Llevo guardando silencio durante meses. Por prudencia y por respeto. Hasta que hoy he decidido hablar, porque hay varios periodistas escribiendo, precisamente sin prudencia ni menos aún respeto en un asunto en el que está en juego la vida humana, que la cultura es segura. No, la cultura no es segura. No hay nada seguro en esta pandemia. Nada en lo que se junten varias personas en un interior. Tampoco en la educación. Si en mi IES no se ha detectado ningún contagio dentro de las aulas es porque en los centros educativos hemos sido extremadamente prudentes y hemos soportado trabajar bajo condiciones inaceptables, incluyendo dar clase a siete grados en el interior –temperatura tomada por mí mismo termómetro en mano– y temblar bajo mantas tanto alumnos como profesores. Pero hasta antes de vacunarnos hemos acudido con miedo, con muchísimo miedo algunos días, sobre todo aquellos –allá por el mes de enero– en los que aquí en Jerez de la Frontera teníamos una tasa de contagio a más –e incluso bastante más– de 1.000 por 1000.000 habitantes, mientras nuestras autoridades se negaban a cerrar temporalmente las escuelas. En cuanto a los eventos culturales, yo recuerdo haber asistido a algunos pocos –muy pocos–, y lo hice descubriendo a posteriori que me equivocaba.
Porque sabemos que cierto teatro organizó una función de ópera en la que se contagiaron bastantes miembros del coro, más soprano, mezzo y tenor. Que ciertamente se habían hecho PCR negativo el día antes, pero que en la función estaban muchos contagiados y asintomáticos, porque a los pocos días empezaron las molestias. Y que todo terminó con el fallecimiento por covid de uno de los integrantes de la referida agrupación.
No hace falta insistir en lo que nos repiten continuamente en los medios: que hay un periodo ventana de varios días entre el contagio y los síntomas en los que se puede pasar el virus a los demás, que hay muchos contagiados que ni quisiera son sintomáticos –pero aun así pueden infectar–, y que aun llevando mascarilla el bicho sale por las ranuras. ¿Creen ustedes que ha habido alguna dimisión por semejante imprudencia que contagió a muchos músicos, se llevó la vida de uno y quizá puso en peligro a parte del público, todo ello en un momento en el que sabíamos que venía la tercera y más terrible ola hasta el momento? Pues no. No solo eso, sino que la prensa calló para que no se pidiera la responsabilidad a las personas –varias, porque el asunto implica también a otra institución de la localidad– a las que se les tenía que haber pedido. Y porque a quienes viven de esto y, con todo el derecho del mundo, quieren salir adelante en esta monumental crisis, no les interesa que se sepa.
Lo dicho, no se puede tener la irresponsabilidad de conducir los corderos al matadero. Ahora mismo está empezando la cuarta ola y solo somos un 10% los que hemos recibido alguna dosis de la vacuna. Quien no esté vacunado y quiera ir continuamente al cine, al auditorio, a los bares, a los cultos de su hermandad o a lo que sea (¡"lo que a mí me gusta es seguro", dicen todos!), que lo haga bajo su cuenta y riesgo mientras las autoridades se lo permitan. Pero que no digan que es seguro, porque no es verdad.
PS. La ilustración es una obra del jerezano Carlos González Ragel. Y una cosa más: ayer 26 de marzo la tasa de incidencia en Jerez era de 68, en Sevilla de 105 y en la Comunidad de Madrid (¡gracias, Díaz Ayuso!) de 241.
4 comentarios:
Comparto su opinión al 100% y como da la casualidad de que también soy profesor de secundaria, doy fe de lo que habla. El hecho de que las aulas no hayan sido focos de infección es simple y llanamente prueba de que donde las medidas de distanciamiento, la higiene y la mascarilla se llevan a rajatabla no hay contagios. Llevo sin tomarme una cerveza en la calle, sin reunirme con mis amigos y sin acudir a un cine/teatro o similar desde marzo de 2020 y mi pregunta es ¿para qué? si vivimos instalados en el permanente "viva la Pepa" camuflado bajo el "hay que salvar la economía". Si todo el mundo hubiera estado dispuesto a asumir los pequeños sacrificios de los que acabo de hablar, puede que esto sería, como en Cins, cosa del pasado, pero por no amputar el miembro vamos a perder al enfermo entero, eso sí, mientras todos bailando la danza macabra como en la Edad Media. Menos mal que la música nos consuela.
