miércoles, 12 de agosto de 2020

Las sinfonías de Rachmaninov por Previn: compra obligada

Después de llevar al disco las obras para piano y orquesta junto a Vladimir Ashkenazy para Decca, André Previn y la Sinfónica de Londres grabaron las sinfonias y otras páginas de Sergei Rachmaninov para el sello EMI. Comenzaron con la Sinfonía nº 2 –primera vez que se grababa la versión original, sin cortes– en enero de 1973, y entre 1974 y 1976, ya con sonido cuadrafónico, se registró el resto. He vuelto a escuchar estas recreaciones y me han gustado todavía más que antes.

Es verdad que no suele ser el Rachmaninov de Previn el más voluptuoso, el más melancólico, el más escarpado ni el más personal. Pero siempre convence plenamente por la manera en que el maestro logra equilibrar esos componentes sin que ninguno de ellos pierda intensidad, al tiempo que cuida la planificación –vertical y horizontal– en grado extremo y se aparta de todo narcisismo para dejar que la música fluya con tanta naturalidad como sinceridad expresiva. De este modo, ofrece una Sinfonía nº 1 a todas luces irreprochable, todo lo ominosa que debe ser en el arranque, atenta siempre a la atmósfera, sensual y efusiva cuando corresponde, decadente en su punto justo, con una ensoñación y un sabor tchaikovskiano por completo pertinente en el Larghetto, y altamente rocoso, bronco y dramático en los momentos más terribles, particularmente en un final que nos deja con el corazón en un puño.

Aunque el Adagio de su posterior grabación con la Royal Philharmonic es todavía superior, este registro con la London Symphony de la Sinfonía nº 2 sigue siendo la referencia, como intenté explicar en la discografía comparada. Escuchada una vez más, me gustaría destacar la rusticidad bien entendida con que el maestro hace sonar a la orquesta, con un punto de aspereza muy adecuado para el repertorio ruso que la aparta de la sonoridad más hedonista, pulida y voluptuosa con que otros maestros abordan este. También el detallismo y la exactitud con que están tratados cada uno de los planos sonoros, atenta la batuta a que todas y cada una de las líneas instrumentales estén ahí sin que el fraseo parezca analítico, sino por completo fresco, espontáneo y natural. Igualmente acierta Previn al obviar los innecesarios portamenti del segundo movimiento por los que sí se opta en otras ocasiones.

La Sinfonía nº 3 es otro milagro. Asombra la absoluta comunión que se establece entre autor e intérprete, porque Previn acierta por completo tanto con la sensualidad decadente como con la particular rusticidad que demanda este universo sonoro, así como con su particular fusión entre brillantez y sentido trágico, ofreciendo además un fraseo voluptuoso, muy carnal y muy efusivo –emocionante a más no poder el tema lírico de primer movimiento–, y una inmejorable capacidad para darle unidad a la arquitectura. La LSO está en plena forma, hace gala de primeros atriles formidables, y Previn la trata con depuración sonora, equilibrio de planos y una enorme plasticidad, obteniendo increíbles resultados en un final tan rutilante como entusiasta en el que logra hacer que las explosiones suenen con plena sinceridad.

Gran recreación la de La isla de los muertos. Armado de una técnica sin fisuras –admirable el tratamiento del diseño polifónico que sigue al último clímax, por ejemplo–, el maestro  ofrece una lectura ante todo atmosférica, brumosa, llena de melancolía, decadentista en su punto justo, en la que la música se encuentra paladeada con sosiego y lógica sin que por ello dejan de avanzar las tensiones de manera implacable. Quizá solo falta, para ser una interpretación perfecta, un punto de garra dramática y carácter visionario en los momentos más escarpados, aunque en parte puede deberse a una toma sin toda la gama dinámica deseable.

Sobre las Danzas sinfónicas, copio lo que escribí en la correspondiente discografía comparada:

"Pocos directores –o ninguno– ha sabido poner de relieve de manera tan admirable esa mezcla de sensualidad y melancolía que caracteriza a la música de Rachmaninov como André Previn. Ello queda bien de manifiesto en esta lectura paladeada con sosiego, fraseada de manera tan natural como flexible y sonada con voluptuosidad bien entendida, en la que al mismo tiempo de respira una atmósfera onírica y un punto malsana de lo más adecuada. Se pueden preferir enfoques más rústicos y vigorosos, también más escarpados, pero en su línea esta realización es sobresaliente. La toma, aun realizada en Abbey Road, resulta un punto cavernosa: ni siquiera la reciente restauración en SACD realizada por Tower Records termina de convencer."

Vocalise recibe recreación hermosa sin narcisismos, lírica sin caer en lo meramente ensoñado, delicada sin blanduras. Exactamente lo mismo se puede decir de las dos páginas de Aleko.

Nos queda por hablar de esa fascinante página sinfónico-coral que es Las campanas. Sin ser particularmente escarpada y doliente, sino más bien poniendo de relieve los aspectos más líricos, sensuales y evocadores de esta música, Previn vuelve a ofrecer una dirección admirable tanto por su excelente factura técnica como por su convicción y fuerza expresivas. Su tratamiento de la orquesta es claro, minucioso, rico el colorido y de elevada plasticidad. Su fraseo es cálido y despliega toda esa poesía tan particular del compositor. Su planteamiento de las tensiones resulta irreprochable, como también el pulso con el que va paladeando la música sin perder concentración. Robert Tear no tiene una voz bella, ni siquiera grande, pero al menos parece centrado. El canto de Sheila Amstrong es muy hermoso. John Shirley-Quirk posee un instrumento adecuado y canta sin afectación, aunque tampoco termine de emocionar. Espléndido el London Symphony Chorus.

Estas grabaciones se encuentran actualmente disponibles en una caja de ocho compactos que se complementa con los conciertos para piano, más una serie de páginas para piano solo, a cargo de Nikolai Lugansky y la batuta de Sakari Oramo: buenísimas versiones, pero que no pegan junto a estas, que tendría como compañeras lógicas las de Previn/Ashkenazy si no fuera porque están en Decca.  Sea como fuere, el precio es tan barato y la presentación tan agradable –se reproducen las portadas originales– que la conclusión solo puede ser una: hay que hacer la compra.

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