujer egoísta que, al igual que Don José, piensa tan solo en sí misma. Pero Bieito no deja lugar a dudas. Ella solo va buscando que la amen, que la amen de verdad, con entrega incondicional, mientras que los machos que la rodean se limitan a desear su cuerpo. Como mujer de clase baja que es, la sociedad no le ha dado más oportunidades: prostitución o contrabando. Su única arma es la seducción, pero se trata de un arma de doble filo que terminará acabando con ella. La vida ajena a las convenciones a la que Don José es conducido no es aquí “liberté” entendida a la manera romántica, sino durísima marginalidad. Hay un momento que parte del público le pareció simpático, mientras que a mí me resultó escalofriante: en el primer entreacto (“Dragons d’Alcalá”) una niña –me parece que hija de Frasquita o de Mercedes– baila contoneándose de manera muy provocativa imitando los movimientos de Carmen durante la habanera. Queda bien claro para qué están siendo educadas estas criaturas y a qué destino no les queda más remedio que someterse. Ella será Carmen mañana.
Dicho todo esto, la producción está plagada de excelentes resoluciones teatrales, como también de algún momento a medio gas que podía mejorar si Bieito hubiera venido en persona para la reposición (¡que es Carmen en Sevilla, don Calixto!). Fue hermosa la escena del joven desnudo haciendo que torea a la luz de la luna bajo el toro de Osborne, aunque estuviera copiada de la película Jamón, Jamón. La pelea entre Don José y Escamillo fue muy dinámica, pero me hubiera gustado más violenta. En el acto final la escena estaba vacía: hubiera sido sencillo proyectar imágenes de la Maestranza, a solo un minuto del teatro, pero eso hubiera distraído al personal. La bandera de España sobre la que una turista toma el sol de la producción original se ha cambiado aquí por una toalla de la Expo’92 con su mascota Curro, un guiño conveniente que no llegó a romper la dramaturgia. Y un plano acierto trazar un círculo de tiza en el escenario para convertirlo en un ruedo en el que el macho está dispuesto a clavar la puntilla a su rebelde, implacable presa. Casi puede hablarse –como hacen algunos comentaristas– de suicidio: Carmen no está dispuesto a ser sometida una vez más y decide afrontar las consecuencias.
No me convenció la batuta de Anu Tali. Hubo en la labor de la directora estonia enormes virtudes: buena concertación, texturas de apreciable claridad, refinamiento tímbrico y un gusto irreprochable en el que el folclorismo barato y el efectismo de cara a la galería estaban por completo excluidos. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla sonó bien bajo su dirección. Pero su concepto de la obra fue francés en el más tópico y menos interesante sentido del término: fraseo curvilíneo, texturas leves, delicadeza y un absoluto desinterés por los aspectos dramáticos de la página. O sea, una dirección que nadó todo el tiempo contracorriente de lo que se veía sobre el escenario. Muchos pasajes decisivos pasaron sin pena ni gloria, aunque bien es cierto que Tali hizo con brillantez muy bien llevada los dos números corales previos al enfrentamiento final. Talento a esta señora no le falta, pero creo que se hubiera sentido más cómoda con la producción de Emilio Sagi, que supongo no hubiera sido muy distinta a la “caribeña”, evanescente y confortable que le vi hace años en el Teatro Real. Por cierto, En Sevilla se han mutilado casi todos los diálogos, lo que me parece un acierto (la versión con recitativos de Giraud, que se hizo en el 92, hubiera sido un desatino).
Ketevan Kemoklidze posee una voz algo más lírica de la cuenta para su parte, pero hizo una Carmen más que notable. No muy sensual, tampoco especialmente expresiva ni dotadas de ricos matices psicológicos, pero sí muy bien cantada y totalmente ajena a truculencias: ni intentó falsear los graves, ni exageró el temperamento de la gitana ni necesitó hacer ordinarieces para convencer: si se quitó las bragas fue por necesidades de la escena. Excelente actriz, además. La mezzo georgiana merece toda mi admiración. No así el tenor Sébastien Guèze, que tiene la voz pero no la técnica: la emisión deja que desear. A destacar, no obstante, el bonito regulador con que cerró su aria.
María José Moreno es una de las cantantes más injustamente tratadas del panorama lírico nacional: se trata de una de las mejores sopranos españolas de los últimos treinta años y no canta todo lo que debería cantar, ni donde debería hacerlo. Su voz sigue en buen estado y derrochó musicalidad y buen gusto en su enamoraba y nada ñoña Micaela. Bravísima. Solidísimo Simón Orfila, poderoso y aunque algo monolítico; se mueve bien sobre la escena y da el tipo de Escamillo, así que triunfó sin problemas. De los secundarios quisiera destacar al Zúñiga de Felipe Bou. El Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza tuvo momentos buenos y otros problemáticos, pero ningún reproche se les puede hacer a estas personas después de pasar lo que han pasado y de tener que cantar con las mascarillas puertas. Excelente la Escolanía de los Palacios.
Hay funciones hasta el cinco de junio. No se pierdan el espectáculo. Ah, las fotos son de Guillermo Mendo.
1 comentario:
No recuerdo lo del toreo desnudo a la luz de la luna en "Jamón jamón", que es de 1992. Pero sí, y fue una escena muy celebrada por la crítica, en una película ocho años anterior: "Tú solo", dirigida por el genial fotógrafo Teo Escamilla. Ángel Carrascosa.
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