Pues sí, querido colega. En la enseñanza nos lo hemos tomado muy en serio. Muchos alumnos se merecen un monumento: uno de mis cursos, un segundo de bachillerato, lleva meses pasando un frío terrible en el pabellón deportivo -y aguantando su muy deficiente acústica- con el fin de recibir de manera presencial todas las clases. Por no hablar de los más pequeñitos, los de primaria, que tienen su horario completo con todas las ventanas abiertas. Porque crear corrientes de aire ha sido prioridad para todos nosotros: hemos preferido cargarnos de mantas antes que arriesgarnos. En cuanto a tener que explicar el reinado de Isabel II a siete grados, sin comentarios.
Dicho esto, el riesgo nunca ha sido cero. Ha habido momentos concretos en los que había que haber hecho lo que en Europa: cerrar y pasar a la enseñanza a distancia, por muy fastidiosa que esta fuera. Es cuestión de cifras. Cuando la tasa de incidencia es baja y las temperaturas lo suficientemente moderadas como para tener las ventanas abiertas todo el tiempo, el riesgo es escaso y parece apropiado que haya que seguir acudiendo. Pero cuando la cosa se dispara por encima de los 1.000 y hace un frío que pela, con la consiguiente tentación de no abrir todo -en mi caso sí que he tenido abierto de par en par, pero vayan ustedes a saber en otras latitudes-, lo sensato es cerrar para proteger a alumnos, a profesores y a las familias de toda la comunidad educativa. Yo pasé un par de semanas pensando acudiendo a clase con verdadero pánico a contagiarme yo y a pasarle el bicho a mi madre, de ochenta años. Y sintiéndome maltratado por la administración. Porque después de meses, los del primer confinamiento, poniendo cuerpo, mente y alma al servicio de la educación de los chavales, realizando un esfuerzo terrible, descubres lo que descubrió la teniente Ripley en la película Alien: "tripulación sacrificable". Porque de lo que se trataba era de tener abierta las guarderías para que los padres pudieran dejar a sus hijos en un lugar vigilado mientras ellos se dedicaban a la oficina o el teletrabajo.
En cuanto a la cultura, entiendo que quienes no tienen -nosotros sí lo hemos tenido, en eso somos unos privilegiados- el sueldo asegurado necesitan insistir en que las actividades escénicas se desarrollen con la mayor necesidad posible. Por ellos y también por nosotros, porque la cultura es fundamental para sentirnos humanos. Pero por mucho que nos duela, hay muchos momentos en esta pandemia en los que no puede ser. En las navidades se cometieron errores gravísimos por parte de todos los grupos políticos y de muchos colectivos. Error consciente, por cierto, que han pagado con sus vidas cientos de españoles. Creo que es el momento de frenar esta locura, por muchísimo que nos duela.
No se puede comparar una comunidad o una ciudad con 4 millones de habitantes (y el mayor aeropuerto del país y una afluencia de turistas enorme) con una ciudad pequeña. En la comunidad de Madrid hay zonas con la población de Jerez y con menos incidencia del COVID. Y al contrario, habrá zonas en Andalucía con más incidencia que la media de la Comunidad de Madrid, por no entrara comparar con otras zonas de España. La variabilidad es alta incluso por barrios. Pero en esta época todo vale cuando se trata del politiqueo, y más con una campaña electoral de por medio. Un cebo demasiado apetecible para los fanáticos y los sectarios, supongo.
¿Campaña electoral? ¿Fanatismo y sectarismo? No hace falta que lo jure...
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