lunes, 5 de octubre de 2020

Shubert por el Cuarteto de Tokio: desasosiego

Este es un disco muy discutible en sus planteamientos, pero tan extraordinariamente resuelto que no puedo sino recomendar vivamente la audición: Cuartetos nº 13 D 804 y Cuarteto 14 D 810 “La muerte y la doncella” de Franz Schubert, es decir, dos enormes obras maestras, en interpretaciones registradas por el Cuarteto de Tokio para RCA en 1987.

De la primera de las obras citadas se nos ofrece una lectura arriesgada y personal ya desde un Allegro ma non troppo recorrido de principio a fin por la ansiedad, hasta el punto de que nos hace dudar si es esto,  poner en primerísimo plano los aspectos más angulosos, tensos y estremecedores, lo que se debe hacer con la partitura. Los ataques cortan como cuchillos. Los picos dramáticos son verdaderas descargas de electricidad. ¿Significa esto que el fraseo caiga en el nerviosismo o la falta de naturalidad? En absoluto: todo está bajo el más atento control. ¿Se pierden la belleza sonora y la elegancia consustanciales a esta música? Tampoco: los japoneses tocan con una depuración sonora y una musicalidad fuera de serie. Pero sí que es verdad que la sensualidad, la calidez humanística y la íntima poesía que Schubert demanda quedan relegadas ante lo aristado del planteamiento. Y lo hace voluntariamente, cosa que queda bien claro al llegar el Andante, dicho con prisas, sin paladear con la adecuada ternura el maravilloso tema de Rosamunda y cargando las tintas en cuanto se presenta la ocasión. Lo mismo pasa en el Menuetto, poco galante aunque expuesto con tanta elegancia como precisión: imposible tocar mejor que estos señores lo hacen. El cuarto movimiento nos permite ver la luz, finalmente, gracias a una recreación tan ágil y fluida como lleno de frescura y vitalidad, aunque desde luego lejos de la mera distensión: los nubarrones amenazantes siguen ahí y nos recuerdan que el universo de Schubert no se puede entender sin semejantes contrastes.

La interpretación de La muerte y la doncella sigue una línea similar, pero aquí el asunto sorprende menos toda vez que estamos acostumbrados a un planteamiento altamente dramático y a tumba abierta de esta partitura gracias a recreaciones como las del Hagen o el Jerusalén, o incluso –siguiendo un sendero distinto, lleno de vuelo lírico y efusividad– el Cuarteto Italiano en sus dos grabaciones; solo el Orlando, en su descomunal registro para Philips, fue capaz de ofrecer un acercamiento por completo apolíneo sin dejar de alcanzar el máximo grado de profundidad. Pero el Tokio hace como los citados en primer lugar, y no menos bien que ellos: el desosiego, los claroscuros teatrales y los grandes picos de tensión se ponen en primer lugar, aun sin renunciar a la máxima depuración en la forma ni a la belleza del sonido. Si le hubieran puesto una pizca más de ternura y sensualidad hubiéramos estado ante una referencia absoluta; los japoneses se quedan cerca, cerquísima.

La ingeniería de sonido es excepcional. Escuchen el disco, por favor.

